No vale que uno salga y se pregunte
rechinando o gimiendo:
¿Quién mató las palomas
del palomar del viento?
¿Quién hurtó los galopes,
la montonera en pelo?
¿Quién cerró de un portazo las puertas del Cabildo
ante la misma cara blanca y azul del cielo?
No.
Porque ya sabemos de qué olvido se trata,
de qué artera minucia rodeada de alusiones
de que almidón ministro,
de cuánto abracadabra
avieso como un golpe de frío en las espaldas.
Anda uno como sobra, lunado, ciudadano,
pisando por el viento peatón de la calle.
ilegal y sin cónsul, jubilado, vacante,
viendo pasar la infamia prósperamente cómplice
entre obesos verdugos que afilan su navaja.
Ya no hay raíz, me dicen a lo largo del día.
Tu padre está ceniza. Tu abuelo sin caballo.
Casi no queda polvo del polvo solariego
y del loco relámpago de furia que fundaron.
Queda atroz andar solo cantando el himno viejo
en las esquinas sordas de la babel del hambre.
Pueden oír los niños. Su traviesa memoria
es tierna y peligrosa. Es ridículo. Cállese.
No queda bien que un hombre ande de escarapela,
gritando y repartiéndose, convulsionando el aire.
La historia está editada. Fue escrita en su momento.
Hay que cuidar el orden de ciertas digestiones
que jamás se interrumpen. Ni con las fechas patrias.
Tome este calendario y organice su himno.
Sólo en las efemérides es decente cantarlo.
No diga que no sabe cuál es el día lícito.
Se lo ve a simple vista. Ese rojo de Mayo.
No vale que uno salga, rechinando y gimiendo,
gritando a voz en cuello: ¡oíd, oíd mortales…!
Armando Tejada Gómez: Antología de Juan (1958)
Versións:
Armando Tejada Gómez: El himno a una voz; Cantoral de mi país al sur; 1966; Cara A, Corte 4
*[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta actual para evitar duplicidades.]
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