jueves, 11 de abril de 2019

Conclusión

                        IV

      Coronada de juncos y espadañas
hay en un soto cristalina fuente,
donde al abrigo de sonantes cañas,
en arroyo se cambia mansamente.

      Espérala el Pisuerga, y de sus olas
la abre amoroso el transparente seno,
con silvestres espigas y amapolas
de su margen bordando el cerco ameno.

      A su amoroso halago nunca ingrata,
la fresca y sonorosa fuentecilla
mezcla constante su raudal de plata
con la del padre río agua amarilla.

      Y allá a lo lejos, por la angosta calle
que la abren en dos bandas cien colinas,
Valladolid dibújase en el valle,
velada entre las pálidas neblinas.

      Y la vieja Simancas, más ufana,
alza a su espalda la torreada frente,
que pintan a la par en la onda vana
los tres ríos que abarca con su puente;

      Do empiezan a tender los arenales
su enmarañado pabellón de pinos
por donde abren en grietas desiguales
sus engañosos lindes los caminos.

      Era la hora en que, cansado acaso
de su rauda y magnífica carrera
el moribundo sol hunde en ocaso
su universal espléndida lumbrera.

      Dábale el ruiseñor su despedida
desde el olmo sombrío que le oculta,
alegre adiós a la gloriosa vida
del astro rey, que en sombra se sepulta.

      Despídenle las aguas y las hojas
y las sutiles auras que adormecen,
y las coronas de los pinos rojas,
a su luz, despidiéndole, se mecen.

      Todo era paz y lánguido sosiego
en la fresca pradera y soto umbrío,
todo aspiraba el esplendente fuego
en derredor de fuente, soto y río.

      La luz tendiendo de los ojos vagos
sobre el rápido arroyo campesino,
del llanto preso resistiendo amagos,
velaba el solitario capuchino.

      Y allí con él su exasperada duda
revolviéndose audaz dentro del pecho,
hondo tormento daba al alma ruda,
sitio en el corazón hallando estrecho.

      Continuo presentábale su mente
la ensangrentada imagen de don Tello,
a quien de un crimen defendió inocente,
y a quien la injusta ley mató por ello.

      Y allá en su alma, a quien vicia
de lo humano la miseria,
así la ruda materia
luchaba con su impericia:
«No hay Dios donde no hay justicia,
porque a ser de otra manera,
o Tello no pereciera
con tan clara sinrazón,
u oyera el Rey mi razón,
o el matador pareciera.

      »Que Tello al cabo murió,
ojalá no fuera cierto;
que no es reo en lo del muerto,
por mis ojos lo vi yo.
Si la ley le condenó
con ignorancia o malicia,
manifiesta la injusticia
en entrambos casos fue,
que si Dios existe, a fe,
no está Dios do no hay justicia,

      »Porque hacer el bien y el mal,
y negar al mal el bien,
arguyera error también
en la justicia eternal;
que amparar al criminal
e ir del inocente en pos
contra el justo de los dos,
fuera en Dios ley bien tirana;
luego, en consecuencia llana,
do no hay justicia, no hay Dios.

      »Y puesto que si es, no es justo,
siendo así Dios no cabal,
en obrar el bien o el mal
cuerdo es no forzar el gusto.
Pues no es Dios un Dios injusto,
no quiero por mi impericia
tener un Dios de injusticia,
de sus hechuras ajeno;
que en este mundo terreno
no está Dios, pues no hay justicia.

      »Y si niegas, Dios, aquí
tu justicia, aquí no estás,
y donde no estés, de hoy más
quiero vivir para mí;
que si hijo tuyo nací,
es bueno y justo a los dos
que el hijo te vaya en pos,
y que tú acudas al hijo,
o mintió quien tal nos dijo,
pues sin justicia, no hay Dios.»

      Así pensaba el monje vacilando,
sin razón ni creencia que le acuda;
cuanto más convencido, más dudando
por entre el laberinto de la duda;

      Y triste, y macilento, y sin destino,
¡sin fe en el mismo Dios que a par confiesa,
sentóse a las orillas del camino,
como fardo a posar que mucho pesa.

      Miserable reptil, busca en la tierra
lo que la tierra misma no merece;
y el ciego pensamiento se le cierra,
y el atrevido pensamiento crece.

      Acosado de amargos pensamientos,
de negras dudas entre turbias nieblas,
nave presa de ciegos elementos,
hasta en su propia luz halla tinieblas.

      Y así, al dulce rumor del agua mansa,
son de las hojas, trino de las aves,
en fatigado corazón descansa
a los murmullos lánguidos y suaves.

      Tal vez abriendo los cansados ojos,
la moribunda luz goza un momento,
y la imagen de Tello le da enojos,
y el sueño se la roba al pensamiento.

      Tal vez aún en duda congojosa,
razones sueña y vanidad delira,
la claridad fingiendo misteriosa
de lo que le huye más cuanto más mira;

      Que así lo muestra el fatigado aliento
que el pecho en sueño atosigado lanza,
revuelto mar que el torvo movimiento
del gran volcán del pensamiento alcanza.

      Sorbió el falaz crepúsculo la noche,
ganó el espacio la callada sombra,
la flor cerró su perfumado broche,
veló la tierra su pintada alfombra.

      Allá a lo lejos, tras el negro monte,
a tardos pasos asomó la luna,
tibia alumbrando el lóbrego horizonte,
rasgando el vuelo que la sombra aduna.

      Vagaba el aura y susurraba el río,
murmuraba la fuente que corría,
y de ella al pie, con ademán sombrío,
el capuchino su pesar dormía.

      Iba la parlera fuente
resbalando entre la hierba,
en son acorde lamiendo
la parda y menuda arena,

      Y a la fugitiva lumbre
que en sus ondas reverbera,
la luna en su espejo errante
la pálida faz refleja.

      Brotaba espumas de plata
el ronco y turbio Pisuerga,
bañando en corvos cristales
entrambas a dos riberas,

      Y al compasado murmullo
de aguas, hojas, aura y presas,
en insomnio inquieto el monje,
tendido a la orilla sueña.

      Alzando a veces los párpados,
como quien duerme y le pesa,
la luz se pinta en sus ojos
entre cendales de niebla.

      Siente el agua que murmura
y el aura que bulle apenas,
y en vago adormecimiento,
oye, ve, respira y piensa.

      A través del agua mansa
que el límpido arroyo lleva,
algún objeto confuso
la luna blanca lo muestra.

      Duda y mira, y, fatigoso,
otra vez los ojos cierra,
y anda el torpe pensamiento
en lucha con una idea.

      Tornó a descorrer los párpados,
y allá en el agua serena,
entre las sombras del sueño,
un rostro a mirar acierta,

      Tornó a dudar acosado
entre si duerme o si vela,
contemplando aquel semblante
de igual color que la tierra,

      Fantasma, ilusión o ensueño,
que minucioso semeja
al muerto don Tello Aponte,
que finó la tarde mesma.

      Tornó a dudar, mal despierto
y mal dormido en su vela,
al ver detenida el agua
y apilada en las riberas,

      Y en el lecho del arroyo,
al nivel de las arenas,
todo el cadáver de un hombre
asido con su cabeza.

      Alzóse despavorido
el monje, mas teme y tiembla
cuando el cuerpo de don Tello
le dice así en voz severa:

—¿Conocéisme, padre?
—Sí.
—A que me siente ayudad.
Bajo mi cuerpo mirad
lo que hay debajo de mí.—

      Miró el monje, y con asombro
halló la faz macilenta
de otro a quien Tello cubría
pie a pie y cabeza a cabeza.

      Temblaba el monje aterrado,
de rodillas en la hierba,
Y don Tello en voz solemne
díjole de esta manera:

      «En duelo injusto los dos,
a traición le asesiné:
no preguntéis el porqué
de la justicia de Dios.»

José Zorrilla: Recuerdo de Valladolid*. Leyendas. Poesías (1839)

Versións:
Candeal: Conclusión; Campo grande; 1996; Pista 12



*[Recuerdo de Valladolid é o título dunha extensa composición poética da que o presente poema constitue a derradeira parte. Dita composición inclúese no capítulo Leyendas, no cuarto volumen das Poesías de José Zorrilla.]

No hay comentarios :

Publicar un comentario