La noche socavón vino y lo dijo.
Se puso hablar de atrás, como agachada:
—¿así que el capataz se anda largando con la mujer del Lucas?
—cuente… ¡cante…!
—¿y que ella no le da, pero él la busca floreándose a orillas de la tarde?
—¡ya le va a dar! no hay hembra que resista…
—¿se acuerda de la Zoila de Morales?
—¿la tetona?
—¡la misma! ¡si habrá visto el cielo de espaldotas che compadre!
—¿y las hijas del turco?
—¡y tanta y cuánta!
—quien le dice que no
—tardes y tardes
—él siempre cajetilla
—perfumado
—paradito en el hilo del donaire
—¡si estas pobres mujeres están fritas de sus machos cansados y sudando!
—¡las ganas que tendrán de darse el gusto y echarse, porqué no, su cana al aire!
—y ésta no puede ser tan no me mires
—hembras son hembras
—ya verá compadre
—aunque ella no dé bola cuando pasa
—¡le ha echado el ojo el capataz y basta!
—y me lo dijo a mí: ¿cuánto se juega a que dentro de un mes la tengo abajo?
—¿y usté?
—¡me le achiqué!
—¿quién da un centavo por la mujer de Lucas en el trance?
La noche socavón vino y lo dijo
y al mes y un día Paula fue a quejarse.
No quería decirle esto a su Lucas,
de semejante cosa lamentarse
—pero es que ayer ya vino hasta la puerta a
hacerse el loco y tal como si nada sin fijarse que estaban las criaturas
y que yo soy una mujer casada.
Y lo decía allí,
mirando el suelo,
de pronto niña rosa de la tarde,
ahora con un rojo pequeñito
quemándole las rosas de la cara.
Otra vez como entonces
cuando dijo:
—que sí, que bueno, vos hablale a mama.
Otra vez con el pie
rayando el suelo,
escribiendo en el polvo:
lucaspaula,
con la punta del pie pero en la tierra:
que sí, que bueno, vos hablale a mama
que sí, que bueno, hablale, Lucas, Paula.
Y él que ya lo sabía,
que lo supo allá en el socavón de los borrachos,
que sabía esa queja,
que conoce la madera velero de su Paula,
la miró con los ojos que ella sueña,
desde el fondo del fondo de la sangre,
y le dijo:
—ya vengo ¡no pregunte!
y se metió en el ruedo de la tarde;
de esta tarde que tiene treinta insomnios,
treinta dagas melladas en su carne,
ésta que él esperó,
que se soltara
de los labios damascos de su Paula;
ésta que ya nació y que va en su frente
mientras avanza en medio de la calle
dotado de su fuerza
y su alegría,
soldado de lo suyo,
miliciano,
golpeando en los boliches como un viento,
escupiendo sus señas,
preguntando:
—¿ha visto al míster? ¿dónde? ¿cómo dice? ah, sí, está bueno,
¡allá voy compadre!
Y cuando entró al obraje lo halló solo
aferrado a la balsa de su vaso,
con su piel sin color
y sin banderas,
con ese cuerpo que no huele a nada
y allí le dio,
le dio sin desperdicios,
le molió los gemidos a trompadas
en nombre del amor
—¡gringo de mierda!
y algunas otras cuentas atrasadas.
Armando Tejada Gómez: Ahí va Lucas Romero (1963)
Versións:
Armando Tejada Gómez: Furia; Vigencia; 2005; CD3: Registros inéditos; Pista 4
*[Por razóns de espazo nunha entrada anterior etiquetouse a Armando Tejada Gómez, intérprete, como Tejada. Respectamos a etiqueta anterior para evitar duplicidades.]
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