sábado, 8 de octubre de 2016

Arcángel de los días

            I
Musical, pero simple lo mismo que una flauta,
Así es esta paciencia dolida de tu nombre.
Cuántas veces la dije.
La llevé en mi silencio
Y la alumbré en la luz cordial de mi entusiasmo.
Y hasta jugué con ella, lo mismo que algún niño,
Que modela figuras
Con un trozo de alambre.


Su aire está en mi aire
Y su imagen se forma,
De lágrimas sonrientes
De sudor y batallas.
Y duele sobre el mío
Porque en él se clavó desolado y sangrante.
Tiradme con un eco de su vientre difícil,
Que entre mi voz haré
Monedas musicales.


Echad sobre la herida inventada en mis manos,
Un poco de su tierra
Feroz y aventurera;
Que entonces,
Ah, entonces!...
Las ardidas palabras que guardé tantos años
Me brotarán desnudas en aires de vidalas
Para decir cantando
Su raro abecedario.


            II
Decidle al guitarrero
Que va horadando noches con sus amargas coplas,
Que yo voy hacia él, para cantar como él.
Y hermanar entre sombras su voz con mi deseo.


Que yo voy hacia él,
A buscar la espaciosa palabra alucinada
Con que mejor se pueda
Señalar esta tierra.


Yo vengo de los simples y difíciles arbustos,
En donde el abultado silencio de los troncos
Delimita en las noches la música del miedo.
Donde los jarillales simulan abejorros
Y sacuden la piedra con sus manos de selva.
Y el agua hecha pedazos, en los tiempos mejores,
Dejó su rastro verde, entre el cuarzo y la greda.


Yo vi rodar las bestias con ojos de perfidia
Vi cómo las colinas engrillaban de nieve
A las majadas mansas, y al hombre forastero.


Oh! brutal epopeya de la tierra hechicera.
Yo que he visto sus moles más arriba del cuello,
Por su risco barbado
Por su abismo sonoro
Por su entraña de estrella
Por la muerte y la niebla


Digo:
Que eres hermana
Del infierno y el cielo.


            IV
Cómo no recordar donde estaba el principio;
El pequeño principio
De estas soberbias cosas

Yo fui antes que el liquen, la sal y las arenas,
Tal vez antes que Dios pintara los caminos.
Epicentros informes rodeaban mi cabeza,
Horizontes de sed acodaban distancias.
Pero un día la anchura se vestía de anchura,
Y el humo arrodillaba su condición de humo,
Se achicaban las sombras y alumbraban las cosas.

Débiles esqueletos con mutación de asombro,
Con sustancia total, entre los pulsos ciegos:
Y nacía la savia biológica del polen.

A lo lejos, crecían catedrales de piedra
Y llanuras desnudas, extrañas y lejanas.

Era el alumbramiento servicial de la greda,
Que llamaba a la luz, para encantar las manos!

De allí la eternidad de este rostro sin rostro,
Ecuación musical, de razón perdurable.

Era el alumbramiento servicial de la greda,
Que llamaba a la luz para encantar las manos.

... Y mi nombre,
En la orilla de su alto crecimiento,
Aprendiendo su voz, para un día cantarla.

Ariel Ferraro: Serenata de greda (1953)

Versións:
Ariel Ferraro: Arcángel de los días; Lado A, Corte 6



El guitarrero; Los poetas que cantan en Cosquín (VVAA); 1972; Lado A, Corte 7

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