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En casa del Potentado
es fiesta y baile de gala,
que es el primero al que entra
de mujer su hija Albana,
láirala laila,
Albana de quince abriles,
Albana desventurada:
al primer baile que ha entrado,
ha salido enamorada,
laila la.
El primer hombre que el talle
le ha ceñido entre sus manos,
de él ha quedado prendada,
y ya no puede olvidarlo,
láiralo lailo.
Día a día palidece,
noche a noche va llorando;
ni sabe lo que le pasa
ni a nadie puede contarlo,
lailo lo.
Al fin, su madre la Irina,
por sonsacarla, le dice:
«¿Oyes, hija, cómo aúllan
esta noche los mastines?»,
lírele lile.
«No son los mastines, madre,
que es el maestre Felibre,
que me ronda suspirando,
y yo me muero de oírle»,
lile li.
«Si es el maestre Felibre,
no es nadie para rondarte.»
«Solo a él puedo quererlo:
solo a él lo quiero, madre»,
láirale laile.
«Si solo al maestre quieres,
yo mandaré que lo maten.»
«Si a él, madre, manda matarlo,
habrá mandado matarme»,
laile le.
Esbirros manda la Irina
a la busca del maestre,
lo acosen por las callejas,
por las esquinas lo acechen,
léirele leile.
Lo han encontrado en los huertos
del Potentado, y le meten
diecisiete puñaladas,
que la menor es de muerte,
leile le.
Al huerto ha bajado Albana,
y halla a su amor ya finado.
A peso en brazos lo toma,
lo esconde entre los naranjos,
láiralo lailo;
le lava la sangre negra
de aguarrosa y vino blanco,
y las heridas le cose
con hilos de su bordado,
lailo lo.
Siete años lo tuvo muerto
bajo cueva de rosales.
Lo lavaba y lo peinaba,
como para ir a la calle,
láirele laile,
y le enjuagaba la boca
con agua linda de azahares,
para que no oliera a muerto
cuando ella fuera a besarle,
laile le.
Cada domingo del año,
la camisa le mudaba.
Al ir a mudarlo un día,
domingo grande de Pascua,
láirala laila,
ha sentido entre las manos
que se le descoyuntaba.
«¡Ay mi amor, que se me ha muerto!,
¡Ay mi amor, que se me acaba!
laila la.
¿A quién contaré mi mal?
¿A quién diré que me ayude?
No querrán padre ni madre
que el caso se les denuncie,
lúrele lule,
y yo ya, para enterrarlo,
no tengo fuerzas ni luces.
Pediré a mi tío el monje
que en secreto lo sepulte,
lule lu.
Tío, si por caridad
quiere enterrarme este muerto:
me lo mataron, y ahora
ya no quiere estar entero»,
léirelo leilo.
«Te lo enterraré en el foso,
sólo que me des un beso.»
«Un beso que yo le diere,
le sabrá a podre el aliento»,
leilo le.
Al bajarlo al foso, ella:
«Adiós, amor. Adiós, vida.
Vendré a tu lado a cuidarte
antes de los cinco días»,
lírala lila.
Pasa un día, y pasan dos:
Albana se amortecía.
Pasan tres, y pasan cuatro:
el alma se le moría,
lila li lila.
Agustín García Calvo: Ramo de romances y baladas (1991)
Versións:
Virginia López Graña: Romance del muerto bienamado; www.editoriallucina.es/seccion/Cancionero.html; 2009
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