19
Pídeme que te requiebre,
que te cubra de crisantemos y de rosas;
pero no me pidas
que te sea sincero,
como piden los comisarios y las novias.
No, señora de mis ansias:
eso no lo averiguarás por más que corras,
si te estoy hablando
desde el fondo del alma,
si engañándote estoy acaso a cada copla.
¿Cómo quieres que te quiera
y te haga declaración clara y redonda?
¿para que me quede
congelado en el dicho
y que luego por la palabra tú me cojas?
No: más bien haré de modo
que me escurra a tus artimañas imperiosas,
y te haré que caigas
en mi trampa, si vienes,
como cuentan de lo de Sísifo el eólida,
del que bien te acordarías,
si no fueras tan enemiga de memorias:
que una vez viniste,
como sueles, a verlo
y a decir silenciosamente: "Es la hora";
que él, fingiendo obedecerte,
te enredó en los tejemanejes de la lógica:
una cuerda fina
de una seda invisible
te tenía de tiempo atrás hilada a rosca;
conque así te habló: "Mancebo,
hace tiempo que te esperaba en la congoja
de que no llegabas
y que nunca acabase
esta vida desesperada y trabajosa.
Pero, puesto que has venido,
es el fin indudablemente. Así que toma:
coge por la punta
del cordel de mi vida,
que en su fin resumida está mi vida toda,
y si agarras por el cabo,
seré tuyo hasta las raíces de mi historia".
Conque tú, creído,
agarraste; y él, rápido,
hacia atrás se dejó escurrir por la maroma,
y de un salto al otro lado
se te puso, y como por eco allí "Perdona",
dijo "es que resulta
que también todavía
de mi vida quedaba atrás aquí una sobra;
pero, si te das la vuelta,
en un tris te apoderarás de mi persona".
Te volviste airado
y te echaste a atraparlo;
pero en tanto, a su vez giró al revés y en contra
estirando de la cuerda
y gritándote a las espaldas "Hola, hola,
eh, que estoy aquí:
píllame"; y cada vuelta
que te volvías se revolvía él otra y otra,
siempre "Estoy aquí" gritando;
que, diciéndote la verdad a cada torna,
vez a vez mentía
con verdades; y al cabo
te enrató como rapacillo su peonza,
hasta que quedaste atado
por su fuerza y por a la vez tu fuerza propia;
y al tenerte presa,
ni él ya nunca moría
ni ninguno de los mortales de su horda.
Cómo era el fin del cuento,
la verdad que ni lo recuerdo ni me importa;
pero tú bien puedes
entenderlo a tu modo
y sacarle la moraleja que te toca.
Yo te digo que en mentirte
mi saliva se gastará gota tras gota.
Dicen que el que avisa
no es traidor. No me creas.
No te creas ni lo que estoy diciendo ahora.
Agustín García Calvo: Libro de conjuros (1979)
Versións:
Agustín García Calvo: Conjuro; Concierto Canciones y soliloquios. Teatro Español de Madrid; 1982; Corte 6
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