CANTO PRIMERO
Cuando el siglo diez i ocho promediaba,
Cierto Marqués vivía en nuestro suelo,
Que las ideas i usos conservaba
Que le legó su castellano abuelo:
Quiero decir que la mitad pasaba
De su vida pensando en irse al cielo:
Viejo devoto i de costumbres puras,
Aunque en su mocedad hizo diabluras.
I amaba tanto las usanzas godas,
Que él hubiera mirado cual delito
El que se hablase de francesas modas,
O a París se alabase de bonito.
Sobre la filiación de casi todas
Las familias de Chile era perito,
I de cualquier conquistador la historia
Recitaba fielmente su memoria.
Como era en esta ciencia tan adepto,
Aducía argumentos con destreza
Para hacer verosímil su concepto
De derivar de reyes su nobleza.
Nosotros hoi llamáramos inepto
Al hombre que albergase en su cabeza
De loca vanidad tales vestigios;
Mas esto era frecuente en otros siglos.
I bien podía mi Marqués sin mengua
Alarde hacer de pretensión tan loca,
Porque él era mui rico i ¿a qué lengua
No hace callar tan fuerte tapaboca?
En vano contra el oro se deslengua
Un moralista, i su valor apoca:
Lo que yo siempre he visto desde chico,
Es que hace impune cuanto quiere el rico.
En el año una vez sus posesiones
Visitaba el Marqués por el verano,
Ejerciendo en sus siervos i peones
La amplia jurisdicción de un soberano;
I luego a los primeros nubarrones
Que anunciaban el invierno cano,
Exento de molestias i pesares,
Tornaba con gran pompa a sus hogares.
I ora mandado hacer un novenario
En que sonaban cajas i cohetes,
Ora una procesión con lujo vario
De arcos triunfales, música i pebetes,
De admiración llenaba al vecindario,
I daba a las beatas i vejetes
para conversación fecundo tema,
En que ensalzan su piedad estrema.
Como ningún quehacer le daba prisa,
Dormía hasta las ocho este magnate:
En su oratorio le decían misa,
I tomaba después su chocolate.
La comida a las doce era precisa,
I la siesta después, i luego el mate,
I tras esto, por vía de recreo,
Iba a dar en calesa su paseo.
A oraciones se vuelve, i si del templo
Llama a escuela del Cristo el campanario,
El Marqués i los suyos dan ejemplo
De infalible asistencia el vecindario.
Si no hai distribución, ya le contemplo
Rezar con la familia su rosario,
I luego ir a palacio diligente,
Para hacerle la corte al Presidente.
A las diez de la noche se despide,
Sin propasarse un punto de esta hora,
I vuelto a su mansión, la cena pide,
Porque ya el apetito le devora.
Con su cuerpo en seguida un lecho mide,
Donde cabrían bien sus cuatro ahora,
I viniéndole el sueño dulce i blando,
A las once el Marqués se halla roncando.
(…)
Salvador Sanfuentes: El campanario* (1842)
Versións:
Eduardo Peralta: El campanario; XXI poetas chilenos; 2009; Pista 2
*[Publicada orixinalmente no Semanario de Santiago, no ano 1842. Recollido en Salvador Sanfuentes: Leyendas nacionales; Biblioteca chilena, publicada bajo la dirección de los señores Luis Montt i J. Abelardo Núñez; Santiago de Chile; 1885.]
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