Cuarta parte
Si en Ríoseco los nobles
se empiezan a congregar,
Acuña a sus señoríos
la guerra les llevará.
Tras Fuentes de Valdepero,
Cordovilla arrasará,
y tras de haber combatido
con Padilla hasta Magaz,
sobre Paredes de Nava
sus tropas dirigirá.
Frechilla no se defiende,
Becerril no escapará.
Un día en que se dispone
junto al Pisuerga a acampar,
Ilegan hombres de la Junta
con ánimo de informar
de los breves con que el papa,
bajo presión imperial,
condena a los comuneros
y a Acuña en primer lugar.
«Si mis actos me condena,
no los podría juzgar
sin antes haberme oído
lo que tenga que explicar.
Si a mis clérigos condena,
mal los puede condenar
cuando su obispo predica
ejemplo de batallar.
Quien a reyes se doblega,
de Cristo renegó ya,
y papa que se dispone
a querer excomulgar
a los que al rey no obedezcan,
no es quién para condenar.
Hoy nos niega sepultura
por ir de Comunidad,
mas poco el entierro importa
si es siempre la muerte igual.»
De nuevo el obispo vuelve
sus tropas hacia Magaz.
Resiste la fortaleza,
mas les cede la ciudad.
De todo se ampara Acuña,
que a la Junta servirán
cuantas riquezas le lleguen
para poder guerrear.
En los atrios y en los claustros
los campesinos verán
al obispo de Zamora
a caballo predicar,
en Frómista repitiendo
lo que dijera en Magaz:
«Tended palios y manteles
y en su interior arrojad
custodias, joyas, patenas,
y vasos de consagrar.
La Iglesia, cuanto más pobre,
más a Dios se acercará.
El oro de los altares
es agua sin alumbrar.
Llevándoselo a la Junta,
al pueblo le brotará.»
Enviado por la Junta
a las tierras toledanas,
el ejército de Acuña
camina hacia el Guadarrama.
La nieve les sale al paso
al acercarse a Pedraza,
y las ventiscas arrecian
a través de las montañas.
Acuden los campesinos,
aliviándoles las cargas,
tirando de los caballos,
los falconetes a arrastras.
Buitrago y Torrelaguna
a su paso les aclaman,
y en Alcalá les reciben
al vuelo de sus campanas.
Sigue Acuña hacia Madrid
donde le esperan las armas
con que armar los voluntarios
que surgen como riada.
Tras pertrecharse en Madrid,
ya están llegándose a Ocaña.
Se van de allí al Romeral,
buscando van con gran ansia
a don Antonio de Zúñiga
prior de San Juan quien manda
los reales que imaginan
que Toledo es de sus anchas.
Le envía un mensaje Acuña
para retarle a batalla:
«Salid de vuestra guarida,
salid a darnos la cara.»
Pretextando estar sin tropas,
el prior tregua reclama.
Acuña a sus hombres dice
que empiecen la retirada;
no vale ganar combate
a enemigo en desventaja.
Apenas los comuneros
han posado sus adargas,
que los de Zúñiga llegan
atacando por la espalda.
Mas de poco ha de valerles
la traición con que atacaran,
que Acuña y los suyos logran
vencerles en lucha franca.
Entrados en la Cuaresma,
Acuña sale de Ocaña,
disfrazado de labriego
con poca gente cabalga.
Al presentarse en Toledo
sólo un guía le acompaña.
Llegado a Zocodover
un toledano se exclama:
«¡Ese labriego es obispo
que se bate con sus armas!»
Los toledanos acuden
todos le estrechan y aclaman,
sin oírle las protestas
en sus hombros le arrebatan.
«Con él a la catedral
para entrar por Puerta Llana,
que un obispo comunero
será primado de España.»
El oficio de tinieblas
interrumpe su llegada.
«Toledanos, toledanos,
es la Junta quien me manda,
no me estaré en un palacio
si se precisa mi espada.»
La Junta, en Valladolid,
se empieza a dividir ya,
que hay quienes hablan de guerra
y quienes de negociar.
Un buen día, un caballero
en sala capitular
expone a los congregados
las perspectivas de paz.
Alonso Ortiz es su nombre
que nadie le nombrará,
mas siempre hay quienes tengan
ardor de Comunidad
y en el turno que se ha hecho
para poder vigilar
a fray Pablo de Villegas
hoy le cumple de escuchar
que Alonso Ortiz desearía
los ánimos sosegar,
prometiendo las mercedes
de la clemencia imperial.
Indignado, el dominico
hasta a la calle se va:
«Con la Junta hay un espía
que está hablando de pactar,
no cabe tregua en la guerra
que no se empieza a ganar.»
Seguido del pueblo en armas
a San Pablo vuelve ya
y al irrumpir en la sala
va avanzando en su arengar:
«Comuneros, comuneros,
no perdáis la libertad.
Luchando la habéis ganado,
ganando se salvará.
¿De qué os sirve haber nacido
si alguien os puede humillar?
Cuanto los grandes poseen
se lo habréis de arrebatar;
quien mucho apañó no pudo
ganárselo sin robar.
Poseen por poseernos,
se apropian por propalar
que son distintos de aquellos
que no tienen propiedad.
Empuñad horcas y hoces,
las espadas empuñad,
no se ha acabado una guerra
que acaba de comenzar.
Con el rey están los grandes
cual lobos con su chacal,
penetrando en sus guaridas
los habréis de exterminar;
que el que primero golpee,
dos veces asestará.»
Un día, los toledanos
se van a la catedral.
Convocan a los canónigos
en sala capitular,
mas los clérigos no quieren
sus casas abandonar.
«Si con sus pies no vinieren,
de los nuestros se valdrán.»
Forzando sus domicilios
el pueblo les va a sacar,
mas no quieren los canónigos
ceder de su voluntad,
no nombrarán arzobispo
a quien es obispo ya.
Acuña, que días antes
no aceptó la dignidad,
hace silencio en el atrio
para poder arengar:
«Toledanos, toledanos,
hombres de comunidad.
Bien sabéis que no hace mucho
rechacé esa dignidad
por entender que con ella
os disponíais a honrar
a quien por honra le basta
serviros de capitán.
La guerra se va extendiendo,
larga la lucha será.
Vivimos sin que podamos
nuestro sueño conciliar.
Si la sede de Toledo
hoy os la quieren negar
los mismos que ayer la daban
a don Guillermo de Croy
por sobrino de un ministro
del flamenco cardenal,
sin tener su Teología
y sin tener casi edad;
lo que así daban a extraños
¿acaso os lo negarán?»
Acuña troca su atuendo,
hecho de pardo sayal
por los brocados antiguos
de su nueva dignidad.
Un ejército imperial
a Mora tiene cercada,
la ciudad guarda silencio,
se diría abandonada,
los ortigas se enderezan
al bajo de la muralla.
Con Zúñiga a su cabeza
los imperiales avanzan.
«Os rendiréis los de Mora,
o Mora será arrasada.»
La artillería real
logra quebrar la muralla,
aguantan los defensores,
hacen frente a las mesnadas,
luchando calle por calle,
luchando casa por casa,
van muriendo en el combate,
o en el suelo se desangran.
Los imperiales se adentran,
ya la iglesia está cercada.
«¿Quién se refugia en la iglesia
huyendo a nuestra venganza?»
«Son mujeres y son niños
o son los viejos sin armas.»
«Si son mujeres o niños,
o si son viejos sin armas,
comuneros son también
y morirán sin que salgan.»
Los reales prenden fuego,
la iglesia ya está incendiada.
Tres mil mujeres y niños
y viejos que están sin armas,
se quemarán en la iglesia
sin poder abandonarla.
El coro ya se desploma,
y los clamores se acaban.
En silencio queda Mora.
¡Cómo crepitan las llamas!
Estando en Yepes, Acuña
se entera de la desgracia.
Si Mora sufrió martirio,
Mora tendrá su venganza.
A Zuñiga y a sus hombres
en Illescas les alcanza.
Tras haber rondado en llano
a manera de alimañas,
van huyendo monte arriba,
dejándose sus adargas.
Se encierran en el castillo,
tras sus muros se Preparan.
Reunidas en el gran patio
duermen centenas de vacas.
Para hacerse de su sitio,
más les valiera soltarlas.
Al oír los comuneros
al rebaño que se avanza
despavorido en la noche,
monte abajo se desbandan.
De poco le sirve a Acuña
la furia con que llegara,
vencer no puede en Illescas
a Mora la infortunada.
Luis López Álvarez: Los Comuneros (1972)
Versións:
Nuevo Mester de Juglaría: El obispo Acuña*; Los Comuneros; 1976; Lado B, Corte 3
*[A versión musical do grupo Nuevo Mester de Juglaría está precedida dun fragmento do poema En el campo comunero, parte terceira da obra Los Comuneros, de Luis López Álvarez, do ano 1972.]
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