Apareció un día de tantos
se supone.
Al principio solía beber vino a tragos lentos
en el último bar de aquella playa oscura
pronunciando los nombres de los mariscos
de una manera que llamaba a risa
y cantando confusas baladas que ninguno de los pobres borrachos
entendía.
Después se fue quedando aquí simplemente
sudoroso y rojísimo bajo el sol obstinado
casó con una puta oscura —santa mujer de lástima—
inaugurando una larga vecindad de silencio.
Phillips O’Mannion los ojos y el recuerdo llenos de su Irlanda natal
murió ayer en la calle las manos crispadas junto al pecho
sin pronunciar una palabra
sin alarmar a nadie
como quien paga por la vida poco precio.
Al estarle enterrando se rompieron las cuerdas
y el féretro cayó de golpe saltándose la tosca tapa de pino.
Su compañera —los labios despintados—
le echó el primer puñado de tierra
directamente en el rostro.
Roque Dalton: El turno del ofendido (1962)
Versións:
Mauricio Redolés: Epitafio; Bello barrio; 1987; Cara B, Corte 6
No hay comentarios :
Publicar un comentario