domingo, 27 de noviembre de 2016

Consejos, Coplas, Apuntes

            1
    Tengo dentro de un herbario
una tarde disecada,
lila, violeta y dorada.
Caprichos de solitario.

            2
    Y en la página siguiente,
los ojos de Guadalupe,
cuyo color nunca supe.

            3
    Y una frente…

            4
    Calidoscopio infantil.
Una damita, al piano.
Do, re, mi.
Otra se pinta al espejo
los labios de colorín.

            5
    Y rosas en un balcón
a la vuelta de la esquina,
calle Válgame Dios.

            6
    Amores, por el atajo,
de los de “Vente conmigo”.
…”Que vuelvas pronto, serrano.”

            7
    En el mar de la mujer
pocos naufragan de noche;
muchos, al amanecer.

            8
    Siempre que nos vemos
es cita para mañana.
Nunca nos encontraremos.

            9
    La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
Ha pasado un caballero
—¡quién sabe por qué pasó!—,
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama,
su dama y su blanca flor.


            10
    Por la calle de mis celos
en veinte rejas con otro
hablando siempre te veo.

            11
    Malos sueños he.
Me despertaré.

            12
    Me despertarán
campanas del alba
que sonando están.

            13
    Para tu ventana
un ramo de rosas me dio la mañana.
Por un laberinto, de calle en calleja,
buscando, he corrido, tu casa y tu reja.
Y en un laberinto me encuentro perdido
en esta mañana de mayo florido.
Dime dónde estás.
Vueltas y revueltas. Ya no puedo más.

                        (Los Complementarios)

Antonio Machado: Abel Martín. De un cancionero apócrifo. Poesías Completas (1928)

Versións:
Antonio Portanet: La plaza; Noche de cuatro lunas; 1983; ara B, Corte 2

sábado, 26 de noviembre de 2016

Muchacho de septiembre

Andar de rigurosa adolescencia,
sumido, inevitable, tropezando,
como buscando qué, que no he perdido,
náufrago fatigado de los parques
Andar así, mirándome yo mismo
y sin tener oficio de mirarme
por solamente ser sólo la vida
con la insolencia del recién llegado.
Uno de pronto, por la sola fuerza
de los días clientes, y las ganas voraces
de ser hombre, pero al todo
por esas cosas sólidas, cabales
entra a mirar el mundo que le toca
a solapear las calles donde pasa
ensimismado y solo, tonto y solo
esquivando la luna de los charcos,
uno que apenas tiene los domingos
algún amigo, un nombre y una madre.
Se pone a meditar muy seriamente
de pronto, por las calles.
Son días a mansalva, largos días
sin puertas ni ventanas
uno va caminando dentro de uno
y ya no hay dios ni diablo que lo pare.
Cuídense de estos ojos que no olvidan,
¡Ojo con esos ojos, más cuidado!
que uno mismo se busca, pero mira
y está jugado, y es inapelable.

Andar de adolescencia en bandolera
es andar de testigo y acusado
por los atardeceres sin orillas
absurdamente ausente de los pájaros
dolido hasta los huesos, dolorido
de las interminables caminatas
con la sangre violentamente inútil,
y con toda la piel desmantelada
adentro de septiembre, ¡muy adentro!,
allí donde su flor crece sin lástima.
Uno no aguanta ya que los silencios
le apaguen las campanas,
pisa en la tierra donde todo vuelve
entra en el viento donde nadie calla,
porque la cosa empieza en esta esquina,
en esta voz empieza, en estas manos,
¡y entonces no me vengan con olvidos,
con bigotes solemnes, con calmantes,
y el impune gendarme establecido,
y el alcanfor letal del funcionario,
y el orden remendado del desorden,
y el guiño corruptor de los culpables!
¡Quietos ahí!, que uno no vino al mundo
tan luego a sostenerle el taparrabos.

Si me sienten pasar, aun aroma,
que va de adolescencia y madrugada
martirizando un tango malherido
violándole los perros a la calle;
si escuchan unos pasos en la noche
como de alguien que va quebrando ramas;
soy yo, que vuelvo de buscar sin tregua
la índole materna de la patria.
Mi rostro exactamente. Yo que vuelvo
de medirme la hombría y su tamaño,
mojado de llorarme en el rocío,
aterido de verme solitario
sin paz, ni pan, ni sitio, ni un oficio
de loco artesano,
discutiéndole a Dios los siete días
que ya no traga nadie
con todo el sin respeto del que reza
y lleva el corazón desocupado.
Soy yo, que vuelvo de mirarme a fondo,
y de ver a través de alguna lágrima
la pobre suerte de los pobres pobres,
de todas las provincias y los barrios,
con ese rostro tierra y generoso
que no atina a comerse la esperanza
y espera no sé qué, ¡que venga Mongo,
para comérsela y ponerse en marcha!

Si me sienten pisar, alta la noche
el territorio de la luna amarga,
si vuelvo como vuelo, amanecido,
a mi parte de madre y de regazo,
no digan "ese era...", como quién dice
"toda ceniza ha sido llamarada",
porque aquí en los naufragios de septiembre,
¡la vida caudalosa monta guardia!


Armando Tejada Gómez: Antología de Juan (1958)

Versións:
Armando Tejada Gómez: Muchacho de septiembre; Canciones y poemas en dirección del viento; 1965; Cara A, Corte 1



Armando Tejada Gómez e Moncho Mieres: Muchacho de septiembre; Cantoral de mi país al sur; 1966; Pista 3



Armando Tejada Gómez: Muchacho de septiembre; Vigencia; 2005; CD1, Pista 13

(Reedición da versión do disco Canciones y poemas en dirección del viento, do ano 1965.)




*[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta actual para evitar duplicidades.]

jueves, 24 de noviembre de 2016

Égloga fúnebre a tres voces y un toro para la muerte de un poeta

                  A la memoria de Miguel Hernández

Voz 1: Antonio Machado
Voz 2: Federico García Lorca
Voz 3: Miguel Hernández
Un toro


                  * * *
(Lo que ya sucedió y aquí sucede
sucede todo junto a un lento río
donde flota la vida de la muerte.
La tierra que divide ya no es tierra,
que es taladro, garganta solamente
para tragar la muerte de la vida,
para tapar la vida de la muerte.
Lo que pasa por él es lo que pasa,
lo que enmudece en él, lo que enmudece.
Si la vida no vive, en él no vive;
si sí la muerte, en él sólo la muerte.
Fijo en sus ondas, que no van al mar;
Fijo en su brisa, que ni va ni viene.
Crecido sólo si la vida baja,
sólo crecido si la muerte crece.)

                  I
En el principio eran las alas, eran
los aprendices ramos voladores.
Eran las plumas en el primer día,
que relámpagos súbitos nacieran.
En estado de pájaro se abría
la luz y en situación también de flores.
Podía abrir, cerrar de ruiseñores
la flor del limonero
y el naranjal morirse de zorzales.
Podía el corazón lo que quería.
En el principio eran las alas, pero
también, en el principio, la alegría.

Voz 1
Yo fui "aprendiz de ruiseñor".

Voz 2
Mi frente
lo fue de montes y cabalgaduras.

Voz 3
Yo vine a ser, vine a nacer simiente,
bulbo, raíz, tirón para el arado.

Voz 1
Mi canto, estopa.

Voz 2
El mío, escarpaduras.

Voz 3
De tierra, el mío, por desterrado.
(Un toro derribado,
junto a la orilla,
herido.
Su piel son agujeros
de sangre rota y penas,
por los que asoma y brilla
entumecido
un pasado de azules ganaderos
hoy de mordaza y de cadenas.)

El toro
En el principio, la alegría. Entraba,
de poder a poder, volcado, abierto
mi corazón al mar, desmesurándolo
hasta el mismo nivel de las estrellas.
Subí a cumbres celestes los navíos,
a riberas lunares mis orillas.
Llegó a ignorar el hombre de las playas
si eran sus arenales los del cielo.
Recamado de huertas y jardines,
me trasplanté, toro floral, pacífico,
enredadas las astas de granados,
escaleras arriba de las nubes.
Al hombre de la esteva y la guadaña
lo empiné a eternas, verdes maravillas
de onduladas alturas candeales.
En los patios tranquilos, las mujeres
no lloraban la ausencia de los niños
ni la del tordo que hospedó la jaula.
De la cola a los cuernos me fluían
pueblos empavesados de hermosura.

Voz 1
Alas mi voz, se me escapó de un río
del que siempre volé de tu llanura,
cuando me fui quedando
vida de sombra, romeral bravío,
humo de piedra, espliego divagando;
cuando mi clara voz se hizo neblina
y se me fue pasando
de rama verde de olivar a encina.

Voz 2
Potro de monte, ciervo despeñado
por los desfiladeros
de una luna perdida en un camino;
clavel disciplinado, castigado
a ser por tristes molineros
harina muerta de molino.
¡Oh voz, oh limpia voz de escarpadura,
oh jinete de céfiro, oh destino
de brisa malograda y prematura!

Voz 3
Voz de tierra, mi voz se me salía,
de raíces y entrañas, polvorienta,
seca de valles, seca de sequía,
amarilla de esparto, amarillenta.
Suplicante de alcores
y frescos desniveles de ribazos,
de ser de altura y regadía,
me derramé, sangrienta,
acribillándome de flores
y de abejas los brazos.

Voces 1, 2 y 3
¡En el principio era la alegría!

El toro
Pero un mal viento la hizo mil pedazos.

(Aquí el río espesó súbitamente,
suplicándole ahogado a sus orillas
crecieran piedras contra tanta muerte.
Era la vida humana sin la vida,
era la vida humana con la muerte.
Cuando más suplicaba, un soplo helado,
una triste parálisis creciente,
un rígido temblor, un distendido
detenimiento lo estiró de muerte.
Era la muerte viva de la vida,
era la muerte muerta de la muerte.)

                  II
Voz 1
Se abrió y creció la tierra ensangrentada,
la pobre tierra de alto nombre: madre;
la tierra natural, la tierra honrada.
—Quiero gritar.
        Y se detuvo el aire.
—Hervir.
        Y se le heló la lengua al agua.
—Bramar.
        Y el viento se desplomó en sauce.
—Ver.
        Y empalidecieron las ventanas.
—Correr.
        Y ya las calles no eran calles.
—Llorar.
        Y el río no corría lágrimas.
—Morir.
        Y era la muerte inhabitable.
—Maldecir.
        Y eran plomo las gargantas.
—Matar.
        Y hasta las vidas ya eran fuentes de sangre.

El ancho toro abierto tundido coleaba,
arrancándose en troncos de varones y árboles.
Nunca vi un corazón crecer más encumbrado,
ni a un toro en pleamar verterse en pleamares.

Yo levanto mi angustia, mi aliento encanecido,
nostálgico de balas y sueños capitanes.
Diez muertes que brotaran mis diez dedos serían
pocas contra la muerte de una luna tan grande.

(Aquí ya ni a la piedra de la orilla
lo consideró piedra la creciente.
Era una sangre blanca y desmedida
la que entró helando el cauce de la muerte.
Le dolían subir, pies sobre ella,
cosas que juntas estuvieron siempre:
un caballo sin hombre, una veleta
sin torreón, un álamo sin nieve,
una boca sin ojos, una cuna
sin niño chico, una mujer sin vientre,
marismas sin ganados, olivares
ya sin montes, sin viento y sin aceite.)

Voz 3
Me rompe oírte y mata verte
toro de cólera y de luz,
amenazado hasta la cruz
por ese estoque de la muerte.
Me arranco todo de la lana,
me quito ovejas y panales,
en ti me desemboco y me destilo
reciente, neto de mañana,
descarnado de filo,
voluntario de erales.

Ese violento hilo
que me agarra a la tierra y que me engrana
a sus raíces, entreabriendo
voz de maíz a mi costado,
de amapola a mis dientes,
se me descuaja de un tirón, poniendo
sobre tus hombros un soldado
de leales simientes.

Va en mi sueño el ganado
y la cigarra de la era;
va el tejo de la honda pasajera
con el glacial cuchillo cachicuerno;
la relampagueadora
segadora guadaña;
va también con mi vida a la trinchera
la dulzura de un tierno
recental escondido en mi entraña.

Voz 1
Y así te vi subir en primavera
toro-laurel, toro-laurel de invierno,
toro-laurel de otoño y de verano.

Voz 3
Nunca hubo fiera más florida,
nunca más verdes capiteles,
ni cielo que intentara con la mano
tapar más ancha herida
de laureles, laureles y laureles.

Voz 1
Nunca la vida fue más vida.

Voz 3
Los hombres, más hermosos ni más fieles.

(Aquí el toro empezó a sufrir de sombra,
de soledad y casi de abandono.
Un frío extraño le invadía el ruedo,
un calculado sol lo declinaba.)

                  III
(Y entró el tiempo en el tiempo de los ayes:
—¡Ay! (Portalazos en el mar.) ¡Ay! ¡Ay!
—¡Ay! (Por las torres aterradas.) ¡Ay!
—¡Ay! (Resplandores repentinos.) ¡Ay!
—¡Ay! (Por las alacenas y los pulsos)
—(Por los subsuelos sin salidas.) ¡Ay!
—(Por las conciencias y la noche.) ¡Ay!
—¡Ay! (Juramentos y descargas.) ¡Ay!
—(Mofa y mal vino sin cuartel.) ¡Ay! ¡Ay!
—(Cunas al vientre de los pozos.) ¡Ay!
—(Por los relojes trascordados.) ¡Ay!
—¡Ay! (Por los hospitales sin heridos.)
—¡Ay! (Piquetes.) ¡Ay! (Llaves.) ¡Ay! (Cerrojos.)
—¡Ay! (Manteles.) ¡Ay! (Sillas solas.) ¡Ay!
—(Zanjas y zanjas.) ¡Ay! (Pálidos muros.)

El toro
¡Ay! (Soledad.) ¡Ay! (Jaramagos.) ¡Ay!

Voz 2 (desde el río)
La va tarde va de huida por escaleras granas,
y por la mar un toro, desvanecido, a rastras,
bajo un redoble mustio de espumas y retamas.
Sube mi sangre, niño, del valle a la montaña.

En el principio eran las alas...

Voz 1 (desde lejos)
Yo me dejé olvidados los ojos en mi casa;
la voz, perdida y sola sobre provincias altas.
Quiero para morirme mis ojos, mi garganta.
¿No ves que me alejan a tumbos esas aguas?
Quita mi muerte, niño, de estas tierras extrañas.

En el principio eran las alas...

Voz 3
Amigos: ya las piedras y los cardos me llaman.
Premeditadamente, la sombra pica en calma
los materiales hoyos y dientes de sus ansias.
¡Ay, qué retardo y fría lentitud de mortaja!

En el principio eran las alas...

(El toro aquí se fue doliendo
de punzadoras alambradas,
de patios duros donde hasta el sol era
un ojo agónico, entreabriendo
sobre tantas volcadas
flores, un lagrimal de olvido y cera.)

Voz 3
Que avisen pronto a mi casa.
Tengo que arar de madrugada.

Varón, varoncito grande.
Que a él no le digan que lo saben.

Paloma revoladora.
¡Aire, que vuela ya la sombra!

Mordidos suelos helados.
Tengo que hablarle pronto al campo.

Vara de nieve en los huesos.
... que conversar con el almendro.

Sangre que ni cama tienes.
... gavillar ramos de laureles.

Ni dormir ni despertarse.
Adonde quieras tú llevarme.

Pena de torre y ventanas.
Éramos diez, nueve me faltan.

Ni va la arena ni el árbol.
¿Es que no hay mar para los barcos?

Fiebre de luz, alta fiebre.
¿Es que la mar ya ni se mueve?

¡Ay toro de desvarío!
¿Es que no tengo ya ni amigo?

Toro de locura y aire.
¿Es que no tengo ya ni sangre?

Toro de martirio y sueño.
¿Es que no tengo ya ni cuerpo?

Toro de silencio y alma.
¿Es que no tengo ya esperanza?

Toro de muerte y abandono.
¿Es que no tengo ya ni toro?
¿Es que no tengo ya ni toro?
¿Es que no tengo ya ni toro?

(Aquí el toro gritó, crujió tan fieramente,
como si con garganta de monte, si con lengua
de borrasca o con pozos de truenos se pudiera.
Tan herido y tan duro, que hasta en el río exánime
tembló helado papel la cara de la muerte,
subiendo a torrenciales auroras los olivos
y a festones de luz el mar enguirnaldado.
Fue como si de pronto un boreal augurio,
una alegre catástrofe sin fin se derramara
bajo los delirantes abrazos de los puentes.)

Rafael Alberti: Pleamar (1942-1944) (1944)

Versións:
Antonio Portanet: Égloga fúnebre; Muertes; 1978; Lado B, Corte 2

domingo, 20 de noviembre de 2016

Muchacha

Recuérdame esta noche y nómbrame en tu idioma,
amor mío, muchacha, territorio de pájaros,
nómbrame en las ciudades donde trepas los trenes
con la amapola herida de tu vestido diario.

No conozco tu nombre, pequeñito y apenas,
tu mínimo poema de una sola palabra,
pero voy pronunciándote cuando digo esperemos
o cuando me transitas hacia dentro del alma,
porque sé que tus rostros tienen un mismo rostro
y tu sonrisa un aire de pétalo del aire,
conozco, sé tu modo de salvarnos la vida,
vencedora inmutable, con un niño en la sangre.

Yo te he visto muchacha plural, en las ciudades,
gastándote la magia con la prisa del alba.

Las oficinas públicas, públicamente áridas,
la tienda estrepitosa, la planilla a mansalva,
esas fábricas rojas de devorar, el sueldo,
lamentables rutinas de alquilarte hasta el sábado
y tú, tu nuca tibia, trizada luz, flor pálida,
resistes esa estrecha disposición de enanos
apoyada en tus sueños como en una ventana.
Y el moscardón horario zumbándote el absurdo
para matarte adentro la condición de pájaro.
Las ciudades son turbios demagogos, son esas
celestinas anónimas de la moda, sensuales
como una gelatina de sexo pegajoso,
espesas son, a gotas, turbiamente sensuales.
Las ciudades son fríos hoteles transitorios.
Debe ser espantoso morir en las ciudades.

Porque no han hecho nada por amor, tantas cosas,
porque no figurabas en los planos, muchacha.
Y ya has nacido risa, has nacido tumulto,
has nacido de pronto con un golpe de alas.

Y ahora que has venido, que ya estás, que has llegado,
hay que cambiarlo todo, decir amor y amarnos,
clausurar las planillas, postergar las ganancias,
ahora que has llegado con tu fragante risa
qué han de hacer los señores de destino contable…

En horas de oficina, bajará mi poema,
a decirte en la oreja: territorio de pájaros…
Pero sigue guardando flores en la cartera,
la última dulce carta, un poema de Pablo,
sigue guardando signos de combatir el moho,
subversivos panfletos de construir la esperanza.

Muchacha, estrella nuestra, amor en todas partes,
los poetas cantamos para tu pie desnudo,
para tu sangre diaria,
porque somos la vida y esa sonrisa tuya,
nada más que la vida,
la vida y tú,
muchacha…

Armando Tejada Gómez: Antología de Juan (1958)

Versións:
Armando Tejada Gómez: Muchacha; Sonopoemas del horizonte; 1964; Lado B, Corte 4



Armando Tejada Gómez: Muchacha; Vigencia; 2005; CD1: su palabra, Pista 10

(Reedición da versión do disco Sonopoemas del horizonte, do ano 1964).


Víctor Laplace: Muchacha; Armando Tejada Gómez, Vol.2 (VVAA); 2012; Pista 17



*[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta actual para evitar duplicidades.]

sábado, 19 de noviembre de 2016

Los besos

Sólo eres tú, continua,
graciosa, quien se entrega,
quien hoy me llama. Toma,
toma el calor, la dicha,
la cerrazón de bocas
selladas. Dulcemente
vivimos. Muere, ríndete.
Sólo los besos reinan:
sol tibio y amarillo,
riente, delicado,
que aquí muere, en las bocas
felices, entre nubes
rompientes, entre azules
dichosos, donde brillan
los besos, las delicias
de la tarde, la cima
de este poniente loco,
quietísimo, que vibra
y muere. —Muere, sorbe
la vida. —Besa. —Beso.
¡Oh mundo así dorado!

Vicente Aleixandre: Sombra del paraíso (1944)

Versións:
Inés Fonseca: Los besos; Generación del 27; 2007; Pista 2

martes, 15 de noviembre de 2016

Mozos al campo

Mozos,
al campo,
que aunque buenos mozos son
abril y mayo.
Ni mayo ni abril
son mozos
si no hay mozos
en el campo.

Justo Alejo: Alaciar (1965)

Versións:
Amancio Prada e Juan Carlos Mestre: Ay, linda amiga. Pétalos o besos. Mozos al campo*; Zamora; 2007; Pista 8


*[O recitativo deste poema, na voz de Juan Carlos Mestre, está precedido pola musicalización dunha cantiga popular anónima de orixen santanderino do século XVI: Ay, linda amiga,
    ¡Ay! linda amiga que no vuelvo a verte
Cuerpo garrido que me lleva a la muerte.

No hay amor sin pena,
Pena sin dolor,
Ni dolor tan agudo
Como el del amor.

¡Ay! Linda amiga que no vuelvo a verte
Cuerpo garrido que me lleva a la muerte.

Levánteme, madre,
Al salir el sol
Fui por los campos verdes
A buscar mi amor.
recollida no Cancionero de Palacio, interpretada por Amancio Prada e; polo recitativo do poema Pétalos o besos, de Justo Alejo, incluido na súa obra El aroma del viento, de 1980, na voz de Juan Carlos Mestre.]

lunes, 14 de noviembre de 2016

Despedida

Si muero.
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!

Federico García Lorca: Canciones (1921-1924) (1927)

Versións:
Antonio Portanet: Canción última*; Muertes; 1978; Lado A, Corte 2



*[A versión musical de Antonio Portanet comeza coa musicalización do poema Memento, da obra de Federico García Lorca: Poema del Cante jondo, do ano 1921.]

domingo, 13 de noviembre de 2016

A Alejandro Sawa

        (EPITAFIO)
    Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.

    Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.

Manuel Machado: El mal poema (1909)

Versións:
Antonio Portanet: Epitafio a la muerte de A. Sawa; Muertes; 1978; Lado B, Corte 3

viernes, 11 de noviembre de 2016

Monólogo do vello traballador

Agora tomo o sol. Pero até agora
traballei cincoenta anos sin sosego.
Comín o pan suando día a día
nun labourar arreo.
Gastéi o tempo co xornal dos sábados,
pasóu a primavera, veu o inverno.
Dinlle ao patrón a frol do meu esforzo
i a miña mocedade. Nada teño.
O patrón está rico á miña conta,
eu, á súa, estóu vello.
Ben pensado, o patrón todo mo debe.
Eu non lle debo
nin xiquera iste sol que agora tomo.

Mentras o tomo, espero.

Celso Emilio Ferreiro: Longa noite de pedra (1962)

Versións:
Xavier: Monólogo do vello traballador; Xis 6 Edigsa/Xistral (EP); 1968; Cara B, Corte 1



Los Tamara: Monólogo do vello traballador; Miña Galicia verde; 1974; Cara A, Corte 5



Xerardo Moscoso: Monólogo do vello traballador; Galicia; 1976; Cara 2, Corte 9



Los Tamara: Monólogo do vello traballador; O enxebre dos Tamara; 1979; Disco 2, Cara A, Corte 3

(Reedición da versión do disco Miña Galicia verde, do ano 1974.)



Los Tamara: Monólogo do vello traballador; Los Tamara; 1987; Pista 5

(Reedición da versión do disco Miña Galicia verde, do ano 1974.)


Antoloxía: Monólogo do vello traballador; Vai por tí, vello. Música e poesía; 2007; Pista 3

jueves, 10 de noviembre de 2016

Cancioneta

El burgués tiene la mesa,
la Iglesia tiene la misa,
el proletario la masa
y el fascismo la camisa.
¡Qué divertido es el mundo!
(¡Ay qué risa, ay, qué risa!)
Dando vueltas, dando vueltas
tan deprisa
con la mesa
con la misa
con la masa
y la camisa.

León Felipe: Siete poemas finales. Español del éxodo y del llanto (1939)

Versións:
Luis Pastor: Cancioneta; Vallecas; 1976; Cara A, Corte 5



Luis Pastor: Cancioneta; Piedra de sol; 2000; Pista 11

domingo, 6 de noviembre de 2016

Moitos pechan os ollos

Moitos pechan os ollos,
e pechan o corazón sin chave,
e déixanse nascer cada mañan
sin medo aos que defenden
un curruncho de terra
onde deitar os soños.
Moitos tápanse os ouvidos
pra non escoitar os prantos dos homes,
mentras as bombas
van destruindo os berros
das almas lastimeiras.
Moitos, con latexos choutándolles decote,
comenzan pola noite
a sachar os camiños,
ermos prados de ósos, sementes do anceio.
Moitos, cunha pinga de amor,
agardan alboradas de ledicia
como azas de choiva estrelecida.
Son moitos os que forxan
unha bandeira nova,
pra morder por ela.

María do Carme Kruckenberg: A sombra ergueita (1976)

Versións:
María do Carme Kruckenberg: Moitos pechan os ollos; Galiza a José Afonso. Concerto ao vivo. Castrelos (Vigo). Agosto 1985; 1999; CD1, Pista 4

sábado, 5 de noviembre de 2016

La casa

Ese que va por esa casa muerta
y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía
mientras empuja la pesada puerta,

ese que ve por la ventana abierta
llegar en gris como hace mucho el día
y que no ve que su melancolía
hace la casa mucho más desierta,

ese que amanecido, con el vino,
se arrima alucinado al mandarino
y con su corazón lo va tanteando,

ese ya no es, aunque parezca cierto,
es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando.

Manuel José Castilla: Posesión entre pájaros (1966)

Versións:
Manuel José Castilla: La casa; Los poetas que cantan en Cosquín (VVAA); 1972; Lado A, Corte 1

viernes, 4 de noviembre de 2016

Mis versos

“Estos son mis versos. Son como son. A nadie los pedí prestados. Mientras no pude encerrar íntegras mis visiones en una forma adecuada a ellas, dejé volar mis visiones: oh, cuánto áureo amigo que ya nunca ha vuelto! Pero la poesía tiene su honradez, y yo he querido siempre ser honrado. Recortar versos, también sé, pero no quiero. Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje. Amo las sonoridades difíciles, el verso escultórico, vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de lava. El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el Sol, se rompe en alas.
Tajos son éstos de mis propias entrañas —mis guerreros—. Ninguno me ha salido recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como las lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida.
No zurcí de éste y aquél, sino sajé en mí mismo. Van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre. Lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo lo he visto, yo), y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo que copiara sus rasgos. - De la extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento, arrebato de mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las he hecho surgir ante mí como las copio. De la copia yo soy el responsable. Hallé quebrados los vestidos, y otros no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados. Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal.
Todo lo que han de decir, ya lo sé, y me lo tengo contestado. He querido ser leal, y si pequé, no me avergüenzo de haber pecado.”

José Martí: Versos libres (1878-1882) (1913)

Versións:
Sara González: Mis versos; Versos José Martí cantados por Sara González; 1975; Cara A, Corte 1

jueves, 3 de noviembre de 2016

En el campo comunero

Tercera parte

En el campo comunero
apuntan las divergencias:
a un lado Juan de Padilla,
a otro, Lasso de la Vega.
Si el primero sólo quiere
continuar la pelea,
el segundo sólo habla
de negociar una tregua.
Por zanjar en la disputa
sin zanjar lo que convenga,
la Junta confía el mando
de las tropas comuneras
a don Pedro de Girón
que abandonó la realeza
por no haberle concedido
lo que del rey exigiera.
Padilla se va a Toledo,
la ciudad le hace gran fiesta.
Su esposa, con sólo verle
ya sanó de sus dolencias.
Mal les conoce Fadrique
al enviar con urgencia
a don Alonso Quiñones
que a María se presenta:
<<En nombre del almirante
vengo a haceros una oferta,
que a don Juan mucho le admira
por conocer su entereza
y también a vos admira
como a dama muy señera.
A gentes de tal linaje
nunca el reino las perdiera,
sobrado no está de brazos
ni sobrado de cabezas.
Olvidaros del pasado
que el futuro comprometa,
que el rey también se olvidara
si abandonarais la guerra.>>
No quiso doña María
dilatar más la respuesta:
<<Don Alonso de Quiñones,
por ahí tenéis la puerta.
No volváis a presentaros
con semejantes ofertas.
Mi esposo y yo todo dimos
a la causa comunera.
si al pueblo lo dimos todo,
es del pueblo la respuesta.
De llegar a preguntarle,
seguro que os respondiera
arrojándoos al Tajo
camino de Talavera.>>
       
 
En Villabrágima acampa
Girón con todas sus fuerzas
y la traición ronda en torno,
que el almirante no cesa
de enviar sus mensajeros
a proponer una tregua.
Fray Antonio de Guevara,
que es el alma de la empresa,
siete visitas le ha hecho
a la gente comunera
cuando Acuña le detiene
expulsándole a la fuerza.
Mas la traición cunde luego
si se compran las conciencias.
<<Pedro de Girón, don Carlos,
os guarda conde de Ureña
y en ducados con su efigie
os dará la recompensa.
Alejad de Tordesillas
a la tropa comunera.
Llevándola a Villalpando,
Tordesillas será nuestra.>>
       
 
Los álamos se estremecen
sin hojas que se estremezcan,
los surcos araña el cierzo,
los topos ya no se muestran.
Cumpliendo lo concertado,
Pedro de Girón aleja
sus tropas de Villabrágima
y a Villalpando las lleva.
Al ver sola a Tordesillas,
Acuña va a su defensa.
Es el cinco de diciembre
cuando los nobles se acercan.
Los clérigos zamoranos
se baten en las almenas.
derribando las escalas
que los reales acercan
v el combate se prolonga
toda la noche en tinieblas.
Al perderse Tordesillas,
la traición es descubierta.
Pedro de Girón ha huido
sin haber rendido cuentas.
       
 
No será muy tardo Acuña
en preparar la revancha.
Se lleva a Valladolid
todas las tropas que manda.
Ante su súbito ataque,
los reales se desbandan
sin ofrecer resistencia,
abandonando sus armas.
Por las calles adelante
va el obispo con su espada.
Apenas si el pueblo tiene
noticia de su llegada,
que invade todas las calles
y se concentra en la plaza.
Llegados frente a San pablo,
el obispo y su mesnada,
se alborotan las palomas
al repicar las campanas.
<<De nuevo la Santa Junta
se reunirá en esta sala.
Que sepan los imperiales
que si la lucha se alarga
el ánimo no ha de faltar
si la vida no faltara.>>
El día de San Silvestre,
cuando el año ya se acaba,
Juan de Padilla les llega,
con dos mil hombres cabalga.
Todos se echan a la calle,
nadie quiere estarse en casa.
¡Que aquellos que les combaten
abracen la misma causa,
los que del pueblo salieran
al pueblo no se enfrentaran,
que al rey ya sólo le sirva
soldadesca mercenaria;
el ejército es del pueblo,
al pueblo sólo le valga!
       
 
Con sus hombres va Padilla
una mañana de enero.
Avanzan sin detenerse
hasta llegar a Trigueros.
Al reunirse con Acuña,
hacen seis mil comuneros
que en Torre de Mormojón
penetran sin gran esfuerzo
y que de Ampudia se amparan
tras combatir con denuedo.
Por la orilla del Pisuersa
hasta Burgos se van luego.
La ciudad que al rey se diera
volverá a los comuneros,
con tal de que se presenten
para el veintitrés de enero.
Se alzan los conjurados
bajo el mando de un barbero
y el condestable sofoca
en sangre el levantamiento.
Al saber lo sucedido
Padilla empuña su acero:
<<Si el veintitrés es la cita,
ese día acudiremos.>>
Acuña y sus capitanes
le disuaden del intento
que si en Burgos se detienen
Valladolid queda expuesto
al ataque de los nobles
reunidos en Ríoseco.
Más vale que Acuña lleve
la batalla hasta sus feudos
y que Padilla se vuelva
junto a la Junta del Reino.
Al llegar a Fuensaldaña,
Padilla ya de regreso,
se aposenta en el castillo,
en guardia los ballesteros,
tras las troneras estrechas,
por las que penetra el cierzo.
Al alba del nuevo día
les llegan dos mensajeros
En el patio del castillo
Padilla les va al encuentro.
Las fogatas palidecen
cuando se esclarece el cielo.
Los de la Junta reclaman
a Padilla su consenso,
para la tregua que el nuncio
ha negociado con ellos.
Alzando la voz don Juan,
a sus hombres va diciendo:
<<Si la tregua nos ofrecen
es por ganarnos más tiempo,
esperando que Navarra
les envíe más refuerzos.
A Valladolid nos vamos
a cortar el desaliento,
que antes de vencer a extraños,
hay que vencer a los nuestros.>>
Valladolid con Padilla
levanta su ardor guerrero.
Si los grandes se congregan
en torno de Ríoseco
y baten Tierra de Campos
levantando más ejércitos,
Padilla se multiplica:
o lucha por Puente Duero,
o de Mucientes se ampara,
o se presenta en Renedo,
o hacia el norte vuelve grupas,
que con la Junta ha dispuesto:
<<Si en Cigales no se puede
dejar dos mil comuneros,
más vale que se destruya
la fortaleza del feudo.>>
En Cigales se presentan.
Es un siete de febrero.
Padilla a sus hombres dice:
<<¡Al palacio prended fuego,
que al conde de Benavente
den guarida en el infierno!
¡El trigo que almacenaba
se le queme en el incendio,
no le sirva a los señores
lo que segaron plebeyos!>>
Cuando las llamas se elevan,
teniendo al caballo en freno,
levanta su voz Padilla
por decirle a sus guerreros:
<<¡Destruidles las murallas,
excavadles el terreno,
anegadles las bodegas,
arrancadles los aperos,
despojadles del ganado,
y cegadles los veneros!>>
<<Don Juan, don Juan, los perales,
don Juan, don Juan, los almendros
no podremos arrancarlos
y ni talarlos podremos,
que el mal que costó plantarlos
es el único que hicieron.>>
<<Los que a la guerra han venido
no saben a qué vinieron.
Arrancaréis los perales
v talaréis los almendros.
No le den frutos a nadie,
no florezcan a sus dueños,
no les traigan primavera,
no les saquen de su invierno.>>
Con Girón perdió la Junta
al general que nombrara,
mas si Girón traicionó,
otro dará la batalla.
La elección de Pedro Lasso
es al final anunciada.
Al saberse la noticia,
por las calles y las plazas
los vecinos se congregan
e indignados se apalabran.
Van en busca de Padilla,
le encuentran en su morada,
sin que acabe de vestirse
se lo llevan en volandas.
La Junta sigue reunida
cuando irrumpen en su sala.
Posando a don Juan de pie
profieren cual amenaza:
<<Sólo a Padilla queremos.
Sin que nadie le nombrara
es Padilla nuestro jefe,
es Padilla quien nos manda.>>
Acuña y Padilla intentan
calmarles con sus palabras,
explicando que la Junta
a Lasso bien designara,
que tan alto caballero,
dando ejemplo con su espada,
por la causa comunera
desde el principio luchaba.
El pueblo no oye razones,
sólo la suya escuchara.
¡Qué amargura guarda Lasso!
¡Qué acíbar le entra en el alma!
       
 
El dieciséis de febrero
en Burgos, de madrugada,
entre faroles y cirios
un cadalso se levanta.
Varios frailes atraviesan
la vecindad congregada,
suenan trompas y tambores,
la voz de un pregón se alza:
<<Que sepan todos los pueblos
de los mis reinos de España
que en uso de mi poder
al que nadie menoscaba,
más absoluto y real
que antes de que estallara
la rebelión de que sufren
las ciudades castellanas;
condeno sin enjuiciarles
y con sentencia inmediata
doscientos cuarenta y nueve
comuneros de más talla
a morir, si son seglares,
y si clérigos, que salgan
de los conventos e iglesias
perdiendo cuanto les valga.
Firmado en Worms, vuestro rey
Carlos Primero de España.>>
Al acabarse el pregón
mil murmullos se levantan.
¡Viva Padilla!, alguien grita,
nadie su voz sofocara,
que amapola comunera
en todo el trigal se ampara.
       
 
Muy pronto en Valladolid
de lo de Burgos se habla.
Se enfurecen los vecinos
y se van hacia la plaza.
       
En menos que canta un gallo
un estrado se levanta,
cubierto de colgaduras
y de tapices de lana.
Al reunirse allí la Junta,
el pueblo le presta el habla:
       
<<Traidores y criminales
contra nosotros batallan
       
que grandes crímenes fueron
el que a Medina incendiaran
y el asalto a Tordesillas
       
que a sus vecinos mataban
por haber dado a la Junta
cuanto tenían en casa.
       
Luchar bien que todos luchen,
pero luchar cara a cara,
porque atacar a indefensos
es crimen, vileza y saña.
Por todo lo enumerado
que se sepa en las Españas
que criminales traidores
ahora mismo se proclaman
al almirante Fadrique,
condes de Haro y de Alba,
al condestable Velasco
y a cuantos les secundaran.
Los condes de Benavente
y de Salinas, no salgan
libres de nuestra condena,
condena con que se alcanza
hasta al obispo de Astorga
que se plugo en la venganza.>>
       
 
El veintidós de febrero
al filo de la mañana
a Torrelobatón llega
Padilla con su mesnada.
Siete mil infantes tiene,
le siguen quinientas lanzas.
Muchos son los que más nunca
habrán de contar la hazaña.
Todo un día se prolonga
el ataque de la plaza
y otros dos días se vuelve
a repetir la batalla.
Al cuarto, ya han conseguido
que les ceda la muralla.
No logran los imperiales
resistirles la avalancha.
Su jefe, don Garci Osorio,
ha de entregarle la espada
a Padilla, su rival,
el jefe del pueblo en armas,
que al mismo rey le venciera,
si el propio rey batallara.
Noticia de la victoria
por Castilla se propaga
y acuden más voluntarios
para empuñar las adargas.
Los campesinos entregan
el grano de sus labradas,
los menestrales ofrecen
cuanto tienen en sus casas,
y el pueblo le da a los suyos
aunque nadie se lo manda,
negando a los imperiales
los víveres que reclaman.
¡Qué los grajos se alimenten
de la carroña robada!
       

Luis López Álvarez: Los Comuneros (1972)

Versións:
Nuevo Mester de Juglaría: Carlos I condena a los comuneros*; Pista 7



El obispo Acuña**; Los Comuneros; 1976; Pista 8



Lujuria: Traidores y criminales contra nosotros batallan***; Y la yesca arderá; 2006; Pista 10



*[A versión musical do grupo Nuevo Mester de Juglaría comeza cun fragmento do poema En Ávila está reunida, pertencente á segunda parte da obra Los Comuneros, de Luis López Álvarez, do ano 1972.]
**[A versión musical do grupo Nuevo Mester de Juglaría remata cun fragmento do poema Si en Rioseco los nobles, pertencente á cuarta parte da obra Los Comuneros, de Luis López Álvarez, do ano 1972.]
***[A versión musical do grupo Lujuria está composta por varios fragmentos do poema En Torrelobatón, Padilla, pertencente á quinta parte da obra Los Comuneros, de Luis López Álvarez, do ano 1972; servindo este fragmento como estribillo.]

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Milonga para los orientales

Milonga que este porteño
dedica a los orientales,
agradeciendo memorias
de tardes y de ceibales.

El sabor de lo oriental
con estas palabras pinto,
es el sabor de lo que es
igual y un poco distinto.

Milonga de tantas cosas
que se van quedando lejos;
la quinta con mirador
y el zócalo de azulejos.

En tu banda sale el sol
apagando la farola
del Cerro y dando alegría
a la arena y a la ola.

Milonga de los troperos
que hartos de tierra y camino
pitaban tabaco negro
en el Paso del Molino.

A orillas del Uruguay,
me acuerdo de aquel matrero
que lo atravesó, prendido
de la cola de su overo.

Milonga del primer tango
que se quebró, nos da igual,
en las casas de Junín
o en las casas de Yerbal.

Como en los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y a gloria.

Milonga de aquel gauchaje
que arremetió con denuedo
en la pampa, que es pareja,
o en la Cuchilla de Haedo.

¿Quién dirá de quiénes fueron
esas lanzas enemigas
que irá desgastando el tiempo,
si de Ramírez o Artigas?

Para pelear como hermanos
era buena cualquier cancha;
que lo digan los que vieron
su último sol en Cagancha.

Hombro a hombro o pecho a pecho,
cuántas veces combatimos.
¡Cuántas veces nos corrieron,
cuántas veces los corrimos!

Milonga del olvidado
que muere y que no se queja;
milonga de la garganta
tajeada de oreja a oreja.

Milonga del domador
de potros de casco duro
y de la plata que alegra
el apero del oscuro.

Milonga de la milonga
a la sombra del ombú,
milonga del otro Hernández
que se batió en Paysandú.

Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas.

Jorge Luis Borges: Para las seis cuerdas (1965)

Versións:
Vitor Ramil: Milonga para los orientales; Délibáb; 2010; Pista 11

martes, 1 de noviembre de 2016

Incendio del compadre

Materia paternal,
              siempre amanece
pisando en lo robusto de la sangre.
Su estatura rotunda se sostiene
en la sombra floral de la mañana.
De una orilla a otra de la vida,
sujetando el origen por sus márgenes,
entra a lo geográfico del día
la filiación terrestre del compadre.
Él siempre estuvo aquí. Sobre esta tierra
su boca ha sido náufrago y testigo.
Por donde fuera el viento iba su rostro
buscando semillar y hacerse sitio.
Él siempre estuvo aquí. Tuvo sus hembras,
sus parientes de luto, sus vecinos.

La costumbre rural de su alegría
anda diseminada por el vino.

Yo lo sé amanecer cuando amanezco
claro, puro país, pueblo, heredero
y él pasa ante mis ojos por la tarde
como una hechura regional del tiempo.

—patrón, hoy no me espere. He cumplido otro tranco.
No hay modo de atajarme si ando de calendario.

La tarde va vestida de estival amarillo.
Giraluz de la altura su bandería clara.
Rodeada está de ríos. Ceñida de palomas.
Se le ha quedado inmóvil la silueta en los álamos.

—patrón, borre este día. Más tarde lo igualamos.
Qué primavera el mundo después del primer trago.

Hoy es día de grillos. Fecha de cancionero.
El compadre ha salido a celebrar su Santo.
Por la tarde que pasa con el aire dormido
la luz alza las ropas del cielo desflorado.

—patrón, tenga su sombra. Guárdese su salario.
Hoy no me da la gana de alquilarle los brazos.

Ahora no hay medida. Se ha incendiado el compadre.
La alegría le llena de pájaros la sangre.
El día sale a verlo. Él saluda a los árboles.
Como un zonda de júbilo avanza por la calle.

El sol cae de cobre degollando los cerros.
Topetando las sombras va el grito del compadre.
Allá espera el boliche con la noche en el medio.
El paisaje lo bebe. Y él se bebe el paisaje.

Armando Tejada Gómez: Los compadres del horizonte (1961)

Versións:
Armando Tejada Gómez: Incendio del compadre; Los poetas que cantan en Cosquín (VVAA); 1972; Lado B, Corte 14



Armando Tejada Gómez: Incendio del compadre; César Isella con todos; 1974; Lado 2, Corte 2



Armando Tejada Gómez: Incendio del compadre; Vigencia; 2005; CD1; Pista 20



*[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta actual para evitar duplicidades.]