domingo, 7 de marzo de 2021

La colonia cubre nuestras tierras

                    XIV
                Intermedio 1

Cuando la espada descansó y los hijos
de España dura, como espectros,
desde reinos y selvas, hacia el trono,
montañas de papel con aullidos
enviaron al monarca ensimismado:
después que en la calleja de Toledo
o del Guadalquivir en el recodo,
toda la historia pasó de mano en mano,
y por la boca de los puertos anduvo
el ramal harapiento
de los conquistadores espectrales,
y los últimos muertos fueron, puestos
dentro del ataúd, con procesiones,
en las iglesias construidas a sangre,
llegó la ley al mundo de los ríos
y vino el mercader con su bolsita.


     Se oscureció la. extensión matutina,
     trajes y telarañas propagaron
     la oscuridad, la tentación, el fuego
     del diablo en las habitaciones.
     Una vela alumbró la vasta América
     llena de ventisqueros y panales,
     y por siglos al hombre habló en voz baja,
     tosió trotando por las callejuelas
     se persignó persiguiendo centavos.
     Llegó el criollo a las calles del mundo,
     esmirriado, lavando las acequias,
     suspirando de amor entre las cruces,
     buscando el escondido
     sendero de la vida
     bajo la mesa de la sacristía.
     La ciudad en la esperma del cerote
     fermentó, bajo los paños negros,
     y de las raspaduras de la cera
     elaboró manzanas infernales.

América, la copa de caoba
entonces fue un crepúsculo de llagas,
un lazareto anegado de sombras
y en la antigua extensión de la frescura
creció la reverencia del gusano,
El oro levantó sobre las pústulas
macizas flores, hiedras silenciosas,
edificios de sombra sumergida.

Una mujer recolectaba pus,
y el vaso de substancia
bebió en honor del cielo cada día,
mientras el hambre bailaba en las minas
de México dorado,
y el corazón andino del Perú
lloraba dulcemente
de frío bajo los harapos.


     En las sombras del día tenebroso
     el mercader hizo su reino
     apenas alumbrado por la hoguera
     en que el hereje, retorcido,
     hecho pavesa, recibía
     su cucharadita de Cristo.
     Al día siguiente las señoras
     arreglando las crinolinas,
     recordaban el cuerpo enloquecido,
     golpeado y devorado por el fuego,
     mientras el alguacil examinaba
     la minúscula mancha del quemado,
     grasa, ceniza, sangre,
     que lamían los perros.

Pablo Neruda: IV. Los Libertadores. Canto General (1950)

Versións:

Aparcoa: La colonia cubre nuestras tierras; Canto General; 1971; LP1, Lado 2, Corte 7




Mario Lorca e Aparcoa: Sierra peruana: Los jilgueros; Canto General; 1971; LP2, Lado 1, Cortes 1 e 2

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