Cuando lloraban todas las campanas de las aldeas de la adolescencia la defunción del Siglo Viejo contra el Siglo Nuevo y, atardeciendo,
los primeros versos de los primeros besos a las primeras hembras de la tierra, echaban,
por encima de la vastedad finisecular una gran bruma marina en el corazón estupefacto por la angustia de sentirse irreparable,
conviví tu clamor nacional-internacional, puerto del mundo,
como el escalón del pabellón ensangrentado de la piratería, con la calavera aventurera, pasajera e inmortal, arañando los mausoleos ultramarinos…
Tienes del hombre las barbas acuarias y huracanadas y el quejido monumental de los océanos psicológicos, que son estatuas antiguas sentadas arriba o debajo de la tormenta,
te pareces inmensamente a tu retrato de espanto innumerable, copiado en los testamentos oceánicos,
o acaso a la parición del mundo, eternamente sucedida, eternamente renovada, eternamente repetida, como el formidable y antiquísimo oleaje de las multitudes y las muchedumbres hambrientas,
que se orientan como un Capitán de Alta Mar, y tu estatura de cordillera arquitectónica, de Andes enorme, de flor-peñasco y quebradas de leona de remonta,
de la manera y el comportamiento a todas las bahías y a todas las sirenas de los transatlánticos, que traen ciudades con amor y con dolor en las bodegas o en los camarotes lujosos y miserables;
los asnos cargados o los caballos ensangrentados y acuchillados de menestras y de flacura, siempre subiendo los tremendos cerros,
los cerros tremendos de la población encadenada a la miseria, que son
la cabeza infernal de Valparaiso, la prostitución borracha y mal pagada de los aventureros sórdidos, te afeita la cara nocturna de mujeres y homosexuales,
rememorando el comercio de ganados y el comercio de esclavos de degolladero de la antigüedad fenicia, sirio-caldea, egipcia y judía o jónico-mediterránea,
y un dios guillotinado, pateado, "cogoteado", preside en callejones y encrucijadas de contubernio y escarmiento vil, la estética contradictoria y terrible de tu emoción lírica
o épica de navío en mares sociales, caído y sin brújula,
pero inmensamente bello, tenebrosamente bello, amargamente bello, porque como integras un cosmos tentacular-universal, tu estatura de gigante sublevado, sobrepuja todas las escalas de valores, desde las capitanías heroicas, al sublime y horrible infierno del subhombre de panteón, o cae rodando mundo abajo.
O los "porteños" son todos marinos, o los marinos son todos "porteños", o las marinerías dan la tónica a la fisonomía litoral, a las iglesias, a los prostíbulos, a las tabernas, a los patíbulos, al sol, a las cocinerías, a las pescaderías, a las borracherías, a las niñas bonitas que parecen damajuanas de porcelana azul o guitarras o botellas de oro o tinajas de los abuelos, los bisabuelos, los tatarabuelos de Pomaire, acumuladas en la tonada nacional, el mar, el mar, el mar de Valparaíso, camina por los barrios y las bodegas, tuteándose, de hombre a hombre, con los trabajadores portuarios o los nortinos licoreados que "andan en tomas", y las ropas tendidas son banderas o "claveles del aire" en los cordeles del proletariado creador de hogares, los cachureos-comercios ardiendo y saliendo de lo oceánico tentacular de tu escultura, como de los zargazos y los naufragios, o de antiguas batallas perdidas.
y los Mercados son puertos navieros del barrio de "El Cardonal" o de "La Aduana", anclados y atravesados de puñaladas, canciones y emigraciones,
como Marsella o Barcelona o Venecia o Liverpool o Nueva York, la gran ciudad podrida, o Shangai, la gran ciudad heroica y progenitora, u Odessa o a la manera de la Babilonia de Nabucodonosor, en la que marranos de carne o seres humanos, encadenados a la misma coyunda del asesinato, acumulaban la sociedad partida en dos y enfurecida, o el garañón de látigos, en su enorme luto del mundo.
Te pateó el resplandor de antaño la matonería imperial del yanqui cuatrero o negrero, la cual se ensucia precisamente linchando, ahorcando, apuñalando o ancianos o niños de color o mujeres de color, o viejos de color, o soldados "americanos" de color, en discriminación nacifascista, linchando héroes y mártires del pueblo de color, linchando la flor de la ciudadanía que es aquella perla inmensamente negra, mal llamada de color, a la cual Lincoln le arrancó las cadenas del esclavo, y la cual creará la gran Norteamérica mulata de mañana,
y sus cañones ensangrientan y dan vergüenza a la bandera provincial, goteando con espanto colorado y enorme
a las generaciones, echando un baldón de sudor macabro de crucificado entre tres puñales encima del pecho del genio popular, y ensangrentando lo ensangrentado popular, y todavía da infinita y amarilla desolación a las tonadas, el bombardeo de la España imperial, podrida, que asesinaba a cuchilladas de bandido y por la espalda, no de soldado del Cid arcaico y heroico,
arremolina una gran hoja marchita en tus recuerdos irremediables de urbe sufriente o grandiosa, Valparaíso, pero el corvo del roto "managuá", navegado y pateado en el padecícimiento, con los vinos antiguos, brillando como el sarcasmo del andrajo en el imperialismo,
ha vengado la ofensa de la Gran Bestia Burguesa de Iberia, con destripamiento de gangsters, pistoleros y explotadores de menores de edad o sucios esbirros enmascarados en apostolados simoníacos, o bandidos franquistas, contrabandistas y ladrones vestidos de obispos sin sotanas, vestidos de mariscos de las profundidades solares, en gigantes cueros de hiena, canción-puerto-mayor de Chile.
Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar, Valparaíso.
Aquellos designios acerbos del trauma portuario en la patología de la agonía de la burguesía,
se acoplan al ayer zodiacal, cuando la sífilis roía la costilla despavorida, marital y conyugal del multimillonario o del piojoso-mártir, entre todos los solos, enfurecidos, desde los tiempos aquellos de John North, acaudillando el asesinato de Balmaceda,
y el toxicómano de ahora, histérico y colérico, bailarín de rock-and-roll responde al hereje descomunal de las tibias cruzadas con las caídas babas marchitas,
en función de los términos contradictorios de la época en que los hombres parecen mujeres y las mujeres parecen hombres, se engendra por partenogénesis la crítica oficial de la chacota en la literatura,
y es su contador-contralor un hermafrodita,
nacido y crecido en las entrañas bobas de la torta de novia de "el arte por el arte",
a la manera de un huevo de pato en el nido de la tórtola;
¡oh! "Pancho" querido, "Pancho" Valparaíso, ¡oh! "Pancho" florido de tabernas y cementerios marinos, emergiendo por adentro de tu juventud antigua, desde Playa Ancha al Almendral, cruzando las "estoicas" y "heroicas" filarmónicas del putañerismo y la "naipada" de "Rey" y "Sota de Bastos" o rayuela, en las que se emborrachaba con tremendo ron falsificado el pobrecito indio desteñido y colosal,
Rubén Darío, y Baroja las canoniza, como a entidad de santidad, liturgia o mito trágico, parido de garitos o de clubes sociales donde se come, entonces, la rica prieta fina como pierna de mujer, florido de grandes, hermosos bares de sangre inglesa, o cuáqueros, o católicos-apostólicos-romanos, como pingajos de sol cogoteado, podrido de garitos,
con la botillería puteada o baleada por gringos dopados con alcohol oceánico, cargados y acuchillados de asesinatos, con toda la niebla de Londres en el sombrero de pellejo de las Colonias y la Biblia teñida con las aortas rotas, otrora, del gran Imperio de la Winchester que nacía descalibrado o echando baba o roña como bajo e internacional palo de gallinero,
o cafés del querer antepasado, como, por ejemplo, "El Riquet", tan francés y tan cortés de "politesse", como "corbata de humita", con espejos antepasados y mármoles antepasados y antepasados.
retratándose en los espejos antepasados de los antepasados más antepasados de los antepasados, en donde fúnebres o lúgubres coronas, con el violeta enmohecido de la muerte, se refieren a la República asesinada de la primera Marina Mercante de Latinoamérica, con estupor estupefacto,
y sin embargo, posee de acordeones o de embarcaciones un aroma a despensa de comedor finisecular, y finisecular extranjería, a manzana o a naranja de los antiguos siglos,
a mitomanía con vinos heridos, navegados y solitarios como Tristán Corbiére, con mucha gloriola sucia en los repuestos, porque el hombre muy hombre se revolcó en las primeras borracheras navieras con la "ginebra" del corsario y la bucanería desde "el Olonés" al espectro del Mar de Drake, chileno;
los costillares de los ascensores van, como los jamelgos sobrecargados, subiendo y crujiendo, cerros-arriba o se suicidan en las plataformas, a deshonra retronadora,
cuando los borrachos postumos, entre los últimos de los últimos de los últimos borrachos trastabillean con la abeja de la chicha bendita en el guargüero, brindando como chivatos por la inmortalidad de los toneles, o la Petita Bastidas, tan bonita
como tetona y remoledora, sacando su machete de entre los colchones,
y la población obrera, agarra siquiera un pejesapo ligeramente derrotado y lipiriento, que estaba enamorando a una pescada ensombrecida de gran miseria social,
o a una cholga rubia, pintada, oxigenada, tallada a máquina en recio mármol negro,
o, acaso, cochayuyo en libertad, de extramuro u ondulatorio, o alguna chalcha o guata profunda de comprensión de los explotados y los expoliados de la nación chilena y de la tierra entera, que es ajena, como cabeza de arcaico sol asesinado,
la echa a la "olleta", del tiempo auroral de Vicente Pérez Rosales, José Santos Ossa o Diego de Almeida, los pioneros atacameños, y se agarra a bramar y a llorar a la memoria de Esquilo.
La Belleza catastrófica ciñe tus sienes áureas, y lo contradictorio expresándose en edades tentaculares, estalla en aquellos inviernos inmensos del huracán trágico dramático de la bestialidad de la eternidad que sujeta las riendas de la historia, como un jinete un potro,
y es entonces cuando nos quedamos estupefactos, como un león de piedra en la tormenta, bramamos, y nos tomamos el caldo de cabeza del Mercado del Cardonal, jurando
que el terremoto de 1906, al atravesar la humanidad de punta a punta, dividió en tres la historia y fue tan horriblemente terrible, como tan horriblemente sublime, porque el clamor del horror aúlla en el corazón de todo lo hermoso, y el estilo es como el infierno,
mientras más arrecia el temporal, la tempestad se retuerce en toneles de pólvora, y las jarcias tronchadas y el velamen acuchillado
del Palo-Mayor del Puerto-Mayor, se desgarra, truena la perra en llanto de las sirenas, están gritando, están ladrando, están cantando tus artesanías en los hogares, o heridos o despavoridos,
y tú, Valparaíso, te yergues, valiente, colosal, sobre tu nombre de arena innumerable.
El afuerino, o rancagüino o licantenino o ariqueño o vichuquenino o antofagastino o iquiqueño o maulino o valdiviano o curillincano o pocoano o chilote o magallánico o chillanejo o talquino o linarense o temuquense o sanclementino
ensilla el mar, tu mar, el mar humano y desaforado de Valparaíso, contorneándose, borneándose, amarditándose como los barcos cargados de toneles o de fusiles, porque abordó tu condición de camaradería y fue porteño, lo bautizó con lindo vino tinto el alma caliente de los bodegones y los "piguchenes" y los malecones de "la Mar Salada",
y la ciudadanía litoral, hospitalaria y rotunda, le ondula a la manera inmortal de las banderas;
gran ciudad popular, Valparaíso, un cinturón de ventarrón aprieta tus riñones de fuego o de hierro, tal como las espadas o la faz sudada y varonil de tus estibadores,
y tú sonríes de sentirte acometido como un toro en las épocas o echando
gran espuma de océano en océano, pronuncias una arenga continental desde la "Plaza de la Victoria", y el "Dique Flotante".
A la bahía ultramarina e internacional, las sirenas dan la anchura de las ballenas en cardumen, con ámbito ecuménico,
o escarban el horizonte de conmociones públicas, en donde el héroe total expone su pellejo a los asesinos, y el siniestro mercader mugriento especula con la comida, cuando en "Los Siete Espejos", arrecia la tormenta de bofetadas, arrecia la tormenta de señoritas someramente prostitutas, arrecia la tormenta de puñaladas
y puntapiés, hasta la cachimba de remoledores, que son trasnochadores náufragos, en la resaca del "turismo con cuchillos" o putos inmundos.
No buses corren, buques por las vías públicas de tu oceanografía: "el callejón de los Pimientos" o la "Subida de la Calaguala", que es la canilla de la puñalada y el cuero del viejo poeta Zoilo Escobar bracea nadando adolescencia abajo, las mareas de la Gran Mar Océano del Sur,
desde su tumba verde, o como musgoso de placton famoso; Carlos de Rokha
nació y cantó muy grandes poemas adentro del complejo de tu pecho naviero, clavada la proa en los arcanos de la inmortalidad herida; y Tomás su hermano, rugía a la vida finita en la subida del Membrillo, arriba, ¡oh! divino Valparaíso amigo, lo mismo, exactamente lo mismo, cuando el huaso a caballo domina la montura y la cabalgadura o cuando, bramando, la mula difunta lo patea o lo bostea contra su sombra,
sí, en ti, "puerto de viento", puerto de hueso, puerto de fierro y lágrimas, aprendió a vivir y morir, colosal, con los dos años tronchados, a la vanguardia de las marinerías de antaño.
Del modo y manera como el poema es lenguaje de imágenes, es decir, lenguaje de catástrofes e idioma metafórico y catastrófico,
no racional y, estando versificado o no versificado es poema el poema, el cual genera no juicios, estilo, y la prosa lógica es conceptual y funcional, como razonamiento solo, y no existe lo prosaico poemático, porque la imagen no se raciona como la botella de vino al imbécil o el pienso al asno, las casas colgadas sobre el abismo, como racimos de relojerías atroces,
le pertenecen trágicamente y épicamente al sistema planetario del cuotidiano del calendario sideral de Valparaíso, o cantando o llorando o bramando, o bramando o llorando o cantando entre los demonios del infierno de Orfeo o los mitos sísmicos,
pero dan las premisas y agrandan la arquitectura portuaria, que no es arquitectura humana, mediterránea o litoral-humanística, sino tu sino síquico, puerto del mundo, puerto del puerto del mundo, puerto del puerto del puerto del mundo, con tus mujeres de potentes maternidades y tus varones aventureros a la manera de Ulises, a la manera de Lord Byron o Lord Cochrane, a la manera de Arquíloco, porta-pirata, adentro del pecho porteño,
calibrado de campanarios y astilleros, en los que aúllas tú y tu voluntad de ser el león de dolor y de pasión, o de granitogente que eres;
qué enormemente, qué sabrosamente, qué famosamente, qué inmensamente se comían los choros asados o crudos, en limones irreparables, con portuarios de tierra adentro que reeditaban un antiguo poeta-fantasma, caído al mar, como "Toribio el náufrago", con su botellón rumoroso de matapiojos y su mitomanía de aventurero celestial, entonces
tan allá, por la "taberna de Pedro el Cazador", entonces, en "El Mesón del Parrón", o en la Gran Posada sin alojamiento,
o llamada o apellidada "Restaurant de El Pajarito", en donde se comen, hogaño, los ricos hocicos de ternera, bien picantes y licoreados, los parroquianos parece que vienen saliendo de un entremés de Miguel de Cervantes, el tomador más garañón de España, o de un poema de Quevedo, o cuando yo, antaño del antaño del antaño,
o navegándonos la juventud perdida con la querida mujer que fue Winétt, acumulada en los pequeños hijos traviesos como la gaviota o la calandria, y sus poemas universales,
subía yo, conmigo, yo subía, azotándome por adentro del invierno descomunal, "Caleta del Membrillo" arriba, "Caleta del Membrillo" arriba, por la escalera huracanada cargando el pan de la familia empobrecida en la heroicidad oscura y amarga de la creación de la gran literatura, o me echaba bramando barranca abajo, entre la gente madrugadora de aquellos tus barrios obreros, barranca abajo, Valparaíso, buscando el recaudo del mercado familiar, y el familiar atuendo de tormenta y de rodaja de tormenta, en los tenduchos y las lanchas pesqueras, barranca abajo, o los pequeños botes tremendos del pobre héroe dramático y volcánico de las faenas oceánicas;
o divino botón de las marrullerías, las picardías, las bucanerías y el anecdotario policial-histórico
de los vagabundos, los asesinos, los limosneros, los falsificadores de monedas, los ladrones o los cabrones, nietastros del Gran Capital inglés, que baleó el resplandor de la República, con la oligarquía nacional, latifundista, como verdugo,
los que levantan la estatua de la estafa legalizada en los planos bancario o financiero-bursátil y especulativos
del industrial imperial-capitalismo de la Dictadura de la Burguesía, expresándose en el imperialismo de Gangsterlandia, que invade, hoy por hoy, tu mercado industrial, comprado y dopado de dólares, y acapara las fábricas centenarias, monopolizando acciones y gerentes, en donde impone la patada eclesiástica de "Grace y Cía." y el jesuitismo "reinando" con Paulo VI, "reinando", por debajo de Juan XXIII, —el huaso cristiano a la manera evangélica—, en la compra-venta de la República o traicionada o asesinada,
o los reaccionarios en descomposición, desintegrados, o yunque de mártires y de líderes y de héroes del trabajo, es tu hígado de tiburón ilustre, arcangélico, enorme, bárbaro o demoníaco y contradictorio;
como lo humano todo, eres complejo, heterogéneo, eres diverso en la unidad paisaje-mundo-viviente, poblador cosmopolita, campeón sin campeonato y cuaderno de bitácora, viajero, transeúnte, eterno, trashumante e inmóvil, porque te pareces a una ínsula de peones del mar y de navegaciones, y a una escuadra de guerreros del comercio y la especulación mercantil, a una catedral roja de hipnotizador o profeta, que aterra
y agarra las almas, eres el contralor del esplendor que expeles como llama de lava volcánica, y su esclavo, tu esclavo de tu mismo vórtice,
bahía de bahías, y cuando estiras la divina mano herida a "Viña del Mar", se te florece un pájaro en la cara y un copihue rojo en toda la boca, puerto con truenos y zorzales, puerto con perros
o gallos ladrando por la querida vecindad antiquísima
de tu "Camino de Cintura", con la sensación de "Las Montañas de Vergara" en el perímetro de gárgola.
Tu estatura inverosímil, que derrama todas las copas de todas las formas, da pánico a la extranjería,
porque retrata la audacia desenfrenada y suicida del chileno en suspenso, el amarditamiento y su rol heroico, premonitorio y aclamatorio de hombres-cóndores y águilas-algas, reencontrándose
por intuición histórica, y aquello tan horrendo de mausoleo colosal que nos amarra a un destino de heridos por los rayos cósmicos, desde la baraja a la mortaja.
Pintoresquismo no, dramatización de la existencia, tú, Valparaíso,
borrachera de la existencia, cabellera de la existencia, escalera de la existencia y drama rugiente,
que excluye todo lo superfluo y lo retórico-poético,
contra el destino, por el estilo de saberse fuerte, consciente y atrabiliario
como los viejos guerreros muertos por degüello.
La oceanografía no es tu régimen, lo es la cantidad oceánica, la cual da la calidad oceánica, transformándose y ordenándose y superándose
en tu estupendo poderío espantoso, como un "Dios" decapitado,
como un ataúd que se parase de repente y se pusiera a gritar y a llorar como un tomo de poemas, solo.
Recuerdo los tragos bárbaros del "Peter Peter", de los Wooster, los Wilkinsons, los Morris,
el "Bar Alemán" y el enorme schop ultramarino, o "El Mónico" sonriente y lacustre con los payasos desaforados, bailando, como "La Bolsa" y "La Bomba" negociantes-judiciales;
de tu resplandor de huracán emergió el lenguaje indiscutible de "Formas del Sueño", de Winétt, logrando lo clásico contemporáneo, lo eterno contra lo eterno,
el insigne espanto de la poesía universal femenina,
como quien engendra con zafiros desintegrados la maceta de violetas de junio y julio o una gran naranja de oro,
o se arrancó a caballo sin montura, sudando mi "Suramérica",
arrasando los acantilados de la retórica, a pura patada de chilenidades, carajo;
tu pueblo es pueblo de gran industriosidad marina, y su miseria
o levanta la palabra acusatoria o ruge luchando en la materia vital, y en la contienda de las herramientas de la clase obrera organizada,
y el "roto-choro", o nortino o sureño, enriquecen tu capitanía azul, de metal cósmico.
No soy mediterráneo, soy costino, licantenino, "criado y nacido" en Licantén, a las riberas del Iloca, en la heredad familiar patriarcal, hoy por hoy mordida de granujas "tinterillentos",
con Vichuquén, pueblo de vinos, pueblo de brujos, pueblo de siglos, a la espalda,
por eso entiendo tu idioma catastrófico, tu idioma sol-marino, tu idioma parabólico y continental, a tanta altura y por adentro de la tierra, aunque comprendo que me voy volviendo piedra.
Con la materia social de los pueblos engendra el gran poeta su lenguaje de imágenes, que es su retrato, que es el retrato de la sociedad y sus contradicciones, engendra
un contratiempo y un universo de categorías y valores,
engendra un régimen vital, un régimen total del mundo, un mundo, el mundo de él y entra adentro,
y queda viviendo, o muerto eterno, lo muerto eterno, en la inmortalidad, creada
en la eternidad y en la enormidad de la belleza, que es la nueva materia de la vieja materia, la forma-pólvora y lo heroico
dado como dato inmortal; por eso hacemos esto, tan tremendo y tan problemático y tan horrendo
de sencillez complejísima de la "épica social americana", un gran barroco popular, el arte grande del "realismo popular constructivo", —acto de masas—,
con la miseria enfrentándose a la riqueza, como un pabellón de verdades y de puñales; y, entonces,
¡oh! Valparaíso, cuando los años-gusanos, los años-pájaros de presa, los años-pescados, se coman las cosas, arañándolas y escarbándolas con las mandíbulas despedazadas,
tú y yo, saliendo del espectro natural de las generaciones nos iremos desarrollando,
creciendo, es decir, viviendo y muriendo simultáneamente, sirviendo de espanto al ser humano, a la humanidad futura arreciada de alegría como una gran montaña en flor a las muchedumbres y a las multitudes felices,
o convulsionadas, horrorizadas, acumuladas de estupor, contradiciéndose,
cantando y llorando un mismo idioma, como y todo lo que existe y habita, agonizando, en las ciudades y en los poemas.
Tienes el vientre aullado por barcos náufragos, arrasado
y quemante de emigraciones y aventuras, herido y melancólico de botellas y de banderas, rojo como todo lo heroico y ensangrentado de la historia,
porque el arte es sangre y frustración de espadas,
y un acordeón con corazón de tiburón, con corazón "humilde y errante" por la gran nostalgia de "la vida", con corazón cosmogónico,
calibras las arboladuras del enorme buque, mar afuera.
Las altas y las bajas mareas que están de acuerdo con la tuya antigua luna, se te sublevan de repente
y chocan bramando de continente a continente, acorralando, echando
a pique, heridos, los transatlánticos mayores o la lancha maulina que te hace gigante batalla, y se hunde como entre escupos de tormenta o de tinaja colosal, rajada, e inmensamente parida,
los vientos furiosos atacan a puñaladas la naipada del destino,
el navío central azota la costa rocosa, y tablones de cadáveres, maldiciones de cadáveres, riñones de cadáveres,
dan una patada a la nada y disputan, enfurecidos, entre cascos de barcos,
sobre el enorme y desencadenado oleaje de ululante y formidable voz y cabeza de un gran Demonio triste.
Como los toros o como los potros,
retozas en lo dionisiaco dinámico, telúrico, titánico, lacustre de costumbres
u oceánico, agua del agua amarga o río antiguo.
Valparaíso, ciudad de aluvión, estupefacta y cosmopolita, esplendor del basural del mundo-mundo-mundo,
pujante de saberte inconcebible, enigmática, incorruptible,
pisando abismos deshechos, trágica, catastrófica, apoyándote en pilares de puñales,
no académica y no apolínea,
toda la gracia magistral, tan grávida como la esposa embarazada y tan pálida flor de relojerías
como el lomo de precisión de los aviones,
y en la cual las carretas agropecuarias aroman el recuerdo de alfalfa y de fantasma, por el antiguo, real "Decreto del Infierno", rota y sola sumando la multitud de las potencias oceánicas.
Tu problema de arena es geométrico y agonal como tus quebradas, que son montañas en reintegración dialéctica,
anchas, fluvial-lacustres napas subterráneas que te remecen por abajo,
te socavan la emoción sísmica o alcohólica, en lo profundo de la estupenda gran borrachera de la naturaleza, cuando o tronchando o pateando o apaleando, asesina, la heroica lancha salvavida, aúlla a la manera de una máquina bruta,
que emerge soberbiamente danzando como chivato rojo,
tu luz es luz de faroles universales, que dan sombra tremenda o sol como los átomos de las cosmogonías.
Arrecia en la pelea por la belleza copretérita la "Plaza Echaurren" y la "Plaza O'Higgins";
y un océano comercial, doméstico, un océano semanal, doméstico, un océano conyugal, doméstico y retórico-poético, que parece que viniese vestido de día domingo, con la chaqueta desintegrada por el huracán, divierte a los chiquillos "patipelados" en su gran conducta sin orquesta y en su pantalón de piojos, o soberbio o enloquecido
o profundo como las distancias astronómicas, o la rebelión de los desventurados de todas las épocas; las charangas municipales, bailadas por un zapato fantasma, dan la sensación póstuma del paseo de los muertos;
tú y tu historia de honor y de dolor humano, están a la cabeza de las contradicciones, contra las contradicciones y su enigma, enarbolando de banderas negras aquella remota grandeza que maneja, mar-afuera, mar-afuera su ataúd internacional como un transatlántico,
y un pirata blanco y negro simultáneamente, araña tus artesanías con el cuchillo de Hawkins, de Cavendish, de Gerritz, a bala mordida.
En ti nacieron, crecieron, murieron gentes de pelo en pecho y mandíbula gran carnívora, como yo mismo y mis antepasados;
engrandeciendo tus tabernas, se emborrachaba la personalidad corsaria y filibustera
del antiguo gringo en vino Williams Wheelwright, "caballero de industria", bucanero y "business man", hijastro de Yanquilandia y nietastro de Inglaterra contra Inglaterra, espejo de acero negro de Europa en Norteamérica,
creador de gran riqueza y gran miseria capitalista, por compraventa del trabajo asalariado,
hombre grande, no grande hombre del medio social de su época, del grupo social, como banquero, como industrial, como pionero de vapores y ferrocarriles
y negocios de dinero, por Copiapó-Caldera abajo o Santiago a Valparaíso;
y Lord Cochrane, Gran Capitán-Almirante de los océanos oceánicos, y el primer chileno del archipiélago de Gran Bretaña entre los espadachines, los usureros, los emperadores, los bucaneros o los aventureros de Shakespeare,
liberta a Valdivia y se toma El Callao al abordaje, como un litro de médulas de aguardiente inconcebible,
mordiendo la navaja que degüella las cabezas de la niebla, conduce "esas cuatro tablas" de los destinos americanos del O'Higgins clásico y democrático de entonces, del O'Higgins que intuyó la dirección continental de Latinoamérica, del O'Higgins de las logias inglesas,
con la anticipación heroica de los Carrera y los Manuel Rodríguez épicos envenenándole el pan de la conciencia democrática,
mordiendo la navaja que degüella las cabezas de la niebla y contra el dios perverso del oportunismo que enarbolaba el Monteagudo, mordiendo la navaja que degüella las cabezas de la niebla, como un toro o un bandido o un borracho, ensangrentándose la cara macabra y el costillar del alma en las hazañas contra la canalla enfurecida,
y la envidia y la calumnia y la mentira, en tus acantilados, refugio de acontecimientos heroicos y de crímenes;
no acumularon los parroquianos porteños, sino la emigración de golondrina en bancarrota
de los dineros de los banqueros y los intermediarios, comerciantes-mercaderes del negocio mayor o menor y las importaciones aduaneras o corsarias o bucaneras, o de gran honorabilidad ladrona en las finanzas, o todo lo contrario, héroes-santos-mártires y piratas de "los negocios son los negocios", hijos del siglo del capitalismo que emerge: los Edwards, los Ross, los Wadington, los Bowen, los Williamson, los Gibbs, los Balfours, los Porters, los Wilkinson, los Wooster y los Walker, próceres-contrabandistas-líderes de la "oferta y la demanda",
y Emile Dubois coronó de asesinatos y poemas de patibulario, poemas de aventurero, poemas de desconformado en la ilegalidad y de fusilamiento,
su actitud de macho de barro y acero, mientras Baburizza y Compañía se amanecían entre los números y las máquinas de escribir especulando, sí, especulando a la manera capitalista, especulando,
pero con cierto sentido de burguesía en agonía, que se defiende contradiciéndose;
¡oh! Puerto inmenso, ¡oh! Puerto acerbo, ¡oh! Puerto egregio, la Cruz del Sur, Valparaíso, te alumbra la figura, como una gran lámpara.
En aquel presente marino, ultramarino, enorme, ella tenía esa cabellera de azucena negra que se parece al huracán e incendia el mundo, como sol rugiendo,
y nos apretábamos, Valparaíso-mar-Valparaíso, a la soledad total de los poetas pobres, que no son los pobres poetas,
desde tus grandes terrazas, con pueblo de puerto adentro, frente a frente a la andina, desaparecida amiga "Boya del Toro", y su bramido colosal de arreo de las oceanías,
o, atardeciendo, en la última y única gaviota del crepúsculo o, amaneciendo,
en aquellos inviernos horrendos de gran belleza huracanada o triste de tristes, en terrible y arrasadora heroicidad, planificada y edificada para las estatuas.
Tu mar longitudinal lleno de puertos que murieron, asesinados, de puertos que murieron acuchillados
por el destino, apellidado: "Canal de Panamá", te satura de barcos o pescados, y la almeja divinamente obrera relampaguea su jurisprudencia genital de marisco o gemido
inmortal en las borracherías, la imperial ejecutoria
del caldo de cabeza se hace presente al despuntar la bestia ajena de las madrugadas, dolorosamente proletarias, que es como los cigarros de los finados, acumulándose en el horizonte,
y tú, Valparaíso, diriges la gran orquesta catastrófica y el hombre gigante de América, con la batuta de los vientos
tremendos que azotan las costas, desde la URSS a la Gran China Popular, acarreando lo milenario desesperado en sus banderas de luto,
o el aullido del león amarillo de los cataclismos.
Tranco a tranco, he tronchado, ensangrentado tus contra-corrientes urbanas, suburbanas, extraurbanas,
cargando los libros heridos por el infinito material, o he tomado
el trago de llanto con pólvora, de pólvora con llanto despavorido de los poetas muertos
en la inmortalidad, hechos con fuego o látigos,
y mares antiguos, hechos con fierro de herrumbre sepulcral, en desintegración, por otras nuevas formas.
Tus falansterios y tus cementerios, al dar la línea soberbia del poema arquitectónico,
suman la macabra unidad vino-muerte, mujeres-muerte, juego-muerte
y las tumbas porteñas no están clavadas, están ancladas, acumuladas en lo marino, submarino, ultramarino, que azota el corazón del mundo, estremeciéndolo por adentro del adentro del adentro, en donde deviene espanto, y naufraga la memoria de todas las cosas
en el mar de la eternidad y sus solas horrendas olas, porque todo el puerto es mar y todo el puerto navega, como un barco colosal, todo el puerto es mar y capitán de navío,
y tus casas son lanchas o faluchos encaramados a tus cielos fluviales, cosmográficos, lacustres, o mojados con llantos del infinito y lágrimas de náufragos, que anidan su paloma de luto en las arboladuras cósmicas, mordidos, carcomidos, orinecidos
de aguas salobres, con el tiburón de los atardeceres, nadando en los atardeceres, y elementos
de cochayuyo agarrándose a la inmensa ostra abierta del sol poniente, que parece, además, un antiguo y herido acordeón desorbitado, o un zapato de corsario colosal, ardiendo en la astronomía;
a las caletas mariscadoras desciende el parroquiano del pobrerío montañés, el proletario y el campesino de los suburbios
de la serranía, en la cual gravita un cinturón forestal de maceteros y tarrosviejos, con violetas y nomeolvides que poseen la poesía atronadora de la humanidad robada, pateada, acuchillada,
del hijo del pueblo y del cerro, o la agarran tan siquiera
a la fritanga de la gente modesta, la cholguita de la pobreza o de la miseria que no alcanza a morirse de hambre y araña la aventura en la encrucijada romántica de la ancha y antigua Plaza Sotomayor, por ejemplo,
para el caldillo de los desamparados malditos del régimen de los asesinatos mundiales o universales,
e ir viviendo como adentro del mar, del mar comiendo o no comiendo la triste comida del hambre, que recuerda los altos, terribles, los anchos naufragios, y, sin embargo, arranca
un trueno nacional de las profundidades;
pescaderías y carnicerías, para la glotonería intercontinental, abren el paisaje lleno de huevos de oro de la abundancia, "de la aristocracia", de la redundancia alimenticia,
y las rotiserías hediondas a cecina falsificada, a cecina "americana", a cecina enajenada de "perro caliente"
de la burguesía interferida del siútico, pero los inmensos cerros, que son tu expresión y tu lenguaje, están resplandeciendo de cantos de gallos, soldados y aventureros, los inmensos cerros,
y la sombra épica de Chile, te ciñe en tu proletariado, a manera
de aquellas encrucijadas del Cerro Barón, con ascensor de túneles arriba, por "Los Lecheros", derrumbándose, agarrándose, superándose,
y a las que van a encontrar posada o mortaja las piaras, o alojamiento los cargueros sanroqueños, los vineros,
o el contrabandista fulero, que arrea la botella como esa yegua negra del subterráneo, en los bolsillos asesinos del infinito.
Grandes, girantes catres de esplendor finisecular, audaces en navegaciones, anclaron, desde tus mansiones a tus pensiones, al "piguchén" coprolálico o a las polvosas, a las solas, a las lluviosas tardes de remate, huyendo
del subsuelo amoral de la ilegalidad burguesa,
y alguna bañadera augusta, en la cual relampagueó desnuda la señora gobernadora,
presenta un manotón de violetas descolgándose mirador-abajo.
Yo, desentrañando de los órficos, los pitagóricos o Heráclito "el principio de la interpretación de los opuestos",
o en los poetas-profetas de la Biblia, la antigua conmoción popular, la antigua desesperación popular, la antigua rebelión popular, el lenguaje
del "Arte del Hambre", y en las masas obreras de hoy, mi estilo,
allá por el "veinte y siete", cargando a la espalda el madero de los crucificados, y acariciando con la boca tremenda del amor a una familia de relámpagos
y a la vez de dulces frutales verdes, como manzanas o naranjas del futuro,
cuando mi barco de tiniebla y sol, fondeó en tu bahía, querido y grande amigo Valparaíso, querido y grande amigo, en la buena y en la mala fortuna,
del marino sin navío y con revólver en las navegaciones, ya estaba contigo;
viví entonces allí, Valparaíso, aquí, en tus encrucijadas con canarios, entre tus muelles y tus caletas, adentro del cerezo conyugal, criado, alimentado por nosotros
en tu gran caída impertérrita,
viviendo, es decir, haciendo el oficio de la literatura, cavando por debajo del subterráneo nacional, blandiendo con los marinos de guerra la guerra de los navíos, alerta y cuadrada
y abierta la conciencia a lo contemporáneo, que hace lenguajes, e inventa con hechos nuevos, versos nuevos, tiempos nuevos,
hundida la raíz del individuo, en la raíz del universo, hacia las entrañas de la humanidad, sacando con mano temeraria y corajuda,
el orden de lo humano-cosmos
desde el desorden de lo arcano-caos, el orden de lo humano-cosmos, que es lo bello eterno, homogéneo o lo bueno-sublime.
El país gutural, catastrófico, con peñascos descomunales y océanos de eslabón acérrimo,
se retrata en tus arquitecturas,
que son el vocabulario y el idioma de lo trágico-dramático, hiriéndose, contradiciéndose, huyéndose,
o mordiéndose la espantosa sinfonía arbitraria,
que comienza mar afuera y aprieta el mar del mar contra el abismo y sus asignaturas.
Las arcaicas filarmónicas usadas, que tienen siete dientes en las encías,
como los zapatos del anónimo, retornan tus residenciales al mil novecientos tres del "Desembarco", al mil novecientos seis del "Terremoto", al mil novecientos diez del "Centenario", y las eximias filarmónicas, las heridas filarmónicas, recién paridas,
a las cacerías de zorzales de Charravata, a los pigüelos y los causeos del viejo don Saverio Dimare, de Quillota,
a las parrandas endieciochadas con la última prieta en la patagua enamorada de los postreros días lluviosos, y abandonada en el misterio rural del "Bodegón y de las Perdices escabechadas",
a aquella antiquísima y cordialísima "Madame Lapaquette" del "Hotel Lebell", ella tan caída y enmohecida como dos sepulcros, cuando naufragó en Lautaro,
en ese entonces tan maravilloso y nacional, tan amanecido y litoral, que hasta nosotros nos tirábamos lágrimas a la cara cuajada de rocío, esperando o premeditando en la soledad del "Arte Grande",
no dispararnos el botellazo y el escopetazo espectacular de "La Ultima Cena".
Todos los vicios de todos los puertos relampaguean en tus ámbitos, y el hampón, el matón, el ladrón y los rufianes, se "sumergen" entre los obreros portuarios, calificados, por heroicos, como personajes de epopeya o payadores de odisea, o el subdescendiente, a la deriva, de los González, los Alvarado, los Rosales, los Recalde, los Díaz, los Morales, los Frías, los Farías, los Azúa, los Covarrubias, los Acuña, los Pérez y los Gómez, los Verdugo, los Loyola, los Araoz, los García, los Peredo, los Fariña, los Palavecino, los Quevedo, los Lefebre, los Fournier, los Fontaine, los Caroca, los Pinochet, los Cubillos, los Mardones, los Murillo o, los Cruz, comercial-marinos, que devienen pueblo del pueblo del pueblo o explotadores y negociadores del pueblo, y se contradicen, se interfieren, se reproducen, u oportunistas con éxito, "metecos", "snobs", mugrientos, europeizados, aviesos o "coléricos", engendros de perro-caliente "a la norteamericana", o siúticos venidos a menos, caídos a la cloaca ex-social, en tu gran Bahía nacional, poblada de naufragios y de asaltos,
y la comercialización general del capital imperialista-monopolista-latifundista, internacionalizado por la Exportación conquistadora de la Moneda-Dura,
toca la campana negra de los negocios escandalosos, equívocos o simoníacos, que dan las premisas de la Revolución de los trabajadores contra la explotación de los trabajadores y la miseria aterradora de los trabajadores,
y el Estado-aventurero y los azotadores y los negociadores y los expoliadores de mujeres o de países,
se van a revolcar dichosos y prostibularios en los hoteles cosmopolitas de tu cinturón de resplandor universal, tentacular, descomunal de urbe enorme, y el hombre pobre y el pobre hombre araña en tus murallas su fotografía de Valparaíso...
Como el sentido, el estilo, el destino de lo heroico,
si no se han perdido, se han hundido en la santa entraña popular de la nacionalidad, y Chile, errado, pateado, agusanado, bramando por debajo del alcantarillado general del mundo,
sucumbe y no sucumbe en la aventura dionisíaca de la existencia, como remo roto o esqueleto sin compañero, rugiendo,
nosotros ¡ oh! amado Valparaíso, te miramos como a una tragedia de Esquilo, como a la Capital del Mar de los naufragios huracanados, como a un dios frente a frente a su religión frustrada, solo como toro,
y, sin embargo, coronándose de catástrofes, o pámpanos de metrópolis-cosmópolis, a ultramar,
entre los grandes puertos del globo, arterias de la Mar-Océano, puertos del siglo de la era cósmica, o barcos sagrados, tremendamente y terriblemente acuchillados de tripulaciones, en subversión libertadora,
tallados por astrólogos-cosmólogos-sismólogos, desde las épocas esplendorosas del materialismo del vitivinicultor del Egeo, Tales de Mileto,
hasta la estampa continental del Fidel Castro universal de Cuba, en la cual ya expresa Latinoamérica, aquella combatividad indo-hispana de vértice en el que se cruzaron, con espanto, las espadas de España y las hachas indianas, engendrándonos entre la muerte;
como a un acordeón, como a un bandoneón de las marinerías, los lobos furiosos
escuchan rugir el huracán y escuchan sol en tus arboladuras de hormigón armado o Población Callampa, escuchan los vientos alicios,
y las antiguas comunas aldeanas, o las antiguas comunas tributarias de la Beocia, la Siria arcaica y la Mesopotamia,
emergen de tus peripecias-epopeyas como los ataúdes oceanológicos de la Atlántida, enarbolando los andrajos patibularios del Gran Diluvio Universal de la mentira genial de las cosmogonías, o crujimientos de espinazos de continentes sumergidos,
con el pueblo y la explotación del pueblo en las entrañas,
y en "El Tesoro de la Piratería" es la bandera de la leyenda de pólvora y trabuco, cañones, cuchillos o arcabuzazos o ahorcamientos,
o asaltos con violación, incendios y degüellos,
—toda la historia del hombre— que aúlla en tus mástiles enloquecidos, estandartes de países colosales, ya desaparecidos;
o como Damasco o Sidón o Alepo o Tiro, el de las velas púrpuras de Cartago y los cartagineses,
o Nínive o las cosmópolis-bahías-metrópolis mediterráneas, fondeaderos del arreo del camello de gran joroba desesperada, como una gran trompeta, y el peaje tórrido, o, los temerarios, épicos contrabandos "oceánicos", establecidos como ejemplo roto y funeral de antiguos campos con barcos imaginarios,
adentro del desierto, ciudades-naves, ciudades-naciones, ciudades-llaves y aduanas internacionales, en las que naufragó la civilización muriente, equivalente a las economías náufragas, que alimentaban las superestructuras náufragas,
vienes tú desde el origen de las edades, Valparaíso, por entroncamiento genital con la base humana, fundamentado en la proeza originaria que emergió rugiendo y saliendo del océano, como salieron los muertos de todos los pueblos de todos los tiempos a proclamar la Revolución de la Gran China Popular,
tal como tú, sacando el pecho de fierro y aguas terribles,
o la cabellera de cochayuyos silvestres, que parecen o sauzales ondulatorios o musgos-sepulcros llorando por debajo,
o chocando o relampagueando o luchando contra tu alma,
que posee los cinco sentidos de la escala zoológica, llamada ser humano.
Te poblaron los vikingos de Roberto Guiscardo, el invasor-conquistador de la Sicilia, la Magna Grecia en el invierno del otoño de su gran caída, o de la Italia unificada de Garibaldi, o el germano de mandíbula de carnívoro, comedor de "delicatessen" y bebedor de cerveza, o el guipuzcoano de Loyola, o el catalán greco-latino, o el hispano-castellano o vasco arcaico,
o español de Iberia, o godo musgoso como los túmulos rotos del espíritu, con la polvareda del Cid agarrada a los piojos cristianos o trascendentales de Cervantes o a la sotana inquisitorial de Lope-Félix,
o el escocés-inglés-irlandés de Elizabeth, que lo amaba tanto a Walter Raleigh, que lo ahorcó, pues tanto lo amaba, y de cuya enorme soga escapó el Marlowe suicidándose, o Ben Johnson, borracho con el alcohol eclesiástico, a la orilla de William de Stratford-on-Avon, creador del Imperio del Teatro, o el árabe camellero u hortelano del Líbano, padre de Herodes, el Grande, que acaricia la aceituna, el dátil o el higo o come cordero y bebe su vaso de leche de yegua, tan ácida como su vino de pastor de naciones y de dolores, o el francés, gabacho,
con espanto acumulado en Rabelais y la gran angustia de las civilizaciones perdidas en el estilo de las formas logradas, en las que naufragan todos los tontos, que creen en "el orden por el orden", en "la belleza por la belleza", en "el arte por el arte", y el judío magistral, profetizador, natural de todos los pueblos, de todos los tiempos y circuncisiones,
con asiento en el Jerusalén del Eclesiastés e Isaías, Exequiel, Jeremías, forrados con pellejos de carnero y miel, y todos te amaron, y todos te idolatraron, y todos, ¡ oh! Puerto-Mayor del Viento-Mayor vivieron y sufrieron y murieron en tu "Oceanía de Valparaíso", atragantándose de mujeres compradas y malpagadas con la moneda falsificada y vil de los rufianes o el juez prevaricador y sus cómplices.
"Ananké", el capataz de esclavos, que azota a Sísifo en los infiernos de la imaginación órfica de George Thompson,
tremendamente golpeó el aldabón del portalón de tus inmediaciones,
pero la gran libertad portuario-marítima bautizó tu actitud frente a frente a la naturaleza,
y tu galope de potro salvaje, da categoría de ciudad-mar a tus costumbres
tan chilenas y "amarditadas" como la montura del huaso o la ojota y el cinturón de lágrimas de yodo y sal del roto, que es como los escudos despedazados;
descansa en ti el minero, y el pescador batalla contra las olas de sangre quemante de su faena, descansa
el obrero del salitre, que retorna al sur forestal, ardiendo y mordiendo sol furioso, sol amargo, sol maldito, y el campesinado, terriblemente agropecuario de la égloga negra de Chile, los viejos amigos esos se entregan a todos los oficios o al lujo de luto y muy justo de emborracharse con "litriado" miserable de tres tiritones,
y hay cierta manera de ir a bordo, viajando en barcos de antaño, entre tus seres problemáticos;
un aroma a algas marinas y a golria nacional, corona las vías públicas, corona al viajero más avieso de comercio y especulación menores, corona al artista genial, cargado con estupor macabro, como un navio negro, corona
aún al corredor de bolsa, o hijastro desintegrado de los Basidas, eternizados por Píndaro,
"familia de capitanes o de comerciantes de mar" o tiburón económico, corona a los suicidas y a los desesperados anónimos de anónimos, amontonados en pingajos sin revólver, corona a la "Plazuela de la Iglesia Matriz", olorosísima a fritanguerías y a borracherías y a putañerías que tienen mástiles y arboladuras, corona tu juventud cuatricentenaria o cuatrimilenaria,
en la cual pudiera haber nacido y vivido Caroxos, de Lesbos, el hermano de Safo,
el cual cargaba vino para el Naucratis, e invitas a Latinoamérica al rol conductor de las cosmópolis-líderes del mar...
El Gran Imperio del Dólar que es el gran saqueo por el salteo y por sojuzgamiento de las colonias económicas, porque "el hombre es el dinero",
para "la Bestia Humana" que "El Capital" dibuja en valores y categorías,
desde el malvado que encadenaba a los esclavos laceándolos a patadas, a la plusvalía por la compra-venta del trabajo del asalariado,
penetra tus riberas, Valparaíso, y tú conjugas la infinita poesía amarilla de las calaveras-águilas
de Yanquilandia, con la tristeza de la moneda republicana y enajenada, y yergues tu cabeza azul, entre el gran temporal ladrado y bramado por perros tremendos, y los departamentos de aduana,
por la defensa de la riqueza ensangrentada del colono,
que da la contradicción dialéctica, en la contradicción dramática de su temperamento,
cuya gran unidad pura es ese alegre ser silvestre,
pánico y dionisíaco, como los lagares y como los panales, en el que el ente viviente se comprende como especie.
Tal como y cuando todo lo mítico agarra al Pitecántropo de la gran Biblia judía, y le desgarra el costillar durmiendo, de donde emerge el primer amor del primer dolor,
te sacaron a "Viña del Mar" de la pepa del alma, Valparaíso,
con su egregia vocación de concepción de la belleza más soberbia y exorbitante de blindaje aldeano-departamental-provinciano, forestal y mediterráneo,
encubiertas las apariencias transeúntes, pero miserables de la "Ruleta" y el "Casino" internacional que ladra, creando
o multimillonarios o revolucionarios por frustración capitalista o suicidas arcaicos, subhumanos, alucinados del gran basural hermafrodita, ejemplos,
o huachacalleros de la retórica-poética de la cantina;
y es menester cantar la "Ciudad-Jardín", como la apodan los ingenuos, enmascarados y feroces, o el mariconismo,
a la hermosa, maravillosa niña-flor, fruta-flor, alma-flor con azúcar
en el corazón, y la gran industria hoy en enajenación al Imperialismo, la gran industria engendradora de proletariado, entre la inocencia y la impudencia del paisaje, como rural, como social, como total, contradiciéndose,
pero con aquello del villorrio dulce y grave, y del infierno,
que no es urbano, que no es metropolitano, que no es urbano y es urbano e indescriptible,
como los malditos ángeles caídos, que son demonios arcangélicos;
sin embargo, lo democrático y popular, lo típico-ecuménico, lo dolorosamente humano del género humano,
gravita entre tus grúas y tus cerros de cerros de cerros,
y va debilitándose y embelleciéndose por "El Recreo" a "Agua-Santa", por bajando, debilitándose y embelleciéndose y aburguesándose y resblandeciéndose,
a la manera de las epopeyas sociales que se convierten en romances, y son hermosísimas canciones-pájaros y églogas
que fueron águilas, belleza-tragedia, belleza-tormenta, belleza-miseria y resplandor, Valparaíso, tú, Valparaíso, con el terrible don huracanado de lo indescriptible, con el terrible sol tronchado,
despedazado, rajado en abismos de lo sublime, en la mochila, como un gran poeta.
"Urbi et orbi", te doy mi bendición atea, de marxista-leninista consciente e irreductible, épico,
¡oh! anciano como yo, Valparaíso, anciano y parado en las hilachas,
pero los pueblos crecen de viejos, cuando los hombres mueren de viejos, mueren de viejos los hombres y los dolores de los hombres y las pasiones de los hombres y los terrores de los hombres,
y cuando los humanos, agonizando,
nos estrellamos a cabezazos, como borrachos, contra la materia, las cenizas del antiguo poblador marchito, y las heridas
acumuladas, la agigantan a la acerada condición metropolitana,
y tú, Valparaíso, hinchado de cadáveres monumentales, irguiendo tu cabeza sin fronteras y sin ausencias, Valparaíso, te levantas
por encima de los siglos de los siglos de los siglos,
solo, resplandeciente, roto, destruyéndote y construyéndote en el filo de los abismos y los peligros de los abismos,
a la orilla del mar del cual vinieron los tatarabuelos de la humanidad...
Versións:
Ocho Bolas: Oceanía de Valparaiso; Genio y figura; 2003; Pista 13
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