Los pianos golpean con sus colas
enjambres de violines y de violas.
Es el vals de las solas
y solteras,
el vals de las muchachas casaderas,
que arrebata por rachas
su corazón raído de muchachas.
Adonde llevará esa leve brisa,
a que jardín con luna esa sumisa
corriente
que gira de repente
desatando en sus vueltas
doradas cabelleras, ahora sueltas,
borrosas, imprecisas
en el río de música y metralla
que es un vals cuando estalla
sus trompetas.
Todavía inquietas,
vuelan las flautas hacia el cordelaje
de las arpas ancladas en la orilla
donde los violonchelos se han dormido.
Los oboes apagan el paisaje.
Las muchachas se apean en sus sillas,
se arreglan el vestido
con manos presurosas y sencillas,
y van a los lavabos, como después de un viaje.
Ángel González: Intermedio de canciones, sonetos y otras músicas. Tratado de urbanismo (1967)
Versións:
Pedro Guerra: Vals de atardecer; La palabra en el aire; 2003; Pista 22
miércoles, 17 de septiembre de 2025
lunes, 15 de septiembre de 2025
Quisiera desdormirme y desandarme
A José María Gómez Sanjurjo
noble poeta y noble amigo
Quisiera desdormirme y desandarme
Quisiera desfirmarme y desdecirme
Quisiera devolverme y desllorarme
Quisiera a veces desarrepentirme
Por largas avenidas des-soñarme
Los sueños que olvidé desolvidarme
Sombra volver el cuerpo Desamarme
Presentirme Saber dónde buscarme
Mi propio llanto y ser y así sorberme
Y ser el metro con el cual medirme
el vaso con el cual mi sed beberme
y el puño que el mal golpe ha de infligirme
Quisiera alguna vez ser la cuchilla
que me corta y saber lo que ella siente
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Quisiera alguna vez sencillamente
andar descalza por mi propia orilla
Josefina Plá: Follaje del tiempo (1965-1979) (1982)
Versións:
Hilda Lizarazu e Vero Bellini: Quisiera; La canción de las poetas; 2023; Pista 3
noble poeta y noble amigo
Quisiera desdormirme y desandarme
Quisiera desfirmarme y desdecirme
Quisiera devolverme y desllorarme
Quisiera a veces desarrepentirme
Por largas avenidas des-soñarme
Los sueños que olvidé desolvidarme
Sombra volver el cuerpo Desamarme
Presentirme Saber dónde buscarme
Mi propio llanto y ser y así sorberme
Y ser el metro con el cual medirme
el vaso con el cual mi sed beberme
y el puño que el mal golpe ha de infligirme
Quisiera alguna vez ser la cuchilla
que me corta y saber lo que ella siente
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Quisiera alguna vez sencillamente
andar descalza por mi propia orilla
Josefina Plá: Follaje del tiempo (1965-1979) (1982)
Versións:
Hilda Lizarazu e Vero Bellini: Quisiera; La canción de las poetas; 2023; Pista 3
viernes, 12 de septiembre de 2025
Valle del alba
Al alba, a la adormidera pura de los geómetras del sueño, los
carboneros y los que transportan tinajas bajaban a las
calles desde las aldeas del bosque, repartían sustancias
como el calor y la leche, y yo los escuchaba, yo los
escuchaba pasar hasta perderse hasta olvidarse, más allá
de mí mismo, más allá del humo de los trenes y las
montañas nevadas.
Aves del amanecer, potros del alba. Gente de la ciudad a cuyas
puertas, tirsos y vapor de caravanas, tañe su juventud la
primavera. Los que amansan caballos, hombres cuyo
oficio es la madrugada, pescadores de batracios en las
charcas umbrías de la aurora y los que curten blancas
pieles de cabra bajo la jauría de las estrellas.
Multitud de los valles sembrados de cilantro, multitud azul
de la tristeza, muchachas de las cabañas que recolectáis
especias, manos enternecidas por la siringa y los pájaros.
Vosotros cuyo silencio no conoce la duración del olvido,
timbradores de címbalos, carpinteros de cancelas para
los animales en celo, lejanas mujeres de los casares que
alimentáis ocas las tardes de lluvia
Esta es la hora de los ancianos alrededor de una fuente, losa
de la cavilación y la antigüedad del anochecer. Ciudad de
los que juegan a las tabas bajo los árboles, consentidos
aduladores del meteoro y la botánica, musicantes
silvestres.
Mi corazón os ha oído, mi corazón largamente ha escuchado
el silbo de los astros y al urogallo del bosque. Voces de
la diversidad y la astucia junto a la lonja reverdecida
por la albahaca de mayo. Voz de los gramáticos y voz
de las viudas ante las jaulas de mimbre, exclamación
del silencio en los atrios de la serenidad y exclamación de
las bestias bajo los puentes ante las herramientas de filo.
Día afligido por un pensamiento cuya sombra no existe. Día
nombrado por la prudencia de quien descifra el telégrafo,
de quien blanquea un asilo o azoga la soledad de la
muerte en la humedad de una fonda.
Concurrencia agreste que acude a mi alma, gente de la colina,
gente de las afueras que comerciáis en la plaza, el que
machaca romero sobre una piedra de sílice y el que
enjambra colmenas entre las matas de urces. País de los
trenzadores de banastas, país de los melodistas de
armónicas y vendedores de cebos en la extensión de la
niebla.
Extranjeros guiados por el aliento de la muerte, constructores
de estatuas y maestros de esquila bajo la curva de los soportales.
Muchachos de aldea, muchachos cuya memoria es veloz
como el rayo y se desvanece y no alumbra. Jóvenes de una
orilla del río, cuerpos de la alameda con una hoz y una
azada bajo el aullido de las estrellas. Ebrios adolescentes
en el fervor del agua, los solitarios bajo la sombra de
los viejos puentes de madera y los que al atardecer
contempláis con delicia el jaspe mojado de la melancolía
y los sueños.
Hablad de este día, decid de qué perlada víspera de nieve
llegáis a mi boca, día de las mujeres fértiles junto a las
viñas, día de los dóciles, de los que tallan báculos y de
los tintoreros de género.
Gente del río, escamadores de peces, los que engarzan la pluma
vívida de los anzuelos y los que sois transparentes como
una boya de vidrio en la adivinación de los vientos, gente
del estero y los vados, aguadores del amanecer que
entonáis en el prado la romanza furtiva de los que saetean
alondras.
Tierra que cantas debajo de la tierra. Tierra elegida por los
bebedores de vino que trazaron la línea del horizonte
y los mapas. Los que encendieron hogueras, el pastor
de relámpagos y los acopiadores de bayas, tribu del
anochecer, resplandor de los dioses sobre las colinas
de hierba. Tierras del alba, frontera de los pulsadores de
cítara, pueblo cuya soledad es dulce en el sonido de mi
corazón.
País de la semilla, país de la ribera donde balan las corzas.
Habitantes del valle, gentes del oeste atravesando la
niebla. Este es el lugar donde la vida, este es el lugar
donde la muerte, ferreteros y sastres, bailinistas cuya
felicidad es útil en la celebración, el que construye un
palomar y quien se inclina ante el fuego.
Virtud de las básculas en los establecimientos del jueves,
virtud de las artesas con sal, aroma de las droguerías.
Gente que transcurre en la plaza, el señalado del alba, el
campanero, los que hornean hogazas y el linotipista de
esquelas.
Humo y silencio de los dialectos del monte. Esa mujer que
está sola. El estambre de lana y la parra del pozo. El
pensamiento de esa mujer que fue joven y soñó con
el mar y ha envejecido. La habitación de sombra, la oscura
que está ahí como leña cortada, como el agua profunda
mientras sufren las norias, mientras cruzan los pájaros
hacia las ínsulas ardientes del otoño, los pájaros morados
del olvido, las aves del ciprés, los mirlos muertos, los
pájaros egipcios de la noche, los pájaros sagrados del
incesto.
Hace ya mucho tiempo que han ardido los bosques, hace ya
mucho tiempo que en los establos de heno la soledad
aventa los vilanos del cardo.
Valle sin misericordia, lo palidecido en las hojas de los robledales
eternos y las voces heladas del druida.
Juan Carlos Mestre: Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (1986)
Versións:
Juan Carlos Mestre: Al alba; Antífona del otoño en el Valle del Bierzo; 2004; Pista 5
carboneros y los que transportan tinajas bajaban a las
calles desde las aldeas del bosque, repartían sustancias
como el calor y la leche, y yo los escuchaba, yo los
escuchaba pasar hasta perderse hasta olvidarse, más allá
de mí mismo, más allá del humo de los trenes y las
montañas nevadas.
Aves del amanecer, potros del alba. Gente de la ciudad a cuyas
puertas, tirsos y vapor de caravanas, tañe su juventud la
primavera. Los que amansan caballos, hombres cuyo
oficio es la madrugada, pescadores de batracios en las
charcas umbrías de la aurora y los que curten blancas
pieles de cabra bajo la jauría de las estrellas.
Multitud de los valles sembrados de cilantro, multitud azul
de la tristeza, muchachas de las cabañas que recolectáis
especias, manos enternecidas por la siringa y los pájaros.
Vosotros cuyo silencio no conoce la duración del olvido,
timbradores de címbalos, carpinteros de cancelas para
los animales en celo, lejanas mujeres de los casares que
alimentáis ocas las tardes de lluvia
Esta es la hora de los ancianos alrededor de una fuente, losa
de la cavilación y la antigüedad del anochecer. Ciudad de
los que juegan a las tabas bajo los árboles, consentidos
aduladores del meteoro y la botánica, musicantes
silvestres.
Mi corazón os ha oído, mi corazón largamente ha escuchado
el silbo de los astros y al urogallo del bosque. Voces de
la diversidad y la astucia junto a la lonja reverdecida
por la albahaca de mayo. Voz de los gramáticos y voz
de las viudas ante las jaulas de mimbre, exclamación
del silencio en los atrios de la serenidad y exclamación de
las bestias bajo los puentes ante las herramientas de filo.
Día afligido por un pensamiento cuya sombra no existe. Día
nombrado por la prudencia de quien descifra el telégrafo,
de quien blanquea un asilo o azoga la soledad de la
muerte en la humedad de una fonda.
Concurrencia agreste que acude a mi alma, gente de la colina,
gente de las afueras que comerciáis en la plaza, el que
machaca romero sobre una piedra de sílice y el que
enjambra colmenas entre las matas de urces. País de los
trenzadores de banastas, país de los melodistas de
armónicas y vendedores de cebos en la extensión de la
niebla.
Extranjeros guiados por el aliento de la muerte, constructores
de estatuas y maestros de esquila bajo la curva de los soportales.
Muchachos de aldea, muchachos cuya memoria es veloz
como el rayo y se desvanece y no alumbra. Jóvenes de una
orilla del río, cuerpos de la alameda con una hoz y una
azada bajo el aullido de las estrellas. Ebrios adolescentes
en el fervor del agua, los solitarios bajo la sombra de
los viejos puentes de madera y los que al atardecer
contempláis con delicia el jaspe mojado de la melancolía
y los sueños.
Hablad de este día, decid de qué perlada víspera de nieve
llegáis a mi boca, día de las mujeres fértiles junto a las
viñas, día de los dóciles, de los que tallan báculos y de
los tintoreros de género.
Gente del río, escamadores de peces, los que engarzan la pluma
vívida de los anzuelos y los que sois transparentes como
una boya de vidrio en la adivinación de los vientos, gente
del estero y los vados, aguadores del amanecer que
entonáis en el prado la romanza furtiva de los que saetean
alondras.
Tierra que cantas debajo de la tierra. Tierra elegida por los
bebedores de vino que trazaron la línea del horizonte
y los mapas. Los que encendieron hogueras, el pastor
de relámpagos y los acopiadores de bayas, tribu del
anochecer, resplandor de los dioses sobre las colinas
de hierba. Tierras del alba, frontera de los pulsadores de
cítara, pueblo cuya soledad es dulce en el sonido de mi
corazón.
País de la semilla, país de la ribera donde balan las corzas.
Habitantes del valle, gentes del oeste atravesando la
niebla. Este es el lugar donde la vida, este es el lugar
donde la muerte, ferreteros y sastres, bailinistas cuya
felicidad es útil en la celebración, el que construye un
palomar y quien se inclina ante el fuego.
Virtud de las básculas en los establecimientos del jueves,
virtud de las artesas con sal, aroma de las droguerías.
Gente que transcurre en la plaza, el señalado del alba, el
campanero, los que hornean hogazas y el linotipista de
esquelas.
Humo y silencio de los dialectos del monte. Esa mujer que
está sola. El estambre de lana y la parra del pozo. El
pensamiento de esa mujer que fue joven y soñó con
el mar y ha envejecido. La habitación de sombra, la oscura
que está ahí como leña cortada, como el agua profunda
mientras sufren las norias, mientras cruzan los pájaros
hacia las ínsulas ardientes del otoño, los pájaros morados
del olvido, las aves del ciprés, los mirlos muertos, los
pájaros egipcios de la noche, los pájaros sagrados del
incesto.
Hace ya mucho tiempo que han ardido los bosques, hace ya
mucho tiempo que en los establos de heno la soledad
aventa los vilanos del cardo.
Valle sin misericordia, lo palidecido en las hojas de los robledales
eternos y las voces heladas del druida.
Juan Carlos Mestre: Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (1986)
Versións:
Juan Carlos Mestre: Al alba; Antífona del otoño en el Valle del Bierzo; 2004; Pista 5
jueves, 11 de septiembre de 2025
Progreso
Hubo un tiempo de amor contemplativo
En que el saber, muy poco positivo,
Confundiendo la tierra con los cielos,
Ensalzaba las vírgenes modelos.
Y en que inspirándoles horror profundo
La realidad prosaica de este mundo,
Las muchachas de quince primaveras
Se arrobaban en místicas quimeras.
Pero desde que el hombre sabio y fuerte,
Compadecido de su incierta suerte,
Discute con profundos pareceres
La educación moral de las mujeres;
Desde que ha definido su destino,
No señalándole más que un camino,
Y ni virtud ni utilidad concilia
Sin la maternidad en la familia;
Ya saben ellas desde muy temprano
Que amar un ideal es sueño vano,
Que su único negocio es buscar novio
Y quedar solterona el peor oprobio.
Ninguna ha de quedar chasqueada hoy día
Por elegir —como antes sucedía—
Que hoy ocupa el lugar de la inocencia
La prematura luz de la experiencia.
Hoy del amor, preciso es no hacer caso,
Porque el amor es pobre y pide plazo,
Y por salir cuanto antes del apuro
Se acepta lo más próximo y seguro
De modo que todo hombre hoy al casarse
Podrá con la certeza consolarse
De que —a no serlo suya— siempre fuera
Su adorada mitad de otro cualquiera.
Adela Zamudio: Peregrinando (1943)
Versións:
Teresa Parodi e Vero Bellini: Progreso; La canción de las poetas; 2023; Pista 11
En que el saber, muy poco positivo,
Confundiendo la tierra con los cielos,
Ensalzaba las vírgenes modelos.
Y en que inspirándoles horror profundo
La realidad prosaica de este mundo,
Las muchachas de quince primaveras
Se arrobaban en místicas quimeras.
Pero desde que el hombre sabio y fuerte,
Compadecido de su incierta suerte,
Discute con profundos pareceres
La educación moral de las mujeres;
Desde que ha definido su destino,
No señalándole más que un camino,
Y ni virtud ni utilidad concilia
Sin la maternidad en la familia;
Ya saben ellas desde muy temprano
Que amar un ideal es sueño vano,
Que su único negocio es buscar novio
Y quedar solterona el peor oprobio.
Ninguna ha de quedar chasqueada hoy día
Por elegir —como antes sucedía—
Que hoy ocupa el lugar de la inocencia
La prematura luz de la experiencia.
Hoy del amor, preciso es no hacer caso,
Porque el amor es pobre y pide plazo,
Y por salir cuanto antes del apuro
Se acepta lo más próximo y seguro
De modo que todo hombre hoy al casarse
Podrá con la certeza consolarse
De que —a no serlo suya— siempre fuera
Su adorada mitad de otro cualquiera.
Adela Zamudio: Peregrinando (1943)
Versións:
Teresa Parodi e Vero Bellini: Progreso; La canción de las poetas; 2023; Pista 11
miércoles, 10 de septiembre de 2025
Valdivia (1544)
XXI
Pero volvieron.
(Pedro se llamaba.)
Valdivia, el capitán intruso,
cortó mi tierra con la espada
entre ladrones: «Esto es tuyo,
esto es tuyo, Valdés, Montero,
esto es tuyo, Inés, este sitio
es el cabildo».
Dividieron mi patria
como si fuera un asno muerto.
«Llévate
este trozo de luna y arboleda,
devórate este río con crepúsculo»,
mientras la gran cordillera
elevaba bronce y blancura.
Asomó Arauco. Adobes, torres,
calles, el silencioso
dueño de casa levantó sonriendo.
Trabajó con las manos empapadas
por su agua y su barro, trajo
la greda y vertió el agua andina:
pero no pudo ser esclavo.
Entonces Valdivia, el verdugo,
atacó a fuego y a muerte.
Así empezó la sangre,
la sangre de tres siglos, la sangre océano,
la sangre atmósfera que cubrió mi tierra
y el tiempo inmenso, como ninguna guerra.
Salió el buitre iracundo
de la armadura enlutada
y mordió al promauca, rompió
el pacto escrito en el silencio
de Huelén, en el aire andino.
Arauco comenzó a hervir su plato
de sangre y piedras.
Siete príncipes
vinieron a parlamentar.
Fueron encerrados.
Frente a los ojos de la Araucanía,
cortaron las cabezas cacicales.
Se daban ánimo los verdugos. Toda
empapada de vísceras, aullando,
Inés de Suárez, la soldadera,
sujetaba los cuellos imperiales
con sus rodillas de infernal harpía.
Y las tiró sobre la empalizada,
bañándose de sangre noble,
cubriéndose de barro escarlata.
Así creyeron dominar Arauco.
Pero aquí la unidad sombría
de árbol y piedra, lanza y rostro,
transmitió el crimen en el viento.
Lo supo el árbol fronterizo,
el pescador, el rey, el mago,
lo supo el labrador antártico,
lo supieron las aguas madres
del Bío Bío.
Así nació la guerra patria.
Valdivia entró la lanza goteante
en las entrañas pedregosas
de Arauco, hundió la mano
en el latido, apretó los dedos
sobre el corazón araucano,
derramó las venas silvestres
de los labriegos,
exterminó
el amanecer pastoril,
mandó martirio
al reino del bosque, incendió
la casa del dueño del bosque,
cortó las manos del cacique,
devolvió a los prisioneros
con narices y orejas cortadas,
empaló al Toqui, asesinó
a la muchacha guerrillera
y con su guante ensangrentado
marcó las piedras de la patria,
dejándola llena de muertos,
y soledad y cicatrices
Pablo Neruda: III. Los Conquistadores. Canto General (1950)
Versións:
Aparcoa e Mario Lorca: Resistencia de Arauco: melodía araucana*; Canto General; 1971; LP1, Lado 2, Corte 6
*[O recitativo deste fragmento do poema, na voz de Mario Lorca, remata co primeiro verso do poema Avanzando en las tierras de Chile, da obra de Pablo Neruda: Los Libertadores. Canto General, do ano 1950; na voz do mesmo intérprete.]
Pero volvieron.
(Pedro se llamaba.)
Valdivia, el capitán intruso,
cortó mi tierra con la espada
entre ladrones: «Esto es tuyo,
esto es tuyo, Valdés, Montero,
esto es tuyo, Inés, este sitio
es el cabildo».
Dividieron mi patria
como si fuera un asno muerto.
«Llévate
este trozo de luna y arboleda,
devórate este río con crepúsculo»,
mientras la gran cordillera
elevaba bronce y blancura.
Asomó Arauco. Adobes, torres,
calles, el silencioso
dueño de casa levantó sonriendo.
Trabajó con las manos empapadas
por su agua y su barro, trajo
la greda y vertió el agua andina:
pero no pudo ser esclavo.
Entonces Valdivia, el verdugo,
atacó a fuego y a muerte.
Así empezó la sangre,
la sangre de tres siglos, la sangre océano,
la sangre atmósfera que cubrió mi tierra
y el tiempo inmenso, como ninguna guerra.
Salió el buitre iracundo
de la armadura enlutada
y mordió al promauca, rompió
el pacto escrito en el silencio
de Huelén, en el aire andino.
Arauco comenzó a hervir su plato
de sangre y piedras.
Siete príncipes
vinieron a parlamentar.
Fueron encerrados.
Frente a los ojos de la Araucanía,
cortaron las cabezas cacicales.
Se daban ánimo los verdugos. Toda
empapada de vísceras, aullando,
Inés de Suárez, la soldadera,
sujetaba los cuellos imperiales
con sus rodillas de infernal harpía.
Y las tiró sobre la empalizada,
bañándose de sangre noble,
cubriéndose de barro escarlata.
Así creyeron dominar Arauco.
Pero aquí la unidad sombría
de árbol y piedra, lanza y rostro,
transmitió el crimen en el viento.
Lo supo el árbol fronterizo,
el pescador, el rey, el mago,
lo supo el labrador antártico,
lo supieron las aguas madres
del Bío Bío.
Así nació la guerra patria.
Valdivia entró la lanza goteante
en las entrañas pedregosas
de Arauco, hundió la mano
en el latido, apretó los dedos
sobre el corazón araucano,
derramó las venas silvestres
de los labriegos,
exterminó
el amanecer pastoril,
mandó martirio
al reino del bosque, incendió
la casa del dueño del bosque,
cortó las manos del cacique,
devolvió a los prisioneros
con narices y orejas cortadas,
empaló al Toqui, asesinó
a la muchacha guerrillera
y con su guante ensangrentado
marcó las piedras de la patria,
dejándola llena de muertos,
y soledad y cicatrices
Pablo Neruda: III. Los Conquistadores. Canto General (1950)
Versións:
Aparcoa e Mario Lorca: Resistencia de Arauco: melodía araucana*; Canto General; 1971; LP1, Lado 2, Corte 6
*[O recitativo deste fragmento do poema, na voz de Mario Lorca, remata co primeiro verso do poema Avanzando en las tierras de Chile, da obra de Pablo Neruda: Los Libertadores. Canto General, do ano 1950; na voz do mesmo intérprete.]
martes, 9 de septiembre de 2025
Posibilidad
¿De qué manera ataco con palabras
cosas tan delicadas?
La mirada de un niño de tres meses
¿puede acaso tocarse
con las palabras «meses», «tres», «mirada»?
Hay que dar un rodeo
dar vueltas y volver sobre sonidos
sobre voces, oídas, leídas,
tal vez muy usadas…
Es posible que un día se abran
y en la hendidura brote
la mirada.
Circe Maia: El puente (1970)
Versións:
Circe Maia: Posibilidad; Imagen final y otros textos; 2008; Pista 2
cosas tan delicadas?
La mirada de un niño de tres meses
¿puede acaso tocarse
con las palabras «meses», «tres», «mirada»?
Hay que dar un rodeo
dar vueltas y volver sobre sonidos
sobre voces, oídas, leídas,
tal vez muy usadas…
Es posible que un día se abran
y en la hendidura brote
la mirada.
Circe Maia: El puente (1970)
Versións:
Circe Maia: Posibilidad; Imagen final y otros textos; 2008; Pista 2
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