XXV
Roídos yelmos, herraduras muertas!
Pero a través del fuego y la herradura
como de un manantial iluminado
por la sangre sombría,
con el metal hundido en el tormento
se derramó una luz sobre la tierra:
número, nombre, línea y estructura.
Páginas de agua, claro poderío
de idiomas rumorosos, dulces gotas
elaboradas como los racimos,
sílabas de platino en la ternura
de unos aljofarados pechos puros,
y una clásica boca de diamantes
dio su fulgor nevado al territorio.
Allá lejos la estatua deponía
su mármol muerto,
y en la primavera
del mundo, amaneció la maquinaria.
La técnica elevaba su dominio
y el tiempo fue velocidad y ráfaga
en la bandera de los mercaderes.
Luna de geografía
que descubrió la planta y el planeta
extendiendo geométrica hermosura
en su desarrollado movimiento.
Asia entregó su virginal aroma.
La inteligencia con un hilo helado
fue detrás de la sangre hilando el día.
El papel repartió la miel desnuda
guardada en las tinieblas.
Un vuelo
de palomar salió de la pintura
con arrebol y azul ultramarino.
Y las lenguas del hombre se juntaron
en la primera ira, antes del canto.
Así, con el sangriento
titán de piedra,
halcón encarnizado,
no sólo llegó sangre sino trigo.
La luz vino a pesar de los puñales.
Pablo Neruda: III. Los Conquistadores. Canto General (1950)
Versións:
Mario Lorca e Aparcoa: Altiplano: Urpi Wiwas Kaytan; Canto General; 1971; LP2, Lado 1, Cortes 3 e 4
martes, 14 de abril de 2020
A pesar de la ira
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