Tú que has entrado en mi imperio
como feroz dentellada,
demonia trasnasolada
con romas garras de imperio,
¡infiérname en el cauterio
voraz de tus ojos vagos
y en tus senos que son lagos
de ágata en cuyos sigilos
vigilan los cocodrilos
réprobos de tus halagos!
Consustanciados en fiebre,
amo, en supremas neurosis,
vivir las metempsicosis
vesánicas de tu fiebre...
¡Haz que entre rayos celebre
su aparición Belcebú,
y tus besos de cauchú
me sirvan sus maravillas,
al modo que las pastillas
del Hada Pari-Wanú!
Lapona Esfinge: en tus grises
pupilas de opio, evidencio
la Catedral del Silencio
de mis neurastenias grises...
Embalsamados países
de ópalo y de ventiscos
bruma el esplín de sus discos,
en cuyos glaciales bancos
adoran dos osos blancos
a los Menguantes ariscos.
En el Edén de la inquieta
ciencia del Bien y del Mal,
mordí en tu beso el fatal
manzano de carne inquieta...
Tu cabellera violeta
denuncia su fronda inerte,
mi abrazo es el dragón fuerte
y los frutos delictuosos
tus inauditos y briosos
senos que me dan la muerte!
Carnívora paradoja,
funambulesca Danaida,
esfinge de mi Tebaida
maldita de paradoja...
Tu miseria es de una roja
fascinación de impostura,
¡y arde el cubil de tu impura
y artera risa de clínica,
como un incesto en la cínica
máscara de la Locura!...
Julio Herrera y Reissig: La torre de las esfinges (1909)
Versións:
Ángel Rama: Avernus; Julio Herrera y Reissig. Voz Viva de América Latina; 23; UNAM, México; 1972;
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