martes, 27 de septiembre de 2016

A Aragón se fue don Carlos

Primera parte

A Aragón se fue don Carlos
y Aragón le hizo esperar,
que hasta pasados seis meses
nadie le quiso acatar,
       
y llegado a Cataluña
lo mismo tuvo que hallar.
Dos años han transcurrido
cuando vuelve a la ciudad
en que rey fue proclamado
sin decirle majestad.
Las calles están desiertas,
nadie se quiere mostrar,
que el rey faltó a su palabra
y a más no pudo faltar.
       
 
Con su Consejo don Carlos
se trata de concertar.
A la corona del reino
le prefiere la imperial
que en Alemania le espera
para hacerse coronar.
Como Castilla se inflama,
decide de convocar
las Cortes en Compostela
donde mejor dominar.
       
Temiendo ya por su vida,
abandona la ciudad
al amparo de la noche
y la lluvia torrencial.
       
Al llegar a Tordesillas,
en el palacio real
le encienden las chimeneas,
le preparan buen yantar.
La madre viene a su encuentro
comenzando a sollozar,
el rey en pie la contempla
como oyendo crepitar.
 
En Compostela, las Cortes
no le llegan a votar
el servicio que les pide
para hacerse coronar.
       
“Si en Compostela no quieren,
en Coruña ya querrán.”
A aquellos que se le oponen
el rey les hace expulsar,
y a los que aún le resisten
el rey les sobornará.
       
Al obtener el servicio,
cuando se apresta a embarcar,
aparece un mensajero
a caballo en alazán.
“En Toledo los vecinos
se han llegado a sublevar,
los regidores reunidos
formando comunidad.
       
El pueblo entró en el Alcázar
y lo abrió de par en par,
echando al corregidor
muy lejos de la ciudad.
Los toledanos afirman
que solos se regirán
y han elegido una junta
que preside un capitán.”
       
Un flamenco se entromete:
“Mensajero, pronunciad
el nombre de ese villano
que habremos de ajusticiar.”
“Es su nombre, caballero,
venerado en la ciudad.
Es su apellido Padilla,
pero su nombre es don Juan.
       
Su padre, don Pedro López,
es hidalgo provincial.
Su esposa, doña María,
le incitó a desafiar
a aquellos que en vuestro nombre
trataban de gobernar.
En Toledo, los vecinos
formando comunidad
escriben a otras ciudades
porque envíen sin tardar
a los que en Ávila pronto
les puedan representar.”
Don Carlos, que a Adriano queda,
un flamenco cardenal,
de regente de Castilla
para poderse ausentar,
le ordena que con Toledo
se proceda sin piedad.
       
Del mensajero se olvidan,
todos la espalda le dan,
ya puede el rey ausentarse,
ya puede hacerse a la mar.
 
En Castilla mientras tanto
verdecieron las laderas,
se estremecieron los chopos,
se enjambraron las colmenas.
Los procuradores tornan
pesarosos a su tierra
       
y hay quienes vuelven temiendo
que el pueblo les pida cuentas,
que antes de partir juraron
que nunca el servicio dieran.
Mas el que manda acostumbra
a sobornar las conciencias
de los que el pueblo le envía
portador de sus protestas.
Pero no hay traición que quede
por mucho tiempo secreta:
de la traición de los suyos
los castellanos se enteran.
       
En Segovia, al enterarse,
los vecinos se concentran.
Es Juan Bravo quien les manda,
Juan Bravo quien les arenga.
       
Tras ahorcar los alguaciles
que al cardenal representan,
al procurador le buscan,
al procurador le encuentran.
“Rodrigo de Tordesillas,
para lavar tanta afrenta
encomienda el alma a Dios,
que es necesario que mueras.”
Ya ajustician al traidor
en plaza de San Esteban.
Ya en Zamora mientras tanto
tienen jefe a la cabeza.
Se llama Antonio de Acuña
y es obispo de la Iglesia.
       
Con él por calle adelante
al corregidor se encuentran,
retirándole la vara
con que justicia rindiera.
“La justicia no es del rey
que es el pueblo quien la lleva.”
       
Igual acontece en Toro,
Ávila, León y Cuenca.
De Soria y Guadalajara
las mismas noticias llegan.
En Alcalá y en Madrid
ya no manda la realeza.
Alicante y Salamanca
se suman a la revuelta
y por todas las ciudades
alegres campanas suenan
convocando a los vecinos
para formar Asamblea.
       
El pueblo se da sus jefes,
expulsa a los que le dieran,
y subiéndose a los montes,
comunica por hogueras.
Castilla se pertenece,
a nadie perteneciera,
mensajeros afanosos
se expanden por la Meseta
y en la razón de los otros
nuevas razones encuentran.
       
 
Ya Adriano ha convocado
el Consejo de Regencia
y precipita sus tropas
a reprimir la revuelta
       
que en Segovia ha conseguido
ajusticiar por su cuenta.
Ronquillo, el Pesquisidor,
hasta mil jinetes lleva.
       
Los segovianos se arman
y sosegados le esperan.
       
Ya puede quedar Ronquillo
a la orilla del Eresma
       
que Segovia no se rinde,
Segovia no se doblega.
       
Un día se ve en los montes
moverse una polvareda:
“Segovianos, segovianos,
somos gente comunera,
       
Juan Bravo había pedido
ayuda de nuestra fuerza.
Venimos desde Madrid,
Juan de Zapata en cabeza.”
       
Apenas si han acabado
de aclamar a los que llegan,
que otras tropas aparecen
bajando desde la sierra:
“Segovianos, segovianos,
abridnos todas las puertas,
somos hombres de Toledo
con Padilla a la cabeza,
       
sepa aquel que os atacare
que con nosotros se enfrenta.”
Ronquillo levanta el sitio,
Segovia guardó entereza.
Maldonado Pimentel
con sus salmantinos llega,
después de haber expulsado
los nobles de sus haciendas.
¡Qué alborozo por las calles!
Los pendones se despliegan,
morados pendones viejos,
violados de tanta espera.
       
 
Adriano se consulta
en Consejo de Regencia,
por vencer los segovianos
no sabe lo que no diera.
Hacia Medina del Campo
vuelve sus ojos de presa,
que es Medina a la sazón
una ciudad artillera.
       
Los cañones de Medina
contra Segovia sirvieran.
Mas los vecinos reunidos
deciden negar las piezas.
       
El cardenal se propone
castigarles su insolencia
y envía contra Medina
al general de Fonseca.
Medina, cara, muy cara,
pagará tanta nobleza:
       
son peores que el tirano
los que al tirano sustentan.
Los soldados del Consejo
de la ciudad se apoderan
y derramando alquitrán,
prenden fuego con sus teas.
       
Las casas desaparecen,
las llamas ya se las llevan.
De poco su saña vale
al Consejo de Regencia,
que entran en comunidad
Úbeda, Burgos, Palencia,
Valladolid, Badajoz,
Ciudad Rodrigo, Baeza,
Sevilla, Toro, Jaén,
Cáceres, León y Cuenca.
       
 
Ya cunde en toda Castilla
la rebelión comunera.
Comunes el sol y el viento,
común ha de ser la tierra,
que vuelva común al pueblo
lo que del pueblo saliera.
       

Luis López Álvarez: Los Comuneros (1972)

Versións:
Nuevo Mester de Juglaría: Juramento de Carlos I*; Pista 1



Toledo se subleva; Pista 2



Rebelión castellana; Pista 3



El sitio de Segovia y la quema de Medina; Los Comuneros; 1976; Pista 4



Lujuria: Mercenario sois del reino*; Pista 2



Castilla se inflama; Pista 3



Con Toledo sin piedad; Pista 4



La traición de los suyos; Pista 5



Castilla se pertenece a nadie perteneciera; Pista 6



Ojos de presa; Y la yesca arderá; 2006; Pista 7



*[A versión musical dos grupos Nuevo Mester de Juglaría e Lujuria está precedida por varios fragmentos do poema Las campanas de San Pablo, pertencente ao prólogo da obra Los Comuneros de Luis López Álvarez, do ano 1972.]

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