lunes, 13 de abril de 2015

Doña Florencia arboleda

Sobre los ríos secos donde cae
la tarde, chamuscada de infinito,
sobre las situaciones del silencio
y las crepitaciones del olvido;
allí, donde las cosas tienen tiempo
y se detienen a buscar su sitio,
vive doña Florencia, madre y árbol,
calendario de sauces, mapa vivo,
relatando el país, porque sus ojos
le han visto el nacimiento a los caminos.

Se la ve mineral cuando amanece
ancha la voz y vegetal las venas.
Alzada sobre el día, lentamente,
cruza la luz morada de la tierra
—como cuando va el sol sobre las vidas
haciendo parpadear la primavera—
la presencia habitando todo el aire
y la sombra cavando en la leyenda.

La arboladura de su mano ampara
el hecho nacional del cancionero,
porque hubo comisarios, milicadas,
biblias del hambre, generales, cepos,
guerrillas de patrones, lenguaraces,
comparsa electoral, domingos ciegos,
en tanto su semilla iba a lo alto
y sus hijos cruzaban el invierno
y la patria era pan y la mercaban
a pequeña traición y bajo precio.

Qué memorias no guarda su memoria
cuando agita las aguas del silencio.

Su boca nombradora sabe lunas,
historias sin historia en los sucesos.
De tanto padecer Gobernaciones
ya la esperanza se le ha vuelto hueso,
pero para durar, para que aguante
traiciones y promesas, milagreros:
ya no le quedan rumbos que no sepa
la paciencia sin llanto de su empeño
donde el país es padre, campesino,
suburbio numeroso, viento nuevo.

Cómo van a voltearle la esperanza
si es lo más arbolado de sus sueños.
Su idioma sale lleno de habitantes
a poblar los rincones del poniente,
cuando la tarde es roja como un gallo
gastado de empinarse en su vertiente.
Entonces cada cual vuelve al oficio
donde estaba esperándolo la suerte
y regresa el paisaje fallecido,
los antiguos lugares de la gente,
la calle que no está, que se ha perdido
buscándole vecinos a la muerte.

Déjenla que a dos manos nos relate
los duendes asoleados de la siesta,
cuando se fue a penar Clímaco Ahumada
por el martirio seco de Panquehua
o aquella vez de sangre y madrugada
que se cayó al rocío el Guitarrero
y empezó a tonadear allá debajo
con la voz dada vuelta hacia el silencio.

Nada puede olvidar. Nada la olvida.
Escúchenla tutearse con el tiempo.
Ay, Florencia Arboleda, madre nuestra,
cogollito del aire, sol por dentro,
tu condición de cobre me da vueltas
como un río de aroma por el pecho;
quédate en el lugar donde los vientos
se ponen milagrosos de copleros,
guárdate la tonada que en tus labios
tiene pájaros míos prisioneros,
porque hay mucho que andar y andar cantando
en tanto viene el día y dice: andemos.

Armando Tejada Gómez: Los compadres del horizonte (1961)

Versións:
Armando Tejada Gómez: Doña Florencia Arboleda; Sonopoemas del horizonte; 1964; Lado A, Corte 4



Armando Tejada Gómez: Doña Florencia Arboleda; Vigencia; 2005; CD1: su palabra, Pista 4

(Recitativo semellante ao do disco Sonopoemas del horizonte, do ano 1964.)





*[Por razóns de espazo etiquetouse, nunha entrada anterior, a Armando Tejada Gómez (intérprete), como Tejada. Polo que respetamos a etiqueta anterior para evitar duplicidades.]

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