jueves, 27 de septiembre de 2012

Sevillanas, serranas, etc.

El crujir de la falda
de tu vestido
es el toque de gloria
de mis sentidos:
vista, gusto y olfato,
tacto y oído.
           
   
Yo prometí no verte,
lo voy cumpliendo.
Mal haya la promesa
y el cumplimiento.
Que, de este modo,
un valiente cobarde
lo pierde todo.
           
   
Pensativo, en tus ojos
me estoy mirando,
y tú sabes de sobra
qué estoy pensando.
Por eso vivo
mirándome en tus ojos
tan pensativo.
           
   
No tengo más espejo
que tus ojitos,
y según tú me miras,
así me miro.
Y así me veo
unas veces tan guapo
y otras tan feo.
           
   
Serranilla del alma,
cuando me acuesto,
con tu nombre en los labios
me voy durmiendo.
Y es lo más grande
que lo tengo en los labios
al despertarme.
           
   
Enfermito me tienen
tus ojos negros.
Dame la medicina,
dame el remedio.
Yo te daré
mi corazón, mi vida,
mi alma también.
           
   
Eres bonita y mala
como la adelfa,
que da gusto a los ojos,
pero envenena.
Aunque yo tengo,
contra veneno tanto,
contraveneno.
           
   
Sepulturas de amores
son las ojeras,
que van diciendo a voces
dichas completas.
Y amor no quiere,
para ser duradero,
satisfacerse.
           
   
El reló del cariño
tiene una máquina
que adelanta unas veces
y otras atrasa.
Y es fuerte cosa
que no hay un relojero
que la componga.
           
   
Que no se vea el humo
y arda la casa.
Yo no le cuento a nadie
lo que me pasa.
Me está pasando
que hasta en sueños, chiquilla,
te estoy llamando.
           
   
Dices que por mi causa
temes perderte;
pero, si yo te encuentro,
ya no te pierdes.
Que, en el cariño,
el perderse y ganarse
todo es lo mismo.
           
   
Es la chiquilla mía
morena clara,
como la Virgencita
de la Esperanza.
           
   
Yo me acosté una noche
tranquilo y sano,
y amanecí loquito
y enamorado.
Que los amores
y las enfermedades
crecen de noche.
           
   
En cuestiones de amores
saben los sabios
que un clavo solamente
saca otro clavo.
Y un amor viejo
solamente se cura
con otro nuevo.
           
   
Amores calladitos
son los más dulces,
y los finos amantes
nunca presumen.
Porque no quieren
dar a la gente parte
de lo que tienen.
           
   
Mírame despacito,
no te retires,
ya que yo me conformo
con que me mires.
Dame la mano;
mírame, serranilla,
como a un hermano.
           
   
Te pregunté, serrana,
si me querías,
y tú me respondiste
que no sabías.
Y al estribillo,
ahora te está pesando
no haber sabido.
           
   
Tienes los ojos grandes;
el talle, esbelto;
la carita, de almendra,
y el pie, pequeño.
Finos los labios,
y muy bonito todo
lo que me callo.
           
   
De rubias y morenas
siempre hay disputa;
a mí me gustan todas
cuando me gustan.
En siendo buenas,
las morenas, las rubias
y las trigueñas.
           
   
Dicen que las ojeras
llenan tu cara,
y no es más que la sombra
de tus pestañas.
           
   
El querer que te tuve
no era mentira,
y el que tú me tuviste
verdad sería.
Y ahora es lo cierto
que ni tú a mí me quieres
ni yo te quiero.
           
   
Una fiesta se hace
con tres personas:
uno baila, otro canta
y el otro toca.
Ya me olvidaba
de los que dicen «¡Ole!»,
y tocan palmas.
           
   


Manuel Machado: Cante hondo (1912)

Versións:
Alfredo Arrebola: Yo prometí no verte (Romeras); Tríptico poético; 1999; Pista 20



Malizzia: El crujir del volante; El alma en verso; 2003; Pista 8

2 comentarios :

  1. Si este poema no es mi favorito, al menos está entre los diez que considero mejores. Lo tiene todo. Si algo es poesía, es este intenso desarrollo machadiano, con toda la chanza y la profundidad que caracteriza a don Manuel y a sus gráciles asociaciones de ideas, a partir de una historia aparentemente cotidiana. Impagable.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Grazas polos teus comentarios, amigo anónimo, onde queira que te atopes.
      Deixote outra versión musical deste poema.
      Saudos.

      Eliminar