jueves, 6 de junio de 2019

Cúbrese de obscuridad

Grado V: “Appetere impatienter”

    Probada yá el alma con los trabajos, y aflicciones, llega á gozar algo de los favores divinos, y esto con tan grande movimiento incita la voluntad, para entregarse más en la posesión de aquel bien que yá goza, que le sigue en este Grado un deseo lleno de impaciencia santa, y es tan grande este afecto, que apenas se puede resistir, y consume el corazón dulcemente, y aun exteriormente suele obrar efectos maravillosos; porque muchas veces, todo el cuerpo se enciende en llamas de amor con unos ardores tan vehementes, que es menester ayudarle con cosas frias. Todo esto dice como experimentado Rusbrochio (lib. 2. Spiritualium nuptiarum, capit. 24. de Languore, impatientia amoris, in med.) con estas palabras: Hic amoris estus quedam interna impatientia est, que … cor hominis exédit ejusque ebibit sanguinem. In hoc gradu sensibilis ardor amoris, tám ingens est, ut in omni hominis vita non sit ferventior.
    David, (Psalm. 41. v. 2.) compara en este Grado de amor á la impaciencia del Ciervo herido, y acosado, que corre á las fuentes de cristalinas aguas, que el deseo de Dios causa una sed impacientísima en el alma.
    San Juan Crisostomo pondera en este Psalm. 41. v. 3. que no dijo el Rey Santo: Amavit anima mea, sino, sitivit, ut ostenderet affectum, amorem, sitim vocavit, que para declarar su impaciencia llamó sed al amor, porque no hay cosa que más al vivo represente este impaciente, y santo afecto que la sed, porque muchas veces llega a ser una impaciencia furiosa. Bebe ya el alma en este Grado de aquella Eterna Fuente, que dijo: Siquis sitit veniat ad me, bibat. (Joan. 7. v. 37.) y juntamente la misma sed le abrasa, y atormenta, porque se hallan en ella juntos, la posesion, y el deseo de lo que se ama.
    San Agustin lo declara en el Psalm. 118. v. 37. con este egemplo: Quemadmodum si poculum plenum teneas, sitienti dare incipias; haurit bibendo, poscit desiderando, porque de sí confiesa la Sabiduría Eterna. (Eclesiast. 24. v. 29.) Qui edunt me adhuc esurient: qui bibunt me adhuc sitient.

REDONDILLAS

    Cúbrese de obscuridad
con negras nubes el cielo,
y está amenazando al suelo
una grande tempestad.
    Fórmase en el ayre guerra,
y el ayre de esto alterado,
porque la causa le ha dado,
furioso azota la tierra.
    Y entre los oscuros senos
la tempestad que levanta,
con relámpagos espanta,
y atemoriza con truenos.
    Todo es confusión, y espanto;
y turbados los sentidos,
sin poder hallar los nidos,
pierden las aves su canto.
    Fórmase una noche obscura,
y sin luz todas las flores,
como pierden los colores,
pierden también la hermosura.
    Parece que con desmayos
unas con otras se abrazan,
porque la tierra amenazan
piedras, granizos, y rayos.
    Sale en esto hermoso el Sol,
rompiendo una obscura nube,
que quanto más negra sube,
descubre más su arrebol.
    Ahuyenta su obscuridad,
deshace la nube negra,
y todo el campo se alegra
libre de la tempestad.
    Como quando sale el Alba
se alegran todas las aves,
y con quiebros más suaves
hacen à su luz la salva.
    El temor que tuvo, pierde,
mirando en el arco el suelo
la paz que le pinta al Cielo
de morado, azul, y verde.
    Yà vuelven à parecer
todas las flores hermosas,
y se muestran más vistosas,
con nuevo color, y sér.
    Todo queda más vistoso
de lo que antes había estado,
porque después del nublado
sale Febo más hermoso.
    En el otro Grado puesta
vimos al alma abrasada,
de mil trabajos cercada,
y à padecerlos dispuesta.
    Mil rayos la amenazaban;
los ayres la convatían;
y todo el Sol le cubrían
las nubes que la cercaban.
    Tenía oculta su luz
entre tinieblas de amor,
padeciendo con rigor,
á fuera, y á dentro Cruz.
    Todo era tristeza, y llanto,
y sin poder aliviarse,
un padecer sin cansarse:
y esso puede el Amor santo.
    Apuròse en el crisol,
y en medio de estos enojos,
à sus afligidos ojos,
saliò más hermoso el Sol.
    En verlo su luz suspira,
porque la enciende, y abrasa,
y al centro el fuego le pasa,
quando en sus rayos se mira.
    Entra este Grado siguiendo
esta luz resplandeciente,
con un afecto impaciente,
y hasta gozarla muriendo.
    Parecele que no vive,
sino que impaciente muere,
pues no goza como quiere
las mercedes que recibe.
    Que no es posible que viva,
ni le baste el sufrimiento,
si el amor, de su sustento
como á Tantalo la priva.
    El agua, y el fuego toca
impaciente su esperanza,
porque à penas este alcanza,
y huye aquella de su boca.
    Como sucede al hambriento,
que solo comer desea,
y qualquier cosa que vea
imagina que es sustento.
    Que con la vista, y olor,
y mucho más si algo prueba,
siente una hambre muy nueva,
y el apetito mayor.
    Assi el alma que merece
gozar de este santo grado,
siente el afecto doblado,
y mayor hambre padece.
    Tiene mayor sed bebiendo,
y està impaciente adorando:
con mayor deseo, esperando,
y con más hambre, muriendo.
    Con un afecto amoroso
aquí pierde la paciencia,
y le dá el amor licencia
para decirle à su Esposo:
    Aguardame, Esposo amigo,
pues me viste padecer,
que yà no quiero otro sèr,
sino para ser contigo.
    ¿Por qué, pues que yà respondes,
á mis voces no te pàras?
Y por qué me desamparas,
y si te páras te escondes?
    Por qué, si admites mis quejas,
huyes de mis brazos luego?
Y quando á los tuyos llego,
te vàs y sola me dejas?
    Un tiempo tù me decías,
prometiendo el bien que espero:
abre la boca, que quiero
hinchirla de gracias mías.
    y ahora que en tus visitas
de sed impaciente rabio,
apenas la llego al labio
quando la taza me quitas.
    Miro el bien que me provoca,
y como solo le veo,
y no le gozo, deseo
que se hagan mis ojos boca.
    ¿Quàndo la pena que siento
trocará en gozo el amor,
y tendrá fin el dolor
de este mi dulce tormento?
    ¿Quàndo en los ricos despojos
de tus amorosos lazos,
llegaràn à hacer mis brazos
lo que ahora hacen mis ojos?
    Con estos afectos sube,
y siempre se està abrasando,
porque al Sol està mirando,
sin que se lo estorve nube.
    Con las ansias que desea
las aguas el Ciervo herido,
suspira por su querido,
hasta que su fuente vea.
    Ningun arroyo que pasa
la sed le alivia, ni afloja,
hasta que en la fuente arroja
el fuego con que se abrasa.
    Y hasta llegar á su amado,
quanto más goza, más pide:
que su gozo entero impide
la paciencia de este grado.
    Y es bien, pues està muriendo
por su cristalina fuente,
que salga de este impaciente,
y entre en el otro corriendo.

Diego de Funes*: De los Grados del Amor de Dios en Theoría y en Práctica** (1635)

Versións:
Jaramar: Un deseo lleno de impaciencia santa***; Fingir que duermo; 1995; Pista 7



*[Diego de Funes: monxe cartuxo de Zaragoza (1550-1622). Para máis información da súa vida e obra consultar o interesantísimo artigo de Rocío Olivares Zorrilla.]
**[Descoñecemos de xeito exacto o título da obra de Diego de Funes, así como a data da súa composición, polos problemas relativos á consulta do manuscrito orixinal na Biblioteca da Cartuja Aula Dei de Zaragoza. Atópase incluída como copia ou recopilación na obra de Juan Bautista Lisaca de La Maza, monje agustino de Zaragoza, De los Grados del Amor de Dios en Theoría y en Práctica, publicada en Huesca en 1635 y en Madrid en 1787. Para máis información sobre a cuestión, consultar o interesantísimo artigo de Rocío Olivares Zorrilla.]
***[A versión musical de Jaramar leva por título unha frase extraida da descripción deste quinto Grado que precede ao poema. Non podemos considerar un erro a atribución do poema a Juan de Palafox por parte da intérprete, xa que cando se publicou este CD ainda non se producirá o descubrimento da súa verdadeira autoría por parte da investigadora Rocío Olivares Zorrilla, que publicou a nova no ano 2011. Ata esa data a crítica consideraba unánimemente Los Diez Grados del Amor Divino obra de Juan de Palafox.]
****[Tradicionalmente víñase considerando este poema obra de Juan de Palafox y Mendoza, incluido na súa obra Los Diez Grados del Amor Divino, recollido en Obras del Ilustríssimo, Excelentíssimo, y venerable siervo de Dios, Don Juan de Palafox y Mendoza, de los Supremos Consejos de Indias, y Aragón, Obispo de Puebla de los Ángeles, y de Osma, Arzobispo electo de Mégico, Virrey, y Capitán General de Nueva España, Tomo VII. Notas a las cartas, y avisos de Santa Teresa de Jesús, y varias poesías espirituales del venerable autor. Con privilegio del Rey Nuestro Señor. En Madrid: en la imprenta de Don Gabriel Ramírez, criado de la Reyna Madre Nuestra Señora, impresor de la Real Academia de San Fernando. Año de MDCCLXII; pero gracias á investigación de Rocío Olivares Zorrilla, da Facultade de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México, pódese concluir con rotundidade que a súa autoría pertence ao monxe cartuxo Diego de Funes. Rocío Olivares Zorrilla: El verdadero autor de “Los Diez Grados del Amor Divino”, atribuidos a Palafox; Literatura Mexicana, Vol.22; nº1; 2011; ISSN 0188-2546, ISSN-e 2448-8216.]

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