miércoles, 26 de octubre de 2016

En Ávila está reunida

Segunda parte

En Ávila está reunida
la Santa Junta del Reino
que han formado las ciudades
ganadas al mismo empeño.
<<Nadie acate al cardenal
ni obedezca a su Consejo,
a Padilla le nombramos
general de los ejércitos,
que el oro que se iba a Flandes
ya no salga de este reino,
las rentas que al rey se daban
valdrán a los comuneros.>>
       
 
Una mañana de agosto
los capitanes del pueblo
al frente de sus mesnadas
se alejan hacia Adanero.
Pronto la noticia corre
por los llanos y los tesos.
Los que varean la lana,
dejan la lana en el suelo.
Las que vienen de los pozos,
posan los cántaros llenos.
Acuden de todas partes
menestrales y labriegos.
Llegados frente a Medina,
se detienen en silencio.
Quedan en pie sólo muros
calcinados por el fuego.
Como algunos medinenses
se afanen en los aleros,
Juan Bravo, picando espuelas,
se precipita a su encuentro.
<<Nunca olvidara Segovia
lo que por ella habéis hecho.
       
Disponed de cuanto tiene,
cuanto atesora ya es vuestro.
       
Que Medina vuelva a ser
emporio de nuestro reino.
Mientras tanto, medinenses,
nosotros la vengaremos.>>
       
 
Avanzan, pasada Rueda,
entre cardos polvorientos.
Les queman del sol sus armas,
se levantan los vencejos.
Padilla, Bravo y Zapata
van cabalgando parejos
cuando surge en los pinares
un grupo de caballeros.
<<En nombre de Tordesillas
venimos a vuestro encuentro.
Si pronto no nos llegarais,
nos llegarán los flamencos
que ya han querido llevarse
la reina de su convento.>>
       
Al divisar Tordesillas
como posada en su cerro,
Padilla a sus hombres dice:
<<Cargad dos cañones gruesos
y disparadlos al punto
porque se sepa con ellos
que el alma va por delante
cuando avanzamos el cuerpo.>>
       
Los vecinos les reciben
con muestras de gran contento,
       
las calles abarrotadas,
los soportales repletos.
       
Hasta la plaza han sacado
morados pendones viejos
y las mozas se han prendido
el morado comunero
sobre las mantillas blancas,
sobre los corpiños nuevos.
¡Cómo vuelan las campanas
al entrar los comuneros!
       
Juan de Padilla camina
muy sencillo y muy derecho.
No saben si abrirle paso
o si rozar su indumento.
Los más viejos le bendicen,
otros aportan corderos,
toneles de vino blanco,
sacas de trigo y centeno.
Todo lo dan por bien dado
con darlo a los comuneros.
       
Tras haberse concertado
Padilla y sus caballeros
se dirigen al palacio
que sirve a Juana de encierro.
       
Dicen que la pobre reina
por amor perdiera el seso,
¡pobre reina que enfermara
por amor de rey flamenco!
Al llegar a su presencia
se postran los caballeros.
<<Señora, Juan de Padilla,
que os presenta sus respetos,
es hijo de Pedro López
quien os salvó del encierro
hace ya catorce años,
exponiéndose a ser muerto.
Tres años después lograron
aislaros de vuestro pueblo.
       
Nada os han dicho, señora,
de la invasión de extranjeros,
ni del pechar implacable
que han convertido en saqueo,
       
ni que al quejarse las Cortes,
se mofaron de su ruego.
       
Castilla tan presa estaba
como vos en vuestro encierro.>>
       
Parece que despertara
la reina de un largo sueño.
Va interrogando a Padilla
con muestras de gran afecto.
Con Zapata y Maldonado
habla Juana del convento
y a Juan Bravo le confía
que Segovia en su recuerdo
se quedó cual amapola
en un campo de centeno.
       
La reina nombra a Padilla
general de sus ejércitos
y le pide que la Junta
se convierta en su gobierno,
       
reuniéndose en adelante
a las orillas del Duero
       
¡Cuán gozosos abandonan
a Juana los comuneros!
Se aferran a reina loca
por no asirse ya a rey cuerdo.
¡Loca estuviera la reina
para juntarse a su pueblo!
       
En Tordesillas convocan
la Santa Junta del Reino.
Las ciudades hermanadas
envían los mensajeros
que en la Junta representen
los que acudir no pudieron.
De Ávila, llega un pelaire,
de Burgos, un cerrajero,
de Palencia, un alguacil
se ha traído su consenso,
a Salamanca se escucha
por la voz de un pellejero,
por Medina, un tundidor,
y por León, un herrero;
de todos oficios salen
los que bregar por el pueblo.
En Tordesillas promulgan
una ley de mucho aliento:
<<Que en el futuro a los grandes
se les quite del gobierno,
que no guarden fortalezas,
que no cuenten con guerreros,
que tiranías pasadas
no puedan volver con ellos.>>
       
 
La Santa Junta decide
que se presten juramento
las ciudades hermanadas
de darse mutuo sustento.
La escritura de hermandad
es publicada en el reino.
Por las calles y las plazas
la leen los pregoneros:
       
<<Que cuadrillas y parroquias
ejecuten lo dispuesto.
Que los vecinos se acerquen
para prestar juramento.
La lucha larga ha de ser
por la libertad del reino,
que no fuera libertad
la que los reyes le dieron,
que libertad concedida
no es libertad, sino fuero.>>
       
Juan de Padilla entre tanto
ya cabalga hacia Toledo.
Tranquilo deja a la Junta
creyendo en su ardor guerrero.
Mas apenas si se ausenta
que ya empiezan los manejos
y voces que se levantan
a prodigar sus consejos:
<<Antes de extender la guerra
con Carlos discutiremos,
si a nuestra súplica accede,
volverá la paz al reino.>>
En pocas horas redactan
las demandas en un pliego:
       
<<Igualdad en el pechar
para el futuro queremos,
       
que a todos los cargos tengan
los españoles derecho,
       
que se den mejores tratos
a los indios de su reino,
que nada se dé a los jueces
si bienes hay en un pleito,
y se libere a la reina
de su vivir en encierro.>>
       
Sancho Sánchez y fray Pablo
son nombrados mensajeros:
<<Buscad a Carlos en Flandes,
mas no os inclinéis al verlo,
que nunca monarca fuera
suplicado por su reino.>>
Sancho Sánchez y fray Pablo
cruzaron los Pirineos.
Atraviesan Francia entera,
a Flandes ya están subiendo.
Un mensajero del rey
aguarda a los mensajeros:
<<Si de Bruselas pasarais,
caro os saldría el intento,
que la soga con que ahorcaros
preparada la tenemos.
No profanen esta tierra
castellanos comuneros.>>
<<Decid a aquél que os envía
que de aquí no pasaremos,
más por honrar nuestra Junta
que temor por lo dispuesto.
De Bruselas no pasamos,
regresa en paz, mensajero,
si al Escalda no llegamos,
otros no lleguen al Duero.>>
       
 
Reunida en Valladolid
la Santa Junta se entera
de que Carlos, desde Flandes,
respondió con insolencia.
<<Puesto que el rey nada quiere,
no admitamos su regencia,
contra Adriano y los suyos
redoblaremos la guerra.
Que vuelvan los mensajeros
a recorrer la meseta,
que las ciudades hermanas
se apresten a la contienda,
que se levanten más hombres,
vengan lanzas y ballestas.
Que guarden los campanarios,
que acechen en las almenas,
que se vigile a los grandes
cercándoles sus haciendas
y que por toda Castilla
se corra la buena nueva
de que las gentes del Pueblo
se han sublevado en Valencia,
formando también su junta,
entrando también en guerra.>>
       
 
Por correo con don Carlos
Adriano se concierta:
<<Vuestra justicia está huida,
desacatada la reina,
perdidas van las ciudades,
vuestra hermana tienen presa.
La autoridad que me disteis
no sabré cómo ejercerla,
que ninguno de los grandes
rompe su lanza por ella.
Todo un pueblo nos combate,
contra un pueblo es nuestra guerra
y nunca la ganaremos
sin contar con la nobleza.
No olvida los privilegios
que en flamencos recayeran
y si mi hablar me perdona,
no os perdona mi regencia.
Tanto el trance nos apura
que hay que ganar su conciencia,
por los clamores del pueblo
tan sorprendida e inquieta.>>
Desde Flandes dio don Carlos
la deseada respuesta.
Adriano, en adelante,
se apoyará en la nobleza.
Sobre dos gobernadores
descansará su regencia:
el almirante Fadrique
se valdrá de su paciencia
y el condestable Velasco
usará de intransigencia.
¡Ya pueden los comuneros
prepararse a la contienda!
Los nobles al rey se juntan
por conservar sus haciendas,
que el que tiene, por guardarlo,
busca ayuda de quien sea.
Prefiere pagarle a extraños
a compartir lo que tenga.
       
 
El otoño va avanzando
y las jornadas abrevian.
Adriano y su Consejo
han declarado la guerra.
Los días ya son más cortos,
las noches ya son más luengas,
los surcos ya removidos
están esperando siembra.
Para lograr distinguirse
hombres de la misma tierra,
se cosen cruz blanca al pecho
los que van por la realeza,
cruz roja de rebeldía
es la insignia comunera.
       
<<¡Santa María y don Carlos!>>
gritan los de la regencia,
<<¡Santiago y Libertad!>>
los comuneros contestan,
y en el fragor del combate
al enemigo le imprecan:
<<¡Que todas las cruces blancas
rojas de sangre se vuelvan!>>
       

Luis López Álvarez: Los Comuneros (1972)

Versións:
Nuevo Mester de Juglaría: Encuentro con la Reina Juana; Pista 5



Ley de Tordesillas; Pista 6



Carlos I condena a los comuneros*; Los Comuneros; 1976; Pista 7



Lujuria: El morado comunero; Y la yesca arderá; 2006; Pista 8



*[A versión musical do grupo Nuevo Mester de Juglaría remata con parte do poema En el campo comunero, pertencente á terceira parte da obra Los Comuneros de Luis López Álvarez, do ano 1972.]

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