martes, 26 de abril de 2016

El cuerpo deshabitado

                1
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.


—Vete.

Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.


—Vete.

Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.


Se fue.

Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.


                2
Que cuatro sombras malas
te sacaron en hombros,
muerta.

De mi corazón, muerta,
perforando tus ojos
largas púas de encono
y olvido.

De olvido,
sin posible retorno.
Muerta.

Y entraste tú de pie,
bella.
Entraste tú, y ahora,
por los cielos peores,
tendida,
fea,
sola.

Tú.

Sola entre cuatro sombras.
Muerta

                3
¿Quién sacude en mi almohada
reinados de yel y sangre,
cielos de azufre,
mares de vinagre?

¿Qué voz difunta los manda?
Contra mí, mundos enteros,
contra mí, dormido,
maniatado,
indefenso.

Nieblas de a pie y a caballo,
nieblas regidas
por humos que yo conozco
en mí enterrados,
van a borrarme.

Y se derrumban murallas,
los fuertes de las ciudades
que me velaban.

Y se derrumban las torres,
las empinadas
centinelas de mi sueño.

Y el viento,
la tierra,
la noche.

                4
Tú. Yo. (Luna.) Al estanque.
Brazos verdes y sombras
te apretaban el talle.

Recuerdo. No recuerdo.
¡Ah, sí! Pasaba un traje
deshabitado, hueco,
cal muerta, entre los árboles.
Yo seguía… Dos voces
me dijeron que a nadie.

                5
Dándose contra los quicios,
contra los árboles.

La luz no le ve, ni el viento,
ni los cristales.
Ya, ni los cristales.

No conoce las ciudades.
No las recuerda.
Va muerto.
Muerto, de pie, por las calles.

No le preguntéis. ¡Prendedle!
No, dejadle.
Sin ojos, sin voz, sin sombra.

Ya, sin sombra.
Invisible para el mundo,
para nadie.

                6
                I
Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.

Solo, en el filo del mundo,
clavado ya, de yeso.
No es un hombre, es un boquete
de humedad, negro,
por el que no se ve nada.

Grito.
¡Nada!

Un boquete, sin eco.

                7
                II
Llevaba una ciudad dentro.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.

Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.

—Tú, caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.

Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo tú, seco.

Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.

Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma,
tu cuerpo.

                8
            (VISITA)
Humo. Niebla. Sin forma,
saliste de mi cuerpo,
funda vacía, sola.

Sin herir los fanales
nocturnos de la alcoba,
por la ciudad del aire.

De la mano del yelo,
las deslumbradas calles,
humo, niebla, te vieron.

Y hundirte en la velada,
fría luz en silencio
de una oculta ventana.

Rafael Alberti: Sobre los ángeles (1927-1928) (1928)

Versións:
Inés Fonseca: El cuerpo deshabitado; Generación del 27; 2007; Pista 1

No hay comentarios :

Publicar un comentario