lunes, 4 de febrero de 2019

Prólogo

El bien y el mal andan a gritos
sobre mis días espantosos
como iglesias, como garitos,
como angustias, como sollozos.

Látigo y flor, sangre es mi verbo,
y tragedia mi vida obscura,
vierto un errante encanto acerbo
o una hediondez de sepultura.

Y mi corazón encendido
cuando más quiere es cuando mata,
—porque el amor es como un nido
lleno de víboras de plata—.

¡Placer de destruir creando!...
¡Tronchar un sol, parir un cerro,
e ir por la vida cultivando
un jardín con flores de hierro!

Está en las cosas más roñosas
mi corazón en agonía;
¡tiene una belleza espantosa
el alma de la porquería!

Son campanarios mis sentidos,
y son de fuego las campanas;
sobre el tejado han hecho nido
todas las canciones humanas.

Crujo en la máquina moderna,
canto en las llagas y en la luna,
en el hogar, en la taberna,
en el ataúd y en la cuna.

Quiero ser simultáneamente
sombra y luz, raíz, hoja y fruto,
y condensar inmensamente
toda la vida en un minuto.

Árbol florido es mi esqueleto
y linda niña en flor la vida,
cuyo columpio está sujeto
bajo su inmensidad florida.

Estoy a obscuras y soy lumbre,
soy la multitud y estoy solo,
mis trancos van de cumbre a cumbre,
mi cerebro de polo a polo.

Nunca jamás tuve otro techo
que aquel que dan los cielos vastos;
crío montañas en el pecho
y en la cara frutos o pastos.

Mis pensamientos, ciertamente,
continúan mi anatomía:
si mi organismo es eficiente,
eficiente es mi ideología.

Viví hace siete mil inviernos,
ya no me acuerdo en qué lugares;
tengo unos anchos gestos eternos
y unas costumbres bien vulgares.

Gime la vida entre mis brazos
como mujer recién casada;
mientras me va haciendo pedazos
se va quedando embarazada.

Como un edificio en ruinas,
siento que me lluevo y que crujo,
que siendo casa de golondrinas
hospedo alimañas y brujos.

Tienen ojos grandes y buenos
mis sensaciones más complejas;
he comido pan de centeno
y pastoreado albas ovejas.

Soy un alarido volcánico
y un puñado de cosas puras;
un enorme gesto de pánico
cuajado en una criatura.

Antiguas civilizaciones,
viejas ciudades, muertas gentes,
andan ladrando por los rincones
de mi espíritu contundente.

La realidad colma estos cantos
universales y absolutos:
soy el más bruto de los santos,
soy el más santo de los brutos.

En mi intuición están las cosas
lo mismo que recién nacidas,
con esa ingenuidad grandiosa
de las cosas desconocidas.

Odio lo inútil y lo vago,
amo lo fuerte y lo rotundo;
mi corazón es como un lago
donde se está cuajando el mundo.

Y mi concepción de la vida
tiene estupendas diagonales,
pues son mis puntos de partida
los cuatro puntos cardinales.

Si el agua es simple y el pan bueno,
mi corazón es pan y agua,
y porque es flor tiene veneno,
y escupe lava porque es fragua.

Y navego en mares de llanto
riéndome dolorosamente,
como el que ya ha bebido tanto
que está cocido en aguardiente.

—Mujer, tú que eres carne mía,
tú que diste nombre a las cosas,
si no soy miel en poesía,
¿no soy tampoco un toro en prosa?

¡Mis actitudes quijotescas
no las adquirí en el mercado!
No me parece pintoresca
la situación de un ahorcado.

Mi sombra es la sombra del globo,
el universo está en mí, ardiendo;
debí ser Dios, águila y lobo,
algo dulce, grande y tremendo.

…¡Versificar a bofetadas,
ser trágico, brutal y fuerte,
y colgar una bufonada
sobre la vida y la muerte!...

Mi sensibilidad gravita
con los fenómenos actuales;
canto la vida cosmopolita
y los valores nacionales.

Sangre de potro hay en mis venas,
cuajada de héroes en mi cráneo,
—cosas malas y cosas buenas—,
y un gesto inmortal, momentáneo.

Pablo de Rokha: El folletín del diablo (1916-1922) (1922)

Versións:
Ocho Bolas: Folletín del diablo; Genio y figura; 2003; Pista 3

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