Lunes se decía, Lunes,
tres horas de mediodía,
cuando el Duque de Braganza
con la Duquesa reñía,
levantados los manteles,
de sobremesa tardía,
¡Ayla labira!
No riñen por intereses
ni riñen por celosía,
sino porque es uno y otra,
porfía contra porfía,
¡Ay lalá lalabira!
Ya el Duque de pie se pone,
tirando tras sí la silla;
ya la Duquesa de frente
se alza y lo desafía.
«Aquí el que manda soy yo,
y vos sois mandada mía»,
¡Ayla labira!
«Ni soy mandada de nadie
ni es de siervos mi familia,
ni vine aquí de criada
cuando vine de Castilla»,
¡Ay lalá lalabira!
«¡No me alcéis la voz, Duquesa!»
«¡No me alce la suya usía!»
Ya ha tirado de la espada,
ya contra ella se iba,
y amaga, ciego, y amaga
que cuchillada le tira,
¡Ayla labira!
Ella levanta las manos,
y ase la hoja buída,
que le corta y la ensangrienta
por brazos y por camisa,
¡Ay lalá lalabira!
«¡Soltéis la espada, Duquesa,
que os tajáis la carne viva!»
«Así me taje hasta el hueso,
no esperéis, no, que me rinda.
¡Acorredme, caballeros,
los que traje de Castilla!»,
¡Ayla labira!
En la antesala eran todos
portugueses los que había,
que no entendían las voces
o hacían que no entendían,
¡Ay lalá lalabira!
si no es un pajecillo,
que a las voces acudía,
y aunque temblando de miedo,
de la compasión le grita:
«¡Deja a la Duquesa, Duque!
¿Por qué le haces herida?»,
¡Ayla labira!
El Duque, al oír al niño,
a él se revuelve con ira,
y al querer irse corriendo,
lo agarra allí y lo acuchilla,
¡Ay lalá lalabira!
Ya la Duquesa se vuelve,
que blanca de horror lo mira:
«Y ahora es a vos a quien toca:
pagar habéis con la vida.»
«Matadme, Duque, matadme,
que ya veros no podría,
¡Ayla labira!
pero decid qué os debo
que he de pagar con la vida.»
«No tengo que rendir cuentas,
ni sois vos para pedirlas»,
¡Ay lalá lalabira!
«Ya mi padre y mis hermanos
os las pedirán cumplidas.»
«¿Aún amenazas, señora?»
«O si no, a tus hijos mira,
que vas a dejar sin madre
por una furia baldía,
¡Ayla labira!
¿o es porque te he dado hijos
por lo que me aborrecías?»
«Ya criarán a tus hijos:
tú ahora muere, maldita»,
¡Ay lalá lalabira!
«¿Por qué? ¿Por qué?» «Calla y muere:
mira ahí en la tarima
ese niño al que he matado,
y ahí corre su sangre niña:
por tu culpa lo he matado,
y has de pagar col la vida»,
¡Ayla labira!
y sin más, en su arrebato,
la arrincona a las cortinas,
y ciegamente la espada
entre los pechos le hinca,
¡Ay lalá lalabira!
Apenas se arrumba al suelo
y el chorro de sangre brinca,
que él sobre ella se agacha,
y aullando así le suplica:
«¡Vive, vive! No me dejes.
Perdóname, vida mía»,
¡Ayla labira!
Y ella, muriendo, le habla,
y con palabras espira:
«Te perdono como al rayo
se le perdona su chispa,
¡Ay lalá lalabira!
Te perdono como al mar
se le perdonan sus iras;
como se perdona al fuego
que la casa nos arruina;
como al granizo perdona
quien le apedreó la viña,
¡Ayla labira!
como perdonan las rosas
al viento que las marchita;
como a la peste perdona
el que de peste moría.»
¡Ay lalá lalabira!
Agustín García Calvo: Ramo de romances y baladas (1991)
Versións:
Luis Ramos: Romance de la Duquesa y de la sangre; Editorial Lucina/Cancionero; 2009
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