En el campo comunero
apuntan las divergencias:
a un lado Juan de Padilla,
a otro, Lasso de la Vega.
Si el primero sólo quiere
continuar la pelea,
el segundo sólo habla
de negociar una tregua.
Por zanjar en la disputa
sin zanjar lo que convenga,
la Junta confía el mando
de las tropas comuneras
a don Pedro de Girón
que abandonó la realeza
por no haberle concedido
lo que del rey exigiera.
Padilla se va a Toledo,
la ciudad le hace gran fiesta.
Su esposa, con sólo verle
ya sanó de sus dolencias.
Mal les conoce Fadrique
al enviar con urgencia
a don Alonso Quiñones
que a María se presenta:
<<En nombre del almirante
vengo a haceros una oferta,
que a don Juan mucho le admira
por conocer su entereza
y también a vos admira
como a dama muy señera.
A gentes de tal linaje
nunca el reino las perdiera,
sobrado no está de brazos
ni sobrado de cabezas.
Olvidaros del pasado
que el futuro comprometa,
que el rey también se olvidara
si abandonarais la guerra.>>
No quiso doña María
dilatar más la respuesta:
<<Don Alonso de Quiñones,
por ahí tenéis la puerta.
No volváis a presentaros
con semejantes ofertas.
Mi esposo y yo todo dimos
a la causa comunera.
si al pueblo lo dimos todo,
es del pueblo la respuesta.
De llegar a preguntarle,
seguro que os respondiera
arrojándoos al Tajo
camino de Talavera.>> |
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En Villabrágima acampa
Girón con todas sus fuerzas
y la traición ronda en torno,
que el almirante no cesa
de enviar sus mensajeros
a proponer una tregua.
Fray Antonio de Guevara,
que es el alma de la empresa,
siete visitas le ha hecho
a la gente comunera
cuando Acuña le detiene
expulsándole a la fuerza.
Mas la traición cunde luego
si se compran las conciencias.
<<Pedro de Girón, don Carlos,
os guarda conde de Ureña
y en ducados con su efigie
os dará la recompensa.
Alejad de Tordesillas
a la tropa comunera.
Llevándola a Villalpando,
Tordesillas será nuestra.>> |
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Los álamos se estremecen
sin hojas que se estremezcan,
los surcos araña el cierzo,
los topos ya no se muestran.
Cumpliendo lo concertado,
Pedro de Girón aleja
sus tropas de Villabrágima
y a Villalpando las lleva.
Al ver sola a Tordesillas,
Acuña va a su defensa.
Es el cinco de diciembre
cuando los nobles se acercan.
Los clérigos zamoranos
se baten en las almenas.
derribando las escalas
que los reales acercan
v el combate se prolonga
toda la noche en tinieblas.
Al perderse Tordesillas,
la traición es descubierta.
Pedro de Girón ha huido
sin haber rendido cuentas. |
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No será muy tardo Acuña
en preparar la revancha.
Se lleva a Valladolid
todas las tropas que manda.
Ante su súbito ataque,
los reales se desbandan
sin ofrecer resistencia,
abandonando sus armas.
Por las calles adelante
va el obispo con su espada.
Apenas si el pueblo tiene
noticia de su llegada,
que invade todas las calles
y se concentra en la plaza.
Llegados frente a San pablo,
el obispo y su mesnada,
se alborotan las palomas
al repicar las campanas.
<<De nuevo la Santa Junta
se reunirá en esta sala.
Que sepan los imperiales
que si la lucha se alarga
el ánimo no ha de faltar
si la vida no faltara.>>
El día de San Silvestre,
cuando el año ya se acaba,
Juan de Padilla les llega,
con dos mil hombres cabalga.
Todos se echan a la calle,
nadie quiere estarse en casa.
¡Que aquellos que les combaten
abracen la misma causa,
los que del pueblo salieran
al pueblo no se enfrentaran,
que al rey ya sólo le sirva
soldadesca mercenaria;
el ejército es del pueblo,
al pueblo sólo le valga! |
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Con sus hombres va Padilla
una mañana de enero.
Avanzan sin detenerse
hasta llegar a Trigueros.
Al reunirse con Acuña,
hacen seis mil comuneros
que en Torre de Mormojón
penetran sin gran esfuerzo
y que de Ampudia se amparan
tras combatir con denuedo.
Por la orilla del Pisuersa
hasta Burgos se van luego.
La ciudad que al rey se diera
volverá a los comuneros,
con tal de que se presenten
para el veintitrés de enero.
Se alzan los conjurados
bajo el mando de un barbero
y el condestable sofoca
en sangre el levantamiento.
Al saber lo sucedido
Padilla empuña su acero:
<<Si el veintitrés es la cita,
ese día acudiremos.>>
Acuña y sus capitanes
le disuaden del intento
que si en Burgos se detienen
Valladolid queda expuesto
al ataque de los nobles
reunidos en Ríoseco.
Más vale que Acuña lleve
la batalla hasta sus feudos
y que Padilla se vuelva
junto a la Junta del Reino.
Al llegar a Fuensaldaña,
Padilla ya de regreso,
se aposenta en el castillo,
en guardia los ballesteros,
tras las troneras estrechas,
por las que penetra el cierzo.
Al alba del nuevo día
les llegan dos mensajeros
En el patio del castillo
Padilla les va al encuentro.
Las fogatas palidecen
cuando se esclarece el cielo.
Los de la Junta reclaman
a Padilla su consenso,
para la tregua que el nuncio
ha negociado con ellos.
Alzando la voz don Juan,
a sus hombres va diciendo:
<<Si la tregua nos ofrecen
es por ganarnos más tiempo,
esperando que Navarra
les envíe más refuerzos.
A Valladolid nos vamos
a cortar el desaliento,
que antes de vencer a extraños,
hay que vencer a los nuestros.>>
Valladolid con Padilla
levanta su ardor guerrero.
Si los grandes se congregan
en torno de Ríoseco
y baten Tierra de Campos
levantando más ejércitos,
Padilla se multiplica:
o lucha por Puente Duero,
o de Mucientes se ampara,
o se presenta en Renedo,
o hacia el norte vuelve grupas,
que con la Junta ha dispuesto:
<<Si en Cigales no se puede
dejar dos mil comuneros,
más vale que se destruya
la fortaleza del feudo.>>
En Cigales se presentan.
Es un siete de febrero.
Padilla a sus hombres dice:
<<¡Al palacio prended fuego,
que al conde de Benavente
den guarida en el infierno!
¡El trigo que almacenaba
se le queme en el incendio,
no le sirva a los señores
lo que segaron plebeyos!>>
Cuando las llamas se elevan,
teniendo al caballo en freno,
levanta su voz Padilla
por decirle a sus guerreros:
<<¡Destruidles las murallas,
excavadles el terreno,
anegadles las bodegas,
arrancadles los aperos,
despojadles del ganado,
y cegadles los veneros!>>
<<Don Juan, don Juan, los perales,
don Juan, don Juan, los almendros
no podremos arrancarlos
y ni talarlos podremos,
que el mal que costó plantarlos
es el único que hicieron.>>
<<Los que a la guerra han venido
no saben a qué vinieron.
Arrancaréis los perales
v talaréis los almendros.
No le den frutos a nadie,
no florezcan a sus dueños,
no les traigan primavera,
no les saquen de su invierno.>>
Con Girón perdió la Junta
al general que nombrara,
mas si Girón traicionó,
otro dará la batalla.
La elección de Pedro Lasso
es al final anunciada.
Al saberse la noticia,
por las calles y las plazas
los vecinos se congregan
e indignados se apalabran.
Van en busca de Padilla,
le encuentran en su morada,
sin que acabe de vestirse
se lo llevan en volandas.
La Junta sigue reunida
cuando irrumpen en su sala.
Posando a don Juan de pie
profieren cual amenaza:
<<Sólo a Padilla queremos.
Sin que nadie le nombrara
es Padilla nuestro jefe,
es Padilla quien nos manda.>>
Acuña y Padilla intentan
calmarles con sus palabras,
explicando que la Junta
a Lasso bien designara,
que tan alto caballero,
dando ejemplo con su espada,
por la causa comunera
desde el principio luchaba.
El pueblo no oye razones,
sólo la suya escuchara.
¡Qué amargura guarda Lasso!
¡Qué acíbar le entra en el alma! |
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El dieciséis de febrero
en Burgos, de madrugada,
entre faroles y cirios
un cadalso se levanta.
Varios frailes atraviesan
la vecindad congregada,
suenan trompas y tambores,
la voz de un pregón se alza:
<<Que sepan todos los pueblos
de los mis reinos de España
que en uso de mi poder
al que nadie menoscaba,
más absoluto y real
que antes de que estallara
la rebelión de que sufren
las ciudades castellanas;
condeno sin enjuiciarles
y con sentencia inmediata
doscientos cuarenta y nueve
comuneros de más talla
a morir, si son seglares,
y si clérigos, que salgan
de los conventos e iglesias
perdiendo cuanto les valga.
Firmado en Worms, vuestro rey
Carlos Primero de España.>>
Al acabarse el pregón
mil murmullos se levantan.
¡Viva Padilla!, alguien grita,
nadie su voz sofocara,
que amapola comunera
en todo el trigal se ampara. |
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Muy pronto en Valladolid
de lo de Burgos se habla.
Se enfurecen los vecinos
y se van hacia la plaza. |
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En menos que canta un gallo
un estrado se levanta,
cubierto de colgaduras
y de tapices de lana.
Al reunirse allí la Junta,
el pueblo le presta el habla: |
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<<Traidores y criminales
contra nosotros batallan |
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que grandes crímenes fueron
el que a Medina incendiaran
y el asalto a Tordesillas |
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que a sus vecinos mataban
por haber dado a la Junta
cuanto tenían en casa. |
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Luchar bien que todos luchen,
pero luchar cara a cara,
porque atacar a indefensos
es crimen, vileza y saña.
Por todo lo enumerado
que se sepa en las Españas
que criminales traidores
ahora mismo se proclaman
al almirante Fadrique,
condes de Haro y de Alba,
al condestable Velasco
y a cuantos les secundaran.
Los condes de Benavente
y de Salinas, no salgan
libres de nuestra condena,
condena con que se alcanza
hasta al obispo de Astorga
que se plugo en la venganza.>> |
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El veintidós de febrero
al filo de la mañana
a Torrelobatón llega
Padilla con su mesnada.
Siete mil infantes tiene,
le siguen quinientas lanzas.
Muchos son los que más nunca
habrán de contar la hazaña.
Todo un día se prolonga
el ataque de la plaza
y otros dos días se vuelve
a repetir la batalla.
Al cuarto, ya han conseguido
que les ceda la muralla.
No logran los imperiales
resistirles la avalancha.
Su jefe, don Garci Osorio,
ha de entregarle la espada
a Padilla, su rival,
el jefe del pueblo en armas,
que al mismo rey le venciera,
si el propio rey batallara.
Noticia de la victoria
por Castilla se propaga
y acuden más voluntarios
para empuñar las adargas.
Los campesinos entregan
el grano de sus labradas,
los menestrales ofrecen
cuanto tienen en sus casas,
y el pueblo le da a los suyos
aunque nadie se lo manda,
negando a los imperiales
los víveres que reclaman.
¡Qué los grajos se alimenten
de la carroña robada! |
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