miércoles, 11 de marzo de 2020

Crónica de un semejante

«Yo soy un tipo como vos,
trabajo,
me alimento,
sudo un poco,
trabajo un poco más,
ando sin plata».
     En realidad, no sé por qué razón esta mañana, desde que abrí los ojos, estoy pensando eso. No lo sé, pero no puedo dejar de pensarlo. Parece el comienzo de un poema.
     Uno debería vivir cerca del trabajo. Pero no todo lo que uno desea se le da. ¿Todo? A veces pienso que nada se le da. Vivir en Morón y trabajar en el centro es infernal. Yo le dije a Luisa que tendríamos que mudarnos a Buenos Aires. Pero se lo dije hace mucho y ella me escucha siempre como si fuera la primera vez. Pero no se puede, no se puede, no se puede. Pobre Luisa, a veces me parece que está más cansada que yo. Pero, ¿cómo hará para inventar tanta ternura todos los días?
«Ando sin plata,
me gusta la mujer,
cuento los hijos…»
     Esa podría ser la continuación de “Yo soy un tipo como vos…” Pero, ¿cómo digo lo que quiero?, ¿qué tengo que decir?
     La hora. Se me hace tarde. El reloj. Todo es un enorme reloj. Hasta luego, Luisa. Sí, ya lo sé: que coma bien a mediodía, que no me haga mala sangre, que me estarás esperando todo el día. Chao, querida.
«Trabajo,
me alimento,
sudo un poco…»
     Esta estación está quedando chica. Ya casi no cabe la gente en el andén. Y ahora, ¿cómo entro al tren si hay gente hasta en la puerta? Un empujón más y ya está. Como todos los días. Vamos todos callados, todos para adentro, todos enlatados. Me gustaría leer el diario, pero lo tengo debajo del brazo y no puedo moverlo.
     Según el reloj pulsera del tipo que cuelga de la agarradera, son las siete menos cinco. Con un poco de suerte llego a tiempo. Yo le dije a Luisa que Pepe necesita zapatos y un pantalón nuevo. Ya es grande el chico. Es un muchachito. Pero, las cuentas. Si le compro zapatos y pantalón no podré pagar la luz y el gas. Pero el chico ya es grande…
«ando sin plata
me gusta la mujer,
cuento los hijos…»
     Ya pasamos Ciudadela.
     Yo pensé ayer, ¿o fue esta mañana?, ¿cómo hará Luisa para inventar tanta ternura todos los días? Era un buen pensamiento. Pero no se lo dije, no tuve tiempo.
     —No es nada, señor.
     Claro, el tipo no tuvo la culpa. Para bajar tiene que pasar hasta la puerta y el piso del tren está lleno de pies. ¿Dónde va a colocar los suyos? Algún pie tiene que quedar debajo y esta vez fue el mío. Pero los zapatos, quizás, pueda ser. Lleno de pies y los espacios llenos de cuerpos y el aire lleno de caras.
«caigo después en la vereda,
me pisan la cabeza,
no hago caso…»
     …ya está. Así tiene que continuar “yo soy un tipo como vos”.
     Pero el problema está en que vamos todos callados. Cada tipo que viaja en esta lata es una síntesis de él mismo. Pero claro, tienen razón, sería ridículo subir y decirle a cada pasajero: —Buenos días. ¿Ridículo? Aunque hermoso. En el campo lo hacen.
     Ya estamos en Once. Es claro, a esta hora la cola para esperar al 101 es larga. Si el colectivo no viene rápido, llegaré tarde. Pensándolo bien, cuando vuelva a casa le llevaré dos rosas a Luisa. ¿Cómo hará para inventar tanta ternura todos los días?
«…me pisan la cabeza,
no hago caso,
quiero querer,
me duele el corazón cuando lo pienso»
     …así, así, seguime hablando así. “yo soy un tipo como vos”. Este colectivo está tan lleno que me parece que me queda chico de sisa. Es un buen chiste. Yo le dije a Luisa que Perico necesita un sobretodo. Hace frío. El chico tiene frío. Luisa quiere comprárselo, pero este mes no se pudo. Y a Juan Martín hay que enseñarle a pedir para que Luisa no tenga que lavar tantos pañales
«…me gusta la mujer,
cuento los hijos…»
     Comprar, comprar, comprar… “me duele el corazón cuando lo pienso”…, eso está bien. Pero ahora me duele también el cuerpo de tanto estar apretado por otros cuerpos doloridos. Parecía otro chiste, pero eso de los cuerpos doloridos no lo permitió. Humor negro.
     En la parada. Son las nueve menos cuarto. Una hora y cuarenta y cinco minutos para recorrer los 23 kilómetros que hay de Morón al centro. En el mismo tiempo, por la ruta 205, podría haber llegado a Lobos. No; más allá todavía. A Lobos hay 100 kilómetros y a un promedio de 70 kilómetros por hora recorrería… ¿a ver?... 122,5 kilómetros.
     La oficina, la oficina, la oficina…
«yo soy un tipo como vos,
trabajo,
me alimento,
sudo un poco»
     Eso suena bien, me gusta.
     —No viejo, no puedo. ¿De dónde voy a sacar guita para prestarte?— Pedir, pedir, pedir. A Juan Martín hay que enseñarle a pedir para que Luisa no tenga que lavar tantos pañales. A veces me parece que está más cansada que yo.
«me alimento,
sudo un poco»
     A mediodía almorcé un sándwich. Y me atoré porque había mucho trabajo atrasado. ¿Atrasado? Ya son las cuatro de la tarde y voy a llegar tarde al otro trabajo. Y menos mal que este colectivo vino enseguida. Ese tipo se va a bajar. —Y bueno, pase usted, señora—. Pero ¿quién me manda a mí? ¿Acaso no estoy cansado?
«Me venden un buzón,
yo me doy cuenta»
     Dale, seguime hablando así: “Yo soy un tipo como vos”. Esta noche hay box por televisión. Creo que podré llegar a tiempo. —¿Qué haces, Gordo? ¿Qué colecta? ¿Otra vez, che?
     Me duele la espalda. Doce, trece horas tecleando la máquina cansan a cualquiera. Y lo de los zapatos y el pantalón de Pepe y el sobretodo de Perico y el tren y el colectivo y el piso lleno de pies y el aire lleno de caras y, entonces, ¿cuándo puede vivir uno, eh? ¿Quién me lo responde?
     Aquí, en Once, tampoco dan más los andenes. Pero, ¿cómo hará Luisa para inventar tanta ternura todos los días? Ya sé que no voy a conseguir asiento, pero parado, apretado, golpeado, cansado, y otras cosas más también terminadas en ado, me queda el consuelo del regreso.
«Me venden un buzón,
yo me doy cuenta»
     …por ahí anda la cosa.
     Ya pasamos Ramón Mejía. Por fin, puedo abrir el diario. El de la mañana. Uno siempre vive atrasado Me han robado vida. ¿Quién me la devuelve?
«Me venden un buzón,
yo me doy cuenta»
     Llegamos a Morón. Por fin a casa.
«Me venden un buzón,
yo me doy cuenta.
Y espero no sé qué,
no lo comprendo»
     Mira, querida. Hoy pensé traerte dos rosas, ¿sabes? Pero, ¿Cómo puedes inventar tanta ternura todos los días? Pensé en traerte esas dos rosas. Perdóname Luisa, sólo te traigo tu cansancio y el mío. Son las dos rosas.
     Ahora me doy cuenta:
«Yo soy un tipo como vos,
lo que se dice: un semejante».

Hamlet Lima Quintana: Cuentos para no morir (1972)

Versións:
Hamlet Lima Quintana: Crónica de un semejante; Cuentos para no morir; 1974; Lado B, Corte 3

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