jueves, 8 de abril de 2021

El chingolo

Sobre la cabeza oscura
el bien peinado copete
pone un gracioso bonete
que realza su figura.
Blanca golilla asegura
rodeando el cuello robusto,
claro el chaleco y muy justo,
un ponchito gris canela
—se le imagina la espuela—
y un tranquito que da gusto.


Sencillo y feliz habita
siempre en un cardo, su amigo,
en donde pone al abrigo
su bien mullida casita;
y sobre una flor marchita
vibra su acento dolido,
y así, del cardo elegido,
pone arriba su canción,
y debajo, al corazón,
lo deja en forma de nido.

Suele a las casas llegar
—por amistad y provecho—
donde se lo ve en acecho
con su trote singular.
En el patio familiar
hurga las sobras de un plato,
pica un pollo, enfrenta un pato,
o esquiva con revuelo
el cascote de un pilluelo
o la embestida de un gato.


Eres el alma del campo
—de nuestro campo querido—
su corazón es tu nido
y su voz más fiel, tu canto;
llora el rocío en tu llanto
cuando abre fría la aurora,
la tarde muriente llora
y solloza en tu garganta,
y hasta el plenilunio canta
en tu canción seductora.

Chingolo: cómo expresar
toda la inmensa ternura
que me inspira tu figura
de pájaro popular...
Cómo podría olvidar
tus ingenuas melodías,
allá, en mis primeros días,
si a tu nombre se levanta
toda mi niñez... y canta
como tú mismo lo harías.


Tu nombre dice fragancia
de trébol, cardo y gramilla,
y guarda tu voz sencilla
todo el sabor de la infancia;
por eso que, a la distancia,
chingolo, alguna vez cuando
como un adiós dulce y blando
llega hasta mi tu canción,
la recoge el corazón...
y la guarda suspirando.


Juan Burghi: Pájaros nuestros (1942)

Versións:

Amalia de la Vega: El chingolo; Poetas nativistas orientales; 1982; Lado 2, Corte5

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