Cuando tú develabas la soledad,
lo triste,
el sombrero amarillo con que viene el otoño,
cantos de sangre roja yo quería decirte,
nombrarte una mañana, darte un niño sonoro
y limpiarte la sombra que inundaba tus hombros.
Tu piel, torso del aire,
tu nativa envoltura,
se ha quedado en el mundo a fundar el planeta,
tus caderas precisas de horizonte y paloma
son una dulce tierra, una ávida semilla,
por donde van mis manos arteriales y rojas
a ser amor,
llevando la edad definitiva.
Y tu piel es sagrada como el cuerpo que lleva,
antigua de ir salvando la muerte del olvido,
tu piel es una balsa lanzada a mis orillas
para salvar los niños que esperan en tu océano.
Quiero decirte andina,
silencio interrumpido,
repetirte propósito vegetal del salitre,
sombra palpable y lúcida,
zumo sobre el verano,
índole de la carne,
diapasón del latido:
voy cantando tus anchos lugares de ser madre,
dando toda mi música a tu beso de almíbar,
conociendo en tus ojos el país de la sangre
de donde vuelve siempre la vida de la vida.
Cuando el brío nos vuelve furia de sal atávica,
un duelo con las bocas, una sed de las manos,
dos raíces hundiéndose al fondo de sí mismas
hasta sorber el íntimo territorio del aire,
entonces, sabor hondo, tu aroma milenario,
la barca de tus brazos, madera femenina,
me va llevando lejos del silencio, navego
y se me alegra toda la fe de un raro modo.
Tu cuerpo cancionero, dulce guitarra tibia,
le pone densas coplas a la noche y cantamos
el amor, nuestra tierna escritura infinita,
tus ojos y mis ojos, el amor y cantamos
no recuerdo qué instante por donde viene el día.
Y alzo de a poco el día,
quiero que habites toda la luz, que tu elemento
de claridad me encienda la llama que contengo,
que me conviertas lámpara,
lumbre de verme en todo lo que de tanto amarte,
de tanto andar queriendo tus manos musicales,
va moviendo mis labios, nombradores del tiempo,
con la misma ternura con que voy por tus ojos
a colmarte de estrellas el corazón que tienes.
En tu cuerpo termina la región de mi cuerpo,
mujer, mundo conmigo, dimensión de mi límite,
tu simiente profunda me esperaba y partimos:
sembradores unísonos,
bulliciosos labriegos,
a terminar un niño con lo mejor del aire,
con lo mejor del agua
y la flecha más verde del árbol pajarero.
Y tu piel es sagrada porque la habita un beso,
porque la ronda un júbilo,
un año de alegría,
todo un clima inocente donde despierto y canto:
tallo de sol, nativa,
lluvia limpia en mis manos,
continente de espigas.
Ahora, ya investida de verano y paloma,
déjame que te nombre fundadora en la tierra,
tierno lugar del hombre, pueblo de un solo pueblo,
mitad de mí, guerrera del pan y el nacimiento,
déjame pronunciarte con un solo latido:
brazos de pura atmósfera,
cereal encendido,
hoguera entre nosotros,
camarada del limo,
simple carne en el viento,
piel del amor invicto.
Tu pollera estrellada interrumpió la noche
con un hijo sin límites, venido de tu trigo.
Armando Tejada Gómez: Tonadas de la piel (1955)
Versións:
Armando Tejada Gómez: Tonada de tu piel; Sonopoemas del horizonte; 1964; Cara B, Corte 2
Armando Tejada Gómez: Tonadas de tu piel; Vigencia; 2005; CD1: Su palabra; Pista 8
(Recitativo semellante ao do disco Sonopoemas del horizonte, do ano 1964.)
*[Por razóns de espazo en blogger, nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada; respectamos a etiqueta actual para evitar duplicidades.]
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