El crujir de la falda de tu vestido es el toque de gloria de mis sentidos: vista, gusto y olfato, tacto y oído. |
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Yo prometí no verte, lo voy cumpliendo. Mal haya la promesa y el cumplimiento. Que, de este modo, un valiente cobarde lo pierde todo. |
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Pensativo, en tus ojos me estoy mirando, y tú sabes de sobra qué estoy pensando. Por eso vivo mirándome en tus ojos tan pensativo. |
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No tengo más espejo que tus ojitos, y según tú me miras, así me miro. Y así me veo unas veces tan guapo y otras tan feo. |
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Serranilla del alma, cuando me acuesto, con tu nombre en los labios me voy durmiendo. Y es lo más grande que lo tengo en los labios al despertarme. |
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Enfermito me tienen tus ojos negros. Dame la medicina, dame el remedio. Yo te daré mi corazón, mi vida, mi alma también. |
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Eres bonita y mala como la adelfa, que da gusto a los ojos, pero envenena. Aunque yo tengo, contra veneno tanto, contraveneno. |
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Sepulturas de amores son las ojeras, que van diciendo a voces dichas completas. Y amor no quiere, para ser duradero, satisfacerse. |
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El reló del cariño tiene una máquina que adelanta unas veces y otras atrasa. Y es fuerte cosa que no hay un relojero que la componga. |
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Que no se vea el humo y arda la casa. Yo no le cuento a nadie lo que me pasa. Me está pasando que hasta en sueños, chiquilla, te estoy llamando. |
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Dices que por mi causa temes perderte; pero, si yo te encuentro, ya no te pierdes. Que, en el cariño, el perderse y ganarse todo es lo mismo. |
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Es la chiquilla mía morena clara, como la Virgencita de la Esperanza. |
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Yo me acosté una noche tranquilo y sano, y amanecí loquito y enamorado. Que los amores y las enfermedades crecen de noche. |
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En cuestiones de amores saben los sabios que un clavo solamente saca otro clavo. Y un amor viejo solamente se cura con otro nuevo. |
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Amores calladitos son los más dulces, y los finos amantes nunca presumen. Porque no quieren dar a la gente parte de lo que tienen. |
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Mírame despacito, no te retires, ya que yo me conformo con que me mires. Dame la mano; mírame, serranilla, como a un hermano. |
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Te pregunté, serrana, si me querías, y tú me respondiste que no sabías. Y al estribillo, ahora te está pesando no haber sabido. |
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Tienes los ojos grandes; el talle, esbelto; la carita, de almendra, y el pie, pequeño. Finos los labios, y muy bonito todo lo que me callo. |
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De rubias y morenas siempre hay disputa; a mí me gustan todas cuando me gustan. En siendo buenas, las morenas, las rubias y las trigueñas. |
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Dicen que las ojeras llenan tu cara, y no es más que la sombra de tus pestañas. |
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El querer que te tuve no era mentira, y el que tú me tuviste verdad sería. Y ahora es lo cierto que ni tú a mí me quieres ni yo te quiero. |
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Una fiesta se hace con tres personas: uno baila, otro canta y el otro toca. Ya me olvidaba de los que dicen «¡Ole!», y tocan palmas. |
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Manuel Machado: Cante hondo (1912)
Versións:
Alfredo Arrebola: Yo prometí no verte (Romeras); Tríptico poético; 1999; Pista 20
Malizzia: El crujir del volante; El alma en verso; 2003; Pista 8
Si este poema no es mi favorito, al menos está entre los diez que considero mejores. Lo tiene todo. Si algo es poesía, es este intenso desarrollo machadiano, con toda la chanza y la profundidad que caracteriza a don Manuel y a sus gráciles asociaciones de ideas, a partir de una historia aparentemente cotidiana. Impagable.
ResponderEliminarGrazas polos teus comentarios, amigo anónimo, onde queira que te atopes.
EliminarDeixote outra versión musical deste poema.
Saudos.