y no se meneaba.
La sombra de los abedules
le bailaba en la cara;
y no parpadeaba.
Le manaba
del rincón de la boca
un hilillo de fresca baba.
Y no se le daba nada.
Era el hombre dormido.
¡Qué bien alentaba!
Y el sueño bendito
le despertaba
amor de balde
por sus entrañas
dulces, lejanas.
El sueño sin nombre
le desleía el alma.
El airecillo
le secaba las lágrimas.
Y él no sabía,
no sabía nada.
Agustín García Calvo: Canciones y soliloquios (1976)
Versións:
Amancio Prada: Dos soliloquios; Concierto Canciones y Soliloquios; Teatro Español de Madrid, 19 e 20 de Novembro de 1982; Corte 21


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